De víctimas a activistas: denunciantes de violencia obstétrica dan vida al colectivo Con Ovarios

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Han pasado ocho meses desde que 31 mujeres decidieron hacer públicas sus historias como pacientes del médico Jesús Luján Irastorza. No han transcurrido en vano. Reconocerse en las historias de otras, tener la certeza de que experimentaron violencia obstétrica y de que sus casos no eran aislados las llevó a construir un colectivo: Con Ovarios

Encontrar una vía legal para buscar justicia, informar y a la larga generar propuestas legislativas son los tres principales objetivos de un grupo de esas mujeres, que desde entonces comenzaron a contactarse y organizarse, un proceso que significó para ellas una transformación personal de denunciantes de violencia a activistas.

Aunque en un principio la intención era saber cómo podían actuar legalmente, conforme nació la idea de un colectivo se dieron cuenta que había otras tareas, como informar y conocer casos más recientes. El aspecto de incidir en la legislación se sumó cuando surgió entre ellas la inquietud de cómo hacer para que nadie más viviera ese tipo de violencias.  

El grupo de mujeres que están activas en el colectivo crearon una página de internet donde se coleccionan las historias, así como cuentas de Twitter e Instagram donde difunden información. 

“Tenemos la página web, que en realidad ahorita no la estamos promoviendo tanto, pero es un lugar donde pensamos que viene la información más importante y de fácil acceso. Contamos quiénes somos, qué misión tenemos, por qué nos fundamos y cuál es nuestra causa. Habla también de qué es la violencia ginecobstétrica

“Después de que nos supimos víctimas, nos dimos cuenta de que solo sabíamos ser víctimas, pero no sabíamos realmente todo el panorama de la violencia ginecobstétrica. Nos dimos cuenta de que nadie habla de la violencia ginecológica, y de la obstétrica no la saben ni pronunciar”, cuenta Liora. 

Además, se percataron de que un colectivo no podía surgir solo desde su experiencia personal, sino que era necesario profundizar su conocimiento del tema, reflexiona la activista. De esa manera, cada una decidió hasta dónde llevar su activismo, dependiendo de sus procesos personales.  

“Sí ha sido una transformación personal de víctima a activista, eso sí, porque cuando eres activista ya tienes que tener el panorama de México, qué sucede en todos los niveles. No estamos ahí, pero ha sido una curva de aprendizaje muy fuerte. Desde mi caso personal, no sabía diferenciar violencia gineco con obstetra”, confiesa Miwa. 

Liora añade que para cada una ha sido un cambio gradual, porque entre ellas coexisten todo tipo de procesos emocionales, psicológicos y físicos. Por ejemplo, algunas, cuando dieron a conocer su caso, lo vivían desde un lugar de tristeza y coraje, que para este momento se ha convertido en empoderamiento y rabia canalizada en acciones colectivas. 

La búsqueda de incidencia legislativa está conducida a que la violencia obstétrica –ejercida por cualquier médico– se sancione en los hechos. Por otro lado, siguen evaluando las alternativas legales para obtener justicia. 

Miwa, colectivo Con Ovarios.
Miwa, colectivo Con Ovarios.

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“Ya en el grupo, viene el encuentro con el abogado, ese es un paso muy importante: que por el artículo, el abogado contacta a una doula, ella a Liora y nos dice ‘este caso se los quiero llevar probono’. Me empodera mucho que nuestra causa está liderada por un despacho fuerte y un abogado profesional”, relata Miwa.

Además de videos con sus propios testimonios, una de las integrantes les hizo retratos –que se comparten en sus cuentas– en los que, describe Liora, está reflejado el dolor que vivieron, pero también el coraje acumulado en estos meses para alzar la voz. “Creo que es muy padre que, dentro del colectivo, cada una aporte lo que mejor sabe hacer en favor de la causa”, dice Liora. 

“Ha sido muy fuerte, porque yo cuando hablé contigo estaba desde un lugar súper vulnerable: de tristeza, de indefensión y de mucho coraje. Ahorita el coraje se ha hecho mucho más grande, más que lo demás, y es como una cosa de ‘tenemos que hacer justicia sí o sí, y lo vamos a lograr”, añade.

Esos no han sido los únicos efectos del nacimiento de Con Ovarios. En el proceso de acercamiento de todos los casos posibles, Lola se animó a alzar la voz, a 14 años de la violencia que vivió. En marzo pasado, junto con las publicaciones de Animal Político, su caso fue narrado por su suegra con sus propias palabras en una colaboración en el Plumaje, porque durante mucho tiempo, Lola había preferido no hablar de ello.

La fuerza del colectivo, donde Miwa y Liora la perciben ahora como una integrante muy activa a la que le dio mucha potencia pensar en que su hija alguna vez pudiera pasar por lo mismo, la convenció de narrar su testimonio, uno de los cuatro que tuvieron como consecuencia el fallecimiento de un bebé.

Liora, colectivo Con Ovarios.
Liora, colectivo Con Ovarios.

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“De una furia que me envenenaba a una furia constructiva”: Lola

En 2009, Lola estaba embarazada de su segundo hijo. Seis años antes, en 2003, en una cesárea había tenido una hija pequeña. Durante las dos semanas anteriores a la fecha aproximada en la que daría a luz, se hizo dos ultrasonidos que confirmaron que el bebé estaba bien neurológicamente y del sistema circulatorio. Lo único que llamó la atención es que tenía una vuelta de cordón umbilical en el cuello. 

Después de la cesárea anterior, esta vez había pensado en un parto natural. Recurrió a una doula que le iba a ayudar a facilitar un parto natural. Estaba confiada en que sería un parto más fácil, pero con el antecedente de la vuelta de cordón, le pareció mejor optar por un contexto hospitalario, donde todo estuviera listo en caso de cualquier complicación. La doula solía trabajar con el doctor Luján Irastorza.

Ella hizo el contacto, pero le aseguró que el médico estaría durante su parto. Llegó al hospital Santa Teresa –hasta ese entonces– y estuvo siete horas en trabajo de parto. El bebé no avanzaba, pero el personal solo la tranquilizaba y la animaba a que siguiera tolerando sus contracciones, sin aparente preocupación. Al ver el monitor, a Lola le pareció que ya había sufrimiento fetal. 

El doctor nunca apareció en todas esas horas. Para cuando llegó, el bebé ya se había encajado –estar preparado para salir–, por lo que la cesárea ya estaba descartada. Llegó apurado y gritando instrucciones. Decidieron hacerle la maniobra conocida como Kristeller –hoy contraindicada por especialistas en varios países–, en la que sintió que la empujaban muy duro y finalmente, escuchó algo que tronó dentro de su cérvix.   

“Sentí y escuché tronar”, dice. “Esto no está bien”, pensó en aquel momento. Lola cree que el personal médico a su alrededor también se dio cuenta porque retrocedieron y la llevaron de regreso a la cama. Le realizaron una episiotomía –corte que ensancha la apertura de la vagina–, y a partir de ahí, no recuerda con exactitud cómo salió el bebé entre empujones e instrucciones de que pujara. 

“Para cuando acabó todo y el bebé salió, todo mundo me abandonó. Yo sentía que me estaba desangrando, que me estaba muriendo. Nadie se quedó conmigo; nadie me volteó a ver. Yo sabía que algo estaba muy mal, pero la actitud del médico fue ir directo para resolver su problema, sin ningún tacto ni miramiento, ni reconocimiento del error que se había cometido por su ausencia”, relata.

El bebé de Lola no estaba respirando. Por su familia, sabe que estaba totalmente flácido, pero a ella no se lo volvieron a mostrar. Finalmente, la cosieron, con un hilo que no era degradable. Su cara estaba completamente enrojecida e hinchada. Unas horas más tarde le dijeron que el bebé tenía un daño cerebral muy grave. Su encefalograma era como un cuaderno de rayas: no se veía casi ningún movimiento.

Violencia obstétrica, colectivo Con Ovarios.
Colectivo Con Ovarios

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Al doctor no lo volvió a ver jamás. No obtuvo ninguna explicación más. Lola está convencida de que, tomando en cuenta la vuelta de cordón, en algún momento se debió tomar la decisión de realizar una cesárea o de maniobrar para liberar la vuelta. “Creo que fue una negligencia, en primera, de mi partera no tener clarísimo cuáles son las señales que dicen que en ese momento tienes que hacer una intervención, antes de que el bebé se encaje”, relata. 

Lola se había puesto en manos de profesionales, en los que tenía depositada su confianza. Pensaba que la apoyarían y tomarían las decisiones adecuadas. En aquel momento, ella apenas podía lidiar con el dolor. El bebé no mejoró y falleció. El acta de defunción describe que las causas fueron muerte cerebral, hipoxia neonatal, encefalopatía hipóxica isquémica y hemorragia intracraneana.  

Cuando se determinó la muerte cerebral, ya no había esperanzas, pero la familia siguió pagando el hospital. Tuvieron que tomar la decisión de que se le desconectara, y aun en ese momento, Lola pensó en las vidas que podían salvarse con la donación de sus órganos. “Me parecía también espantoso, pero igual imposible que su vida tan breve, de seis días, hubiera sido por nada”, dice. 

Decidió hacer el papeleo, y se hizo cargo económicamente del soporte de vida, que el hospital se negó a absorber mientras se hacían las pruebas. No hubo coincidencias, mientras el bebé poco a poco se deterioraba. En todos esos días, no la dejaron cargarlo ni tocarlo. 

“El único día que me dejaron cargarlo fue el día que lo desconectamos, para sentir cómo se moría en mis brazos… Solo sentí su peso en el momento en que la vida lo estaba dejando; eso me pareció súper cruel para él y para mí. Yo sentía que había mucha salud en que él y yo pudiéramos abrazarnos”, recuerda Lola. Le cantaron canciones y se despidieron de él. 

A Lola le ofrecieron hacer una autopsia, pero decidió dejar atrás el episodio. Había luchado todo lo posible, y sentía que no podía ver una cosa más. No había más energías ni deseos para actuar contra la gente involucrada. Fueron días que rompieron a Lola como nada nunca la había roto. Nadie más tenía energía. 

Teresa, la suegra de Lola, había sido antes terapeuta de Mariana, quien denunció a Luján por la vía civil por hechos similares. Tras el fallecimiento de su bebé, un año después del hijo de Lola, la mamá de Mariana contactó a Teresa y así fue como, con el tiempo, se conectaron azarosamente las historias. A instancias de su suegra, Lola ya seguía toda la actividad de Con Ovarios.

“Cuando me doy cuenta de la gran cantidad, y la forma de los abusos y de negligencia, la crueldad de este personaje, yo digo ‘sí hay manera’ porque ya es una ola… Ver el testimonio de otra mujer, y de otra mujer, me hizo decidirme a salir a hablar, entonces el delito que se cometió en contra mía ya prescribió…

“Espero que al salir a platicar y exponer esta situación tan cruda, le pueda permitir a otras personas que están atravesando ahorita una situación de muchísimo dolor y vulnerabilidad, tomar fuerza para defenderse y para, junto con todas nosotras, acogida, protegida y respaldada, podamos hacer un ejemplo de este médico, porque no es el único”, dice Lola con una furia que no se va, pero que ahora construye colectividad.