Por qué no debería darnos igual que Usman Garuba se vaya a la NBA

SAITAMA, JAPAN - AUGUST 03: Usman Garuba #16 of Team Spain reacts against Team United States during the second half of a Men's Basketball Quarterfinal game on day eleven of the Tokyo 2020 Olympic Games at Saitama Super Arena on August 03, 2021 in Saitama, Japan. (Photo by Gregory Shamus/Getty Images)
Photo by Gregory Shamus/Getty Images

Hubo un momento en el que la NBA era un lugar sagrado que contemplábamos con veneración. Quien dice "un momento", dice cincuenta años, más o menos hasta que empezaron a llegar los Bargnani y Tskitishvili de turno. Cuando Fernando Martín se fue a jugar a los Portland Trail Blazers, todos contuvimos el aliento y él se ganó un sitio en la eternidad. Cuando, años después, fue Pau Gasol el que se marchó a Memphis, aquello fue un acontecimiento nacional y los partidos se seguían de madrugada por la aplicación que hiciera falta, aunque aquellos Grizzlies no le ganaran a nadie.

Entre aquello y lo de hoy tiene que haber un punto medio. Este martes, por ejemplo, se anunció la marcha de Usman Garuba a los Houston Rockets después de rescindir su contrato con el Real Madrid. Garuba apenas tiene diecinueve años, pero ya ha sido un jugador importante en el equipo de Pablo Laso y este año ha debutado con la selección ni más ni menos que en unos Juegos Olímpicos. Pese a lo exótico del apellido, hablamos de un chico de Azuqueca de Henares, formado en las categorías inferiores de los distintos clubes de la zona hasta que llegó al Madrid de preadolescente. ¿Cómo es posible que su marcha a la NBA no levante más que un par de titulares perezosos?

Puede haber muchas explicaciones pero yo voy a quedarme con dos: de entrada, sospecho que la gran mayoría de la gente no sabe quién es Usman Garuba. El aficionado al baloncesto, y más el aficionado al Real Madrid, por supuesto que lo conoce... pero me temo que el baloncesto como deporte ha dejado de ser un fenómeno social, como sí lo era aún a principios de siglo. Después de años y años soterrados en la televisión de pago, es muy complicado seguir el día a día de los equipos, obligados además en demasiadas ocasiones a cambiar por completo de plantilla por cuestiones económicas.

En esas circunstancias, es imposible que la marcha de Usman Garuba merezca un análisis en clave nacional porque la gente está a Messi y Mbappé, y, esto del baloncesto cada vez está quedando más escondido en un segundo plano. El año y medio de pandemia, con los aficionados fuera de las canchas, tampoco ayuda, desde luego. Este problema de conocimiento de la actualidad no se limita a Garuba, por supuesto, tengo la sensación de que muchos aficionados, que sí conocen, claro, a Rudy Fernández, a Sergio Rodríguez o, por supuesto, a Marc Gasol, tampoco tenían ni idea de dónde había salido Alberto Abalde en los pasados Juegos.

El segundo factor a tener en cuenta es que, para muchos aficionados, jugar en la NBA ya no tiene nada de especial. Willy Hernangómez lleva jugando allí varios años sin que se comente nada, o muy poco, de sus actuaciones. En la actualidad, hay cuatro españoles jugando en la máxima competición del baloncesto: Ricky Rubio, Serge Ibaka, Willy y su hermano Juancho. El problema es que Ibaka hace mucho que no viene a la selección y los otros tres juegan en equipos mediocres. No es un problema exactamente de atención, sino de que nadie se ve un partido de los New Orleans Pelicans si no es para fijarse en Zion Williamson. De los Minnesota Timberwolves, mejor ni hablamos. Los de Luka Doncic, bien que nos los tragamos enteritos y sin quejas.

A veces da la sensación de que ir a la NBA es algo hasta natural, pero a lo largo de la historia, solo quince españoles lo han conseguido. No es algo tan sencillo, desde luego, y menos con diecinueve años. Las expectativas han cambiado: ya no nos basta con que jueguen ahí, tienen que triunfar. Si no triunfan como los Gasol, no nos interesan. No nos interesó el periplo de Claver, apenas el del Chacho en su segunda etapa, no pusimos ningún interés en Álex Abrines y pocos sabrán que hay un chico llamado Santi Aldama que ha firmado por los Memphis Grizzlies tras unos excelentes años en Loyola Maryland, una universidad de la que solo han salido nueve jugadores NBA en toda su historia.

Por un lado, el baloncesto de casa cada vez nos motiva menos y, por otro, desconfiamos de los que cruzan el océano porque suponemos que no van a hacerlo demasiado bien. Un prejuicio como otro cualquiera. Con todo, hay algo cruel e innecesario en todo eso: no puede ser que lo que fue el sueño de tantas generaciones ahora se entienda casi como un trámite. Que Usman Garuba -o Santi Aldama- estén el año que viene en la NBA es increíble. La muestra de que siguen saliendo jugadores jóvenes y prometedores de nuestro país ahora que la "generación de oro" ha dicho adiós definitivamente.

La marcha de Garuba, en concreto, añade además una connotación hasta cierto punto preocupante: los grandes equipos europeos se han convertido en canteras carísimas. Durante décadas, se han servido de los equipos más pequeños para pulir sus diamantes, pero ahora es justo al revés: uno gasta años de formación en un Doncic, un Bolmaro o un Garuba... y no sabe cuánto tiempo va a poder disfrutarlo porque viene un tiburón y te lo arrebata. Esto nos lleva al primer punto: ¿Es posible que la afición se identifique con equipos cuyos mejores jugadores pueden irse incluso en mitad de temporada a otro club? Parece complicado pero es lo que hay. Esa sensación de precariedad e improvisación constante no ayuda, desde luego. Y supongo que tanto te distancias de tu propia pasión que al final Garuba se va a los Rockets y, bueno, pues que le vaya bien.

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