La Unión Europea enfila hacia una nueva era de políticas de derecha en Occidente
WASHINGTON
Hace años que venimos hablando de una tendencia al parecer inexorable: poco a poco, la ultraderecha europea iba ganando terreno y se acercaba cada vez más al poder. Los cortafuegos políticos contra las facciones extremistas antes consideradas inaceptables fueron cayendo país por país. El “cordón sanitario” erigido por los partidos más tradicionales contra los descendientes putativos de los movimientos fascistas de Europa había finalmente colapsado. Se viene la ultraderecha, tronaban los titulares de la prensa.
Y los resultados iniciales de las elecciones para el Parlamento de la Unión Europea parecen indicar su llegada definitiva. En todo el continente, y especialmente en algunos de sus países más grandes, los partidos de ultraderecha lograron resultados contundentes y marcaron récords. La ventaja obtenida no es un pase libre para llegar al poder –la bancada mayoritaria en el Parlamento sigue siendo la coalición de partidos europeos de centroderecha, que puede colaborar con la centroizquierda tradicional–, pero pone el foco en una tendencia más profunda. La Unión Europea, elogiada durante años como un bastión posnacional de los valores de la democracia liberal, ahora no solo es hospitalaria con el nacionalismo iliberal, sino también posible cuna de una nueva era de derecha política en Occidente.
Debacle en dos grandes
La votación arroja una lectura desalentadora para centristas incondicionales como el presidente francés, Emmanuel Macron, y el canciller alemán, Olaf Scholz. Según las encuestas en boca de urna, los socialdemócratas de Scholz quedarían en un humillante tercer lugar, detrás de sus principales rivales de centroderecha y el partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD). Y Macron sufrió la derrota de su partido frente a la líder de extrema derecha Marine Le Pen, un castigo tan terrible que el presidente francés disolvió la Asamblea Nacional y programó elecciones parlamentarias anticipadas.
Sus dificultades tienen su eco del otro lado del Atlántico, donde el presidente Biden libra una dura batalla contra un movimiento trumpista que se ve explícitamente alineado con los partidos antiinmigrantes y “antiwoke” de la extrema derecha europea.
“Hace casi una década, en la primavera boreal de 2016, cuando los votantes del Reino Unido votaron a favor de abandonar la Unión Europea, se produjo el terremoto del Brexit, que fue la señal temprana de una tendencia global hacia el nacionalismo conservador”, escribió Nicholas Vinocur, de la revista Politico. “En retrospectiva, parece claro que ese movimiento en Europa en parte impulsó la sorpresiva victoria de Donald Trump sobre la demócrata Hillary Rodham Clinton en las elecciones presidenciales de Estados Unidos de aquel mismo año”.
Elogiada durante años como un bastión posnacional de los valores de la democracia liberal, la Unión Europea ahora no solo es hospitalaria con el nacionalismo iliberal, sino también la posible cuna de una nueva era de políticas de derecha en Occidente
Por supuesto que el Parlamento de la Unión Europea no es la institución más importante del continente. De hecho, ese Parlamento es menos poderoso que otras ramas institucionales de la UE, aunque ayuda a establecer la agenda del bloque. “No puede lanzar leyes por iniciativa propia, pero puede vetarlas y darles forma, y es responsable de aprobar el presupuesto de la UE, lo que le confiere cierta autoridad para marcar la agenda”, explicaron otros periodistas. “El año pasado, los miembros del Parlamento Europeo desempeñaron un papel clave en la negociación de las históricas regulaciones de la inteligencia artificial en la UE. El Parlamento también tiene la última palabra sobre la elección del presidente de la Comisión Europea, tal vez el cargo más poderoso del bloque.”
Todo indica que Ursula von der Leyen, la política alemana de centroderecha que ocupa el cargo desde hace cinco años, busca un segundo mandato. Esta vez, tal vez busque el respaldo de algunos líderes europeos de extrema derecha, en concreto, de la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, que se ha abierto camino desde la oscuridad de los márgenes hacia la corriente principal europea con mayor eficacia que cualquier otro líder nacionalista de Europa Occidental.
Para los analistas, el ascenso de Meloni es un ejemplo perfecto de cómo la extrema derecha puede llegar al poder: en Italia, la centroderecha quedó vaciada y no demostró ser una barrera para un partido cuyos orígenes se remontan directamente al neofascismo italiano de la Segunda Posguerra. Pero en el éxito de Meloni también ven un ejemplo de los límites de la capacidad de movilización colectiva de la extrema derecha: Meloni se ha mantenido a distancia –y en ocasiones se ha mostrado en desacuerdo– de compañeros de viaje que parecían cantados, como Le Pen, quien a su vez ha rechazado a sus homólogos de la línea dura del partido alemán AfD.
De todos modos, la política europea parece encaminarse hacia el punto en que esos partidos están alineados en términos generales: escepticismo en torno a las agresivas políticas climáticas de la UE y, con mayor contundencia aún, en cuanto el tema de la inmigración. “Los diferentes partidos de extrema derecha de toda Europa tienen una postura común en cuanto a identidad nacional, inmigración y el Islam, y es también donde convergen cada vez más con la centroderecha”, dice Hans Kundnani, miembro invitado del Instituto Remarque de la Universidad de Nueva York.
“El nuevo centro de poder no será tanto la extrema derecha”, observa el politólogo holandés Cas Mudde, sino la porción de ultraderecha del bloque de centroderecha de Von der Leyen, que aprovechará las presiones que ejercen Meloni y otros líderes para “empujar más a la derecha a los socios tradicionales de su coalición, particularmente en temas como el medio ambiente, la identidad de género y la sexualidad y, por supuesto, la inmigración”.
Más allá de las “fronteras abiertas” dentro de la Zona Schengen, la Unión Europea está trabajando arduamente para fortalecer sus barreras externas frente a la llegada de migrantes que solicitan asilo. Tras una investigación de un año, un consorcio de periodistas de medios de comunicación detalló recientemente que tanto la Unión Europea como los gobiernos europeos por su parte están apoyando y financiando a los Estados del norte de África que detienen a decenas de miles de inmigrantes y dejan abandonados a algunos de ellos en áreas remotas del desierto del Sahara.
Política “trumpista”
“La política de refugiados de la UE es mucho más trumpista de lo que la gente cree”, dice Kundnani, y agrega que una Unión Europea más abiertamente derechista “no será demasiado diferente de la Unión Europea actual”.
Kundnani argumenta que el momento actual desnuda “el mito del cosmopolitismo” en torno del que durante mucho tiempo giraron las discusiones de la Unión Europea y sus idealistas tecnócratas liberales de Bruselas. Algunos militantes del proyecto europeo creyeron que su funcionamiento era el primer paso hacia un mundo sin fronteras, pero la realidad política del continente cuenta una historia bastante diferente.
“La UE es una forma política de regionalismo, así como el Estado-nación es una forma política de nacionalismo”, apunta Kundnani. “Cuando alguien dice que es europeo, no está diciendo que es ciudadano del mundo”.
Los principales responsables políticos de la UE ahora tienen que lidiar con el pesimismo inherente a la articulación de lo que la extrema derecha considera que significa ser europeo. “La sensación de decepción de nuestras sociedades es desproporcionada”, le dijo al diario The New York Times el secretario de Estado del Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania, Thomas Bagger. “Dejamos de creer que habíamos logrado entender el largo arco de la historia, y que ese arco se inclinaba hacia la democracia. Cuando Rusia perdió su idea de futuro, el presidente Vladimir Putin recurrió al pasado. Nosotros corremos el peligro de caer en la misma trampa”.