El vicio de admirar a Serrat | Opinión
Sólo faltan unos días para el último concierto de Joan Manuel Serrat. Dirá adiós en su ciudad natal, Barcelona, después de una gira a lo largo del año que lo ha llevado a Estados Unidos, Latinoamérica y finalmente a España, donde se despide de su numeroso y fiel público al cabo de más de medio siglo de trayectoria artística en la que nos ha regalado canciones para no olvidar.
Tuve la fortuna de asistir a su actuación a finales de abril en Miami. Con lleno hasta la bandera en el auditorio del James Knight Center, las generaciones que nos formamos con sus temas, y también los más jóvenes que por sus padres lo descubrieron, nos entregamos al espectáculo del hijo predilecto del barrio del Poble Sec.
En el umbral de los 80 años, Serrat todavía destila energía y su voz conserva la fuerza que sedujo a tantos cuando a mediados de los 70 despuntó como uno de los cantautores más relevantes de su época, marcada por la oposición al franquismo y la lucha por la transición a la democracia en España. Fue precisamente en esos tiempos cuando el artista sufrió la censura al negarse a cantar en el Festival de Eurovisión si no lo dejaban hacerlo en catalán. Una reivindicación que en aquellos tiempos requería coraje, so riesgo de acabar en la cárcel. Al final Massiel representó a España y ganó interpretando en español el famoso La, La, la.
La irrupción de Serrat en 1971 con Mediterráneo, una producción redonda con temas que hasta el día de hoy son clásicos, lo estableció como el más importante cantautor de su generación. En aquella época difícilmente podía faltar en la colección de discos de vinilo de la juventud la carátula de ese elepé, con la imagen de las cálidas aguas que inspiraron al artista.
Y así fue cómo crecimos, nos enamoramos y hasta aprendimos de la historia reciente de un país que había pasado por la cruenta guerra civil (el abuelo materno del cantante fue fusilado por los falangistas) con muchas de sus canciones. Pensemos en No hago otra cosa que pensar en ti, Penélope, Lucía, pero también las versiones musicalizadas de los poemas de Antonio Machado y, sobre todo, los de Miguel Hernández, muerto en el presidio político franquista, un disco con la hondura de principio a fin de poemas como Las nanas de la cebolla o Para la libertad. El James Knight Center vibró con emoción cuando entonó una vez más,“Para la libertad sangro, lucho y pervivo”.
Escuchar en directo a Serrat en este momento en el que sabemos que ya no lo veremos más sobre un escenario es un viaje en la máquina del tiempo, que nos sitúa en su plenitud artística y en la de quienes éramos jóvenes cuando nos deslumbró con su talento. Por eso, en esta gira de despedida, aunque no de adiós definitivo porque seguirá componiendo, es inevitable el nudo en la garganta por mucho que el artista, con la intención de dar ligereza a tanta carga emotiva, le pida al público “alegría” y que se olvide de “nostalgias”.
El amplio y extraordinario repertorio de Serrat nos lleva forzosamente por la senda de la evocación de tiempos pasados, ahora situados en el presente de la madurez y de la propia hora crepuscular del cantautor que, sabio, se retira a tiempo y en plena forma de los rigores de los conciertos. Su gira lleva el acertado nombre de El vicio de cantar y sus seguidores le correspondemos debidamente con el vicio de admirarlo.
Por última vez este 23 de diciembre electrizará al público cuando cante De vez en cuando la vida: “Se nos eriza la piel y faltan palabras…” Gracias por todo.
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