El viaje de Juan, el migrante que desapareció hace tres meses mientras intentaba llegar a Estados Unidos

“Mi ubicación está activada. No le he movido nada, chécale bien eso y si no, no te preocupes, hasta que tengas noticias. Salgo ahorita a las siete de aquí de la casa. Viene ya el taxi por nosotros y pues le vamos a dar de noche, ¿sale…?”

Ese fue el último audio que Juan Gómez Salazar le envió a su madre, Verónica Salazar, antes de iniciar el viaje por el desierto para cruzar a los Estados Unidos. Lleva 3 meses desaparecido.

Su mamá, su esposa, su abuela, que prácticamente lo crió como su hijo, y el resto de la familia de Juan, “sobreviven” a la ausencia de su familiar.

Juan desapareció en septiembre de 2022. fue abandonado en el desierto por las personas que prometieron cruzarlo a Estados Unidos.

La silla vacía

El viaje de Juan empezó el 20 de septiembre de 2022,  cuando envió un mensaje a su madre y le avisó que había salido de casa, en el pueblo de la Sierra Nororiental de Puebla.

“Ya salí de la casa. Ya llevo todo”.

Atrás dejó el pueblo rodeado de sembradíos y montes donde pasó toda su vida. También a su esposa, con quien platicó sobre la necesidad de hacer ese viaje por el bienestar de su pequeña hija.

Atrás quedó esa silla que ocupaba en la mesa de la abuela y que esta Navidad permaneció vacía.

Verónica, quien emprendió la misma travesía de su hijo hace 15 años, estuvo en todo momento al pendiente de Juan, desde que tomó el autobús para llegar a la Ciudad de México, donde pasó algunas horas, hasta el momento en el que perdieron contacto.

La primera indicación fue tomar un autobús para llegar a la capital del país, después tendría que tomar un avión rumbo a Mexicali. Juan recibía las instrucciones de qué hacer cuando el avión aterrizara, quién iría a recogerlo y por quién tendría que preguntar.

Una vez en Mexicali, le indicaron que pidiera un taxi y se dirigiera a la terminal. Ahí compró su boleto para dirigirse a Sonoyta, Sonora.

“Salgo a las 11:45 para Sonoyta”, escribió a su madre.

“¿Ya comiste algo?”, le respondió ella. Llegando a Sonoyta van a ir por ti”, le replicó.

Paso a paso fue reportando el avance del viaje y su mamá lo seguía en tiempo real a través del celular.

Incluso le cuestionó si no se había pasado, si no se había quedado dormido y se siguió derecho, porque sintió que ya era demasiado tiempo para llegar a su destino.

Su mamá había reunido el dinero para pagar el cruce: 20 mil pesos para cubrir el piso, que es la casa donde pernoctan antes de hacer el cruce por el desierto; y luego 8 mil dólares más para “pasarlo”.

Ya en Sonoyta, su madre le indicó que pasarían por él en un taxi viejo, posteriormente lo llevaron a la casa de pernocta.

Al llegar había otros dos grupos de migrantes que también iban a cruzar la frontera. No conocía a nadie. Solo seguía las instrucciones que le llegaban al teléfono y luego se acercó al que estaba al mando para preguntarle cómo estaba el movimiento y qué seguía.

Le dijeron que sus zapatos no iban a servirle y le pidieron que hiciera el primer pago. Al día siguiente cumplió con la transferencia y le dijeron que saldría el sábado.

Salió de la casa de seguridad para conseguir unos tenis que le sirvieran para la caminata. Difícilmente los migrantes llegan a familiarizarse con la ciudad, con el paisaje desértico que rodea esas casas sin ventanas donde los “coyotes” suelen ocultar por días a su “mercancía”.

“Ya tengo grupo”, escribió a su madre.

En las horas siguientes le platicó a su madre que el primer grupo de migrantes fue interceptado y que el segundo se perdió.

Foto: Cuartoscuro

En la última conversación, el 23 de septiembre, platicó que seguía en la casa y que probablemente saldría más tarde.

De acuerdo con Verónica, su hijo le comentó que ya estaba a punto de salir y que en  la casa le pidieron que apagara el celular, por lo que le encargó a su esposa e hija, pues estaría incomunicado hasta llegar a su destino.

“Te las encargo en estos días que no voy a poder comunicarme… ya hasta que esté allá, primero Dios”, fue la petición a su mamá.

“Ten fe, mucha fe, hijo. Yo las veo”, respondió. Esa promesa es la que mantiene a Verónica de pie y con esperanza. 

Ese fue la última comunicación que tuvo con su hijo. La siguiente llamada que recibió fue para reportarle que Juan se había quedado abandonado en el desierto. Que no pudo seguir caminando y que tuvieron que dejarlo porque “no aguantó”.

No hubo más explicaciones. Los coyotes le dieron ubicaciones aproximadas para que pudieran ir a rescatarlo.

Verónica no entendía que su hijo, un licenciado en Psicología, sano, fuerte, con una familia esperando por él, con su juventud y sus ganas de triunfar se hubiera rendido a mitad del desierto. Aún sigue sin entender qué falló.

La búsqueda

Durante los días siguientes se hicieron varios recorridos en el desierto, tanto del lado de Estados Unidos como del lado mexicano con la intención de rescatarlo.

Gerardo Gómez, padre de Juan, contactó a Paula Adriano Soto, del colectivo Familias Recuperando Tesoros en Puerto Peñasco, para que lo ayudaran en la búsqueda.

Adriano Soto comenta que hicieron búsquedas en campo y en diferentes ubicaciones.

“Llegamos hasta la línea fronteriza y reconstruimos el viaje de Juan en dos puntos distintos, luego buscamos en hospitales, en la Cruz Roja, pegamos carteles en tiendas e hicimos recorridos por la ciudad”.

No encontraron nada.

La activista dice que cada día hay reportes de migrantes desaparecidos, pero todo es extraoficial porque el mayor problema es que quienes intentan cruzar la frontera van “protegidos”, pero al mismo tiempo vulnerables por el anonimato.

Paula ha dedicado los últimos años de su vida a colaborar en la búsqueda de desaparecidos. Es la manera en que su propia búsqueda cobra sentido.

“Mi hijo, Juan Jonás Mateo Castro Adriano, desapareció el 14 de agosto del 2019. Con 21 años de edad. No volví a saber nada de él”.

Cuando se enteró de la existencia del colectivo se unió sin pensarlo. Agarraron picos y palas y se fueron a buscar al monte, donde les comentaron que existía una fosa clandestina. Apoyados por otro colectivo empezaron a rascar. En tres días encontraron 56 cuerpos.

De su hijo aún no sabe nada.

“A mí no me importa cuántos hallazgos hemos tenido, porque para nosotros no son números, para nosotros son personas, son familias que encuentran un poco de paz cuando recuperan a sus hijos”, dijo Adriano.

De acuerdo con el registro de la Comisión Nacional de Búsqueda, en México hay un total de 268 mil 916 personas desaparecidas, no localizadas y localizadas.

Navidad Migrante

En la frontera norte de México las emociones por las fiestas decembrinas son una montaña rusa. De nada sirven los intentos por compartir una cena, un bocado, una ceremonia religiosa que evoque los mejores recuerdos; lo cierto es que estar lejos de casa, de la familia, en medio de un viaje que espera sus días más difíciles, hace que los migrantes atraviesen por días de nostalgia.

Es una zona de contrastes, siempre lo ha sido, pero durante la Navidad, los migrantes que buscan cruzar el desierto para llegar a Estados Unidos se enfrentan a las temperaturas gélidas, a una espera más prolongada y a las cuotas que se elevan dependiendo de los kilómetros que estén dispuestos a caminar.

El padre Prisciliano Pedraza, quien dirige el Centro Comunitario de Atención al Migrante (CCAMYN), un albergue que sirve de refugio para las personas que intentan cruzar la frontera, explica que el principal riesgo que sufren los migrantes es el abandono por parte de las personas que prometen llevarlos del otro lado.

En el refugio, el padre y su equipo de voluntarios dan alimento y hospedaje a los migrantes mientras esperan el cruce, también hacen recorridos para rescatar a los que son abandonados; y aunque algunas veces logran encontrarlos heridos o graves, muchas veces solo encuentran restos.

Para esta temporada se organizan posadas y rosarios junto con los migrantes; además, para el cierre de año, los voluntarios del albergue y el padre llevarán regalos y algunos platillos para la cena; juntos esperan recibir el 2023, aunque muchos migrantes permanecerán en las calles, en los campamentos, en las casas de seguridad o en soledad.

A pesar de todo, a lo largo de la frontera hay muchos refugios que se convierten en oasis de alegría en medio de la dificultad del camino.

El negocio de los sueños

Después de tantos años de atestiguar la evolución del fenómeno migratorio, el padre Prisciliano cada vez se convence más de que la migración es un negocio que deja muchas ganancias y por eso ahora no migra el que quiere si no el que puede.

Explica que en el negocio de la migración, las mujeres son las más vejadas y expuestas. Por ejemplo, para que una sea llevada de Altar a Phoenix tiene que pagar 10 mil dólares y no hay garantía de que llegue a su destino.

“Me he encontrado con varios casos que cuando llegan con sus familiares, lo primero que les dicen es que empiecen a trabajar para que paguen lo que deben”, comenta el padre con un nudo en la garganta.

Con el paso de los años se ha vuelto normal que las calles de Altar se atiborren de migrantes, que lleguen a refugiarse en la iglesia y que las casas de seguridad y los cuartuchos que abundan no se den abasto.

“Nosotros hacemos lo que nos toca, lo que se puede. Pero yo sé que de todos los desaparecidos, los abandonados, ni un cinco por ciento son encontrados, porque a muchos ni siquiera quieren buscarlos, porque impera el miedo, porque el desierto es muy grande y porque, una vez que un migrante empieza la ruta, todo es una amenaza”.

Para el padre,  los  migrantes son “superhombres, supermujeres” porque no cualquiera se arriesga a exponer la vida para perseguir un sueño. 

Son esos sueños, los que el padre escucha de manera cotidiana y los que acompaña con sus oraciones, porque cuando el desierto oscurece, solo la fe alcanza.

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