¿De verdad duelen las malas posturas?
Todos hemos experimentado dolor después de estar cierto tiempo en una postura. Parecería lógico suponer que la postura ha causado el dolor, pero basarse en el orden de los acontecimientos para determinar causalidad casi siempre es un error. Entonces, ¿realmente duelen las malas posturas?
En busca de la postura ideal
En la antigüedad, siguiendo la tradición aristotélica, la postura erguida se consideraba necesaria para la función principal del ser humano: pensar, vivir pensando. El estudio de la postura desde un punto de vista puramente mecánico o relacionado con la salud no comenzó hasta la Ilustración.
Alfonso Borelli (De Motu Animalium, 1679) fue el primero en intentar localizar el centro de gravedad del cuerpo humano e introdujo la idea de que los “pilares óseos” de nuestras piernas no precisan ayuda muscular para mantenernos en pie “si toda la máquina del cuerpo, en posición erguida, permanece perpendicular al horizonte”.
Los hermanos Wilhelm y Eduard Weber (Mechanik der menschlichen Gehwerkzeuge, 1836) continuaron el trabajo de Borelli y diseñaron una postura con todos los segmentos corporales alineados en una misma vertical.
Para minimizar la actividad muscular en las extremidades inferiores se sirvieron de los ligamentos. Su vertical pasa por delante del eje de las rodillas, lo que relaja los cuádriceps, pero provoca una hiperextensión articular que no es saludable.
Para la cabeza no pudieron servirse del soporte de los ligamentos porque, en aquella época, se afirmaba erróneamente que nuestro ligamento nucal no puede sostener su peso. En consecuencia, la imaginaron con su centro de gravedad en la misma vertical de las extremidades inferiores. Para situar los brazos en esa misma vertical, en muchos casos hay que retrasarlos.
Los hermanos Weber no dijeron que su diseño fuera un modelo a seguir. Se limitaron a dar forma a la equivocada idea de Borelli. Hoy sabemos que para mantener el equilibrio estando de pie se requiere actividad muscular.
Durante el siglo XIX y principios del XX, la postura erguida (de pie o sentados) gozó de gran popularidad tanto por las normas sociales de la época victoriana como entre la comunidad médica. Se pensaba que facilitaba el funcionamiento de los órganos internos, lo que podía prevenir la tuberculosis y permitía el crecimiento y desarrollo adecuado de los niños.
Joseph Pilates llegó al extremo de afirmar (Your Health, 1934) que todas las curvaturas de la columna eran anormales y que corregirlas con su método gimnástico colaboraría en la curación del asma y de ciertas patologías cardiocirculatorias.
El avance en el conocimiento de estas patologías corrigió estos errores y solo a partir de entonces la postura empezó a relacionarse con el dolor.
El ideal es inalcanzable
Henry y Florence Kendall, reconocidos autores de Músculos, Valoración y Función (1949), manual de referencia en su campo, publicaron otra obra con el inequívoco título Postura y Dolor, 1952. En ediciones posteriores los unificaron en un solo texto que recientemente ha sido reeditado.
Aunque sin citarlos, propusieron el mismo diseño de los hermanos Weber como “alineación ideal” y “postura estándar”. Las diferencias respecto a ese estándar las consideraron “deficiencias posturales”.
No obstante, en la primera edición de Postura y Dolor añadieron:
“No es probable que ninguna persona pueda cumplirlo en todos sus aspectos. De hecho, los autores no han visto ningún individuo que coincida con el estándar en todos sus aspectos”.
Esta significativa mención desapareció en ediciones posteriores.
También admitieron que algunas personas con posturas defectuosas no presentan dolor, mientras otras con defectos menores presentan muchos síntomas. Por eso afirmaron que “la respuesta a ambas dudas depende de la constancia del defecto”. Supusieron que en el primer caso el sujeto cambia de postura con frecuencia, y quizá una rigidez muscular dificulta al segundo cambiar de postura.
En definitiva, la causa del dolor no es la postura en sí misma, sino mantenerla mucho tiempo.
Un firme defensor de las bondades de la postura erguida para el desarrollo infantil, Jessie H. Bancroft (1920), aseguraba que cambiar de postura aporta gran cantidad de beneficios. Agacharnos, girar y doblar el tronco “si no se mantienen durante mucho tiempo sino solo como alivio temporal, son la forma que tiene la naturaleza de aliviar la tensión del último y más orgulloso logro del hombre, el porte erguido del cuerpo”.
La clave es moverse
La postura que el prestigioso matrimonio Kendall denominó “postura estándar” se utiliza para valorar la postura de hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, sin tener en cuenta los cambios naturales asociados a la edad o al género.
A muchos se nos dice que tenemos una “mala” postura cuando, simplemente, nuestra postura natural individual es “diferente” de ese estándar mítico. Se ha comprobado que las diferencias individuales tienden a mantener la estabilidad en la posición más económica posible según la morfología de cada persona.
Por otra parte, parece ilógico afirmar que nuestros dolores se aliviarán adoptando una postura diseñada hace casi dos siglos para una ilusoria bipedestación sin esfuerzo que no es saludable para las rodillas y parte de un error en la posición de la cabeza y los hombros. Cualquier postura antenida cierto tiempo provocará dolor, también la supuestamente “ideal”.
Afortunadamente, entre ese rígido estándar mítico y nuestra postura natural hay un sinfín de variaciones que podemos aprovechar para prevenir la aparición de dolor cambiando de postura con frecuencia.
La mejor postura es moverse. Aproveche que ha acabado de leer este artículo y muévase. Cambie de postura, estire sus músculos, su cuerpo lo agradecerá.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.
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Martín Eusebio Barra López no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.