Así nos ven: lo que dejó un verano plagado de argentinos en Florianópolis
“Señores pasajeros, vengo a ofrecerles 2 por 1 a un precio que no van a encontrar en ningún lado”, habla uno de los García, el clan que acaba de subirse al ómnibus que conecta Lagoinha con Ponta das Canas, ante la incredulidad de los pasajeros de nacionalidad brasileña. El argentino actúa, juega a ser lo que no es, y la mujer morena de hastiadas facciones a mi lado se agarra la cabeza: “Eu nâo doy mais. Estoy cansada (no doy más, estoy cansada)”.
Se fue el verano 2025, el de los “súper” en los que se pagó muy poco, ante la emoción de las familias completas para quienes la ronda con el changuito era su plan principal, y se leía el regocijo en las sonrisas, el tránsito rápido, la voz alzada. Termo y havaianas, y puro disfrute mirando y cambiando moneda “a ojo”: el “dulce de morango” a 2000 pesos argentinos, la barra de chocolate relleno a mil.
Volvió el “Déme dos” en ese emporio multirubro que atesta las localidades balnearias más elegidas por los argentinos: Canas Vieiras, Barra de Lagoa e “Ingleses”. En la primera, los argentinos recorrieron e impusieron la preminencia del idioma español en la popular avenida María Villac, donde la condición de la oferta de 3 remeras a (ya convertido) 15.000 pesos era mostrar el logo trucho en primer plano y lucir un corte para nada fit que le baila al maniquí.
Así nos ven
“Papito” –como ella lo nombra- en la Praia Brava, bien al norte de la Ilha da Magia, se deja hacer las “trenciñas”, dice, por la morena mujer, detrás suyo, que parece ser consciente de un contacto secreto con la espalda de él, en presencia de la esposa –junto a una criatura, bajo la sombrilla- y de pronto la esposa la fulmina con la mirada, y la morena da un pasito ínfimo hacia atrás.
“Trencitas, caipiriña y a encarar”, sintetiza la típica barra de cordobeses en mesita afuera del restó cervecero-marisquero, en “la Barra”, a la fórmula hacia el estereotipo de un placer insano que incluya canilla libre de cachaza y gozar a más no poder. Casi no dormir para volver a ingerir birra después del café da manhâ.
“A portarse mal” dice el leit motiv de los que invaden la playa después de las 0 horas, encarando e invitando tragos –las barras hétero, en Canas Vieiras- mientras los grupos de amigos lgtb eligen para vincularse las “trillas” –a deshoras- que rodean la praias de Mole y la nudista da Galheta.
No muy lejos de ahí, a 20 minutos de auto o más de tres horas de un eficiente transporte público, que implica combinar de a tres ómnibus por destino, el norte de la “ilha” –la pop Canas Vieiras, la jactanciosa “Jureré Internacional”, la distinguida Ponta das Canas, la populosa Ingleses- promueve un desquite contra la vida diaria.
El argentino del norte de la isla encara a “la garota de Floripa” para poner a prueba “estos días locos” en los que el alcohol y la “maconia” (marihuana) se ofrecen en abundancia en calles y playas después de las 22, de la mano de explícitos “cantores” de la oferta, que algunas pocas veces fuerzan la intervención de la “Policía Militar”.
No un buen papel
Desde la Miami de la “Plata Dulce” de la dictadura o esta misma Floripa de la Convertibilidad menemista no se veía tan colmada de la horda, sobre todo de las provincias del Norte y Noeste del país, aunque no faltan porteños. Ya terminado oficialmente el verano, las cifras más optimistas hablan de un 70 por ciento de argentinos, seguidos por los chilenos (gracias a una nueva frecuencia directa de la compañía JetSmart) entre el total de los turistas que poblaron las más de 40 playas a lo largo de 7000 kilómetros de costa esplendorosa.
Gritones, confundidos, algunos con la maquinita y otros cambiando plata de manera espontánea, colmaron –los meses foux- las instalaciones del Shopping Beiramar, a metros de la mejor vista a la Bahía Norte que se obtiene en el Centro; cola hacían ante las vidrieras de Adidas o Renner; y por supuesto saturaron la demanda de las más clásicas Hering y Havaianas, pero es poquito lo que pudieron ahorrarse en esos espacios del “comercio oficial”, o en restaurantes del Mercado o el puesto playero (al final del verano), donde un buen pescado (la famosa “anchova”) o algún plato con camarones autóctonos no bajan de los 20.000 de aquí.
La verdadera “ganga” estuvo en los “súper”, donde –a diferencia de aquí- se puede resolver el almuerzo en el sector Rotisería, con mesitas en algunos locales, y degustar el tan mentado pastel o el salgado, con bebida y un postrecito o frutas (las mejores bananas del mundo, en el sector contiguo) a nunca más de 5000 pesos argentinos per cápita. Y lo otro a buen precio –de 15 a 20.000 pesos nuestros la noche- es el híperfrecuentado por argentinos “hostel”, solo que este año trasciende el target juvenil y es copado por meseros y vendedores de pulseritas playeras, o de exploradores solteros senior junto a parejas que no tienen problema en compartir la alcoba con otros trece, en los casos más extremos, como lo que me tocó vivir en el Hostel do Morro, de la populosa Barra.
Diez mil “argentos” llegaban cada día –los días pico- por tierra y por aire y se repartían entre la despedida a unas tortugas marinas –de una ong ecológica-, el nado con raspón en roca incluido en unas piletas “naturais” o el pago de una excursión de unos 40 mil pesos a la paradisíaca Ilha do Campeche o a la más lejana pero atrayente Bombinhas, perteneciente al Continente. La clave era hacer, hacer, volver productivo el tiempo de descanso y gastar porque –paradoja mediante- todo era barato, entonces, solo quedó volver con los bolsillos secos para demostrar que se lo exprimió al máximo y llorar miseria todo el año.
Gracias, pero adiós
“Baja ya, argentino; te merecés un golpe en la cara. Baja ya del ómnibus”, le grita el hombre fuera de cámara a un compatriota nuestro en un video durante la escena de un pre-linchamiento luego de que “el flaco” le dijo “macaco” a una señora brasileña que se había quejado del roce de su mochila, que el argentino no atinó a bajar, en un viaje de Río a Buzios.
El turista fue arrestado “en flagrancia” por lesiones raciales. De este rubio irrespetuoso que pone cara de desentendido en el video que se viralizó al intrépido Federico Bruni que se metió en la selva de Sâo Bonifacio y nunca más salió hay un océano de diferencias, pero una misma intensidad: entre la detención y la muerte; entre la enfermedad (el famoso virus gástrico que asoló sobre todo a Camboriú) y la sobreexcitación permanente: así anduvieron los argentinos a bordo de la “banana” que surca el mar calmo de Canas Vieiras, con tres litros diarios encima de la “tradicional cerveja Antarctica” o la Brahma, en esas botellas ocres que, desde el eficiente enfriador, llevan a sonreírle a la vida.
Fue temporada de mar frío –por una inhabitual corriente desde el este, del océano abierto- incluso en las playas del norte; sobre el fin del verano, la inflación llevaba la caja de Garotos a unos diez mil pesos nuestros, y la “caipi” a otros tantos, como para que el “Brasil barato” se modere un poco y los ánimos se tranquilicen. Para que esa “ilha mágica”, que es lo más cercano que tenemos a un entorno tropical marítimo, comience a reparar lo dañado hasta que –de seguir la racha del dólar planchado- se produzca un nuevo aluvión, el verano próximo.