Tuvieron que detener a las podadoras para salvar a las mariposas monarca
NUEVA YORK — Por lo general, la vía rápida de Long Island no es un lugar en el que las personas se quedan a pasar el rato, a menos de que estén atrapados en el tráfico.
Pero durante el verano, con frecuencia se puede ver a Robyn Elman caminando sola cerca de la cuneta de la carretera inspeccionando los parches ralos de algodoncillo crecido. Esa planta es la única fuente de alimento de las orugas antes de convertirse en mariposas monarca.
Durante los últimos años, Elman, de 47 años, se ha dado a la tarea de salvar a las mariposas monarca, que están a punto de entrar a la lista de especies en peligro de extinción. Su manera de hacerlo es evitando que poden el algodoncillo, el cual crece silvestre en la ciudad de Nueva York.
“Siento que estamos acabando con gran parte de la vida silvestre, ya ni siquiera le estamos dando la oportunidad de existir”, afirmó Elman respecto a las mariposas monarca. Según los expertos, la pérdida de su hábitat y el cambio climático redujeron la población de esa especie más del 80 por ciento en los últimos 20 años.
Hasta este año, la tarea de Elman había sido solitaria, pero este verano conoció a dos personas con ideas similares, con quienes formó algo así como un trío improbable que logró, en una victoria humilde, proteger veintitantos hábitats de la mariposa monarca en Queens y el Bronx.
Elman empezó a pensar en el algodoncillo silvestre hace cuatro años, cuando comenzó a criar mariposas monarca en su jardín en el vecindario de Bellerose, en Queens. Recogía los huevos de las plantas que crecían a lo largo de las carreteras en el norte de Queens, pero a menudo encontraba las plantas reducidas a tallos.
Fue devastador, dijo, encontrar cientos de orugas y huevecillos destruidos.
De inmediato, Elman se dispuso a hablar con otros ecologistas y dirigentes locales, implorándole a cualquiera remotamente interesado en la biodiversidad que le indicara la dirección de los responsables de cortar el césped.
Pasó por tres concejales, un trabajador municipal desinteresado y un intermediario que el ayuntamiento asignó a su caso. Incluso envió una presentación al Departamento de Saneamiento y habló con una persona de allí, pero no obtuvo ningún resultado.
Hasta que le presentaron a Frank Coniglio, director de mantenimiento de vías principales de la ciudad de Nueva York.
Coniglio, de 58 años, quien lleva 37 trabajando en el Departamento de Transporte, se ocupa de todo, desde emergencias de tráfico hasta el arreglo de baches. Después del 11 de septiembre, ayudó a dirigir las tareas de limpieza. Es padre aficionado del futbol, seguidor de los Yankees de Nueva York, amante de los autos antiguos y no es precisamente un ecologista.
Elman le enseñó a Coniglio un mapa de todos los puntos donde crecía el algodoncillo y él asintió. Ya conocía el tema.
Seis años atrás, un hombre mayor de Brooklyn le pidió a Coniglio que dejara de segar el algodoncillo bajo el puente Verrazzano-Narrows por el bien de las mariposas. Y unos años más tarde, una organización sin fines de lucro cercana a la frontera de Westchester le suplicó que dejara de cortar el césped por la misma razón.
Además, en las últimas semanas, otra mujer había llamado de manera insistente a su oficina para preguntarle por el algodoncillo, según Coniglio. Le dijo a Elman: “Tengo una señora en el Bronx que está volviendo loco a mi equipo de trabajo”.
Se llamaba Patti Cooper. Había encontrado algodoncillo arrasado a lo largo de la autopista Hutchinson River y quería que él hiciera algo al respecto.
Después de todo, Elman no estaba tan sola.
Durante todo el mes de junio, las dos mujeres trabajaron para persuadir a Coniglio de que dejara crecer la planta de manera silvestre.
“Al principio, era un poco escéptico”, dijo Coniglio, “porque eran muy autoritarias”.
No obstante, lo presionaron hasta convencerlo, lo que incluyó el envío de videos de YouTube sobre la importancia de la planta y la difícil situación de las mariposas monarca. “Te habla de cómo son polinizadoras y de todo lo que hacen por el medio ambiente”, explicó Coniglio.
Cooper, de 59 años, recuerda que en una de sus visitas le preguntó: “Lo que les pase a las mariposas nos pasará a nosotros, ¿cierto?”.
Elman le preguntó a Coniglio si conocía otras zonas de algodoncillo. Coniglio mencionó varias, entre ellas algunas cerca de la autopista Utopia y el bulevar Kissena, y dijo que “hizo que los trabajadores tampoco las cortaran durante el verano”.
Al final del verano, se habían protegido unas 20 zonas de algodoncillo, algunas cerca de grandes almacenes, clínicas dentales y salones de perforación corporal, y todas las que estaban cerca de autopistas.
Por pequeña que sea la victoria en una época de incendios forestales y calentamiento de los océanos, estos neoyorquinos lo lograron.
“Todo el mundo se sintió muy bien”, aseveró Coniglio. “Como si estuviéramos haciendo algo positivo”.
Muchas personas aseguran que el cambio climático es la crisis existencial de nuestro tiempo y, mientras los neoyorquinos ven cómo sus dirigentes se apresuran a reducir las emisiones de carbono de los edificios y construir diques, es difícil saber qué hacer, cómo ayudar.
Urooj Raja, profesora adjunta de Defensa del medio ambiente y cambio social en la Universidad Loyola de Chicago, entrevistó a 33 ecologistas para un estudio publicado en fechas recientes sobre lo que los motiva.
“Algunos dijeron sentirse abrumados, como si se estuvieran ahogando”, narró Raja. “Pero cuando participaban en acciones cívicas, como llamar a los representantes del Congreso o enseñarles a otras personas sobre el cambio climático o la ecología, ese tipo de cosas les ayudaba a sentir que tenían algún tipo de control modesto sobre la situación”.
Raja dijo que el criterio de hágalo-usted-mismo de Elman para la conservación en su rincón de Queens podría estar “ayudándola a pensar en la magnitud de este problema”.
Al final del verano, Elman dirige sesiones de marcado, en las que, antes de ser liberadas, se les ponen calcomanías con números a las mariposas monarca que se dirigen a México en su migración anual.
En septiembre, Cooper asistió a una de ellas, sin saber que Elman la dirigía. “Nos reímos mucho”, dijo.
Pero el marcado tiene intenciones serias, afirmó Cooper. Etiquetarlas (y la “ciencia ciudadana” en general, que consiste en registrar y compartir los avistamientos de orugas) puede ayudar a llevar un registro de la población de la mariposa monarca. “Es una manera de formar parte de su historia y esperemos que de la historia de su supervivencia”, concluyó Cooper.
c.2023 The New York Times Company