Tus anticuerpos contra el coronavirus están desapareciendo, ¿deberías preocuparte?
Tu sangre lleva el recuerdo de cada patógeno que ha conocido. Si te contagiaste con el coronavirus, lo más probable es que tu cuerpo también lo recordará.
Los anticuerpos son el legado de ese encuentro. Entonces, ¿por qué tantas personas afectadas por el nuevo virus han descubierto que pareciera que no tienen anticuerpos?
Culpa a las pruebas.
La mayoría de las pruebas comerciales de anticuerpos ofrecen respuestas directas de sí o no. Esos exámenes son célebres por entregar falsos positivos, es decir, arrojan resultados que indican que alguna persona tiene anticuerpos cuando, en realidad, no los tiene.
Pero, en el caso del coronavirus, el volumen de los anticuerpos cae bruscamente cuando se termina la enfermedad aguda. Por eso, cada vez queda más claro que estas pruebas también pueden producir falsos negativos, obviando los anticuerpos contra el coronavirus que están presentes en el organismo pero en niveles bajos.
Además, algunas pruebas —incluidas las fabricadas por Abbott y Roche y ofrecidas por Quest Labs y LabCorp— están diseñadas para detectar un subtipo de anticuerpos que no confieren inmunidad y disminuyen de manera más rápida que los del tipo que puede destruir el virus.
Varios expertos afirman que eso significa que la disminución de los anticuerpos, como lo demuestran las pruebas comerciales, no necesariamente representa una disminución de la inmunidad. Los estudios a largo plazo de anticuerpos, destinados a evaluar cuán ampliamente se ha propagado el coronavirus, también pueden subestimar la prevalencia real.
“Estamos aprendiendo mucho sobre cómo cambian los anticuerpos con el tiempo”, dijo Fiona Havers, epidemióloga médica que ha dirigido ese tipo de estudios para los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos.
Un virus extraño, pero también como otros virus
Pareciera que la narrativa sobre la inmunidad al coronavirus ha cambiado constantemente y, en parte, eso se debe a que este virus era algo extraño para los científicos. Pero cada vez está más claro que se comporta como cualquier otro virus.
Así es como generalmente funciona la inmunidad a los virus: el encuentro inicial con un patógeno, generalmente en la infancia, sorprende al cuerpo. La enfermedad resultante puede ser leve o grave, dependiendo de factores como la dosis del virus y la salud del niño, el acceso a la atención médica y la genética.
Una enfermedad leve puede desencadenar la producción de solo unos pocos anticuerpos y una grave, de muchos más. Según Havers, la gran mayoría de las personas que se infectan con el coronavirus presentan pocos o ningún síntoma, y esa gente puede producir una respuesta inmune más leve que quienes se enferman gravemente.
Pero, a menudo, una infección menor es suficiente para enseñarle al cuerpo cómo reconocer al intruso.
Después de que termina la batalla, las células en forma de globo que viven en la médula ósea bombean constantemente un pequeño número de asesinos especializados. La próxima vez —y en cada ocasión que sea necesario— que el cuerpo se encuentre con el virus, esas células pueden producir anticuerpos en masa en cuestión de horas.
La respuesta mnemotécnica se fortalece con cada encuentro. Ese es uno de los grandes milagros del cuerpo humano.
“Cualquiera que sea su nivel actual, si se infecta, sus títulos de anticuerpos aumentarán”, dijo Michael Mina, inmunólogo de la Universidad de Harvard, refiriéndose a los niveles de anticuerpos en la sangre. “La segunda vez, el virus nunca tendrá ni siquiera una oportunidad”.
Una sola gota de sangre contiene miles de millones de anticuerpos, todos al acecho de sus objetivos específicos. A veces, como puede ser el caso de los anticuerpos contra el coronavirus, hay muy pocos para obtener una señal positiva en una prueba, pero eso no significa que la persona examinada no tenga inmunidad al virus.
“Incluso si sus anticuerpos disminuyen por debajo de los límites de detección de nuestros instrumentos, no significa que su ‘memoria’ se haya ido”, dijo Mina.
Es posible que un pequeño número de personas no produzca anticuerpos contra el coronavirus. Pero incluso en ese caso poco probable, tendrán la inmunidad celular que incluye células T que aprenden a identificar y destruir el virus. Según varios estudios recientes, prácticamente todos los infectados con el coronavirus parecen desarrollar respuestas de células T.
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“Esto significa que incluso si el título de anticuerpos es bajo, las personas que fueron previamente infectadas pueden tener una respuesta de células T lo suficientemente buena como para estar protegidas”, dijo Akiko Iwasaki, inmunóloga de la Universidad de Yale.
Sin embargo, las células T son más difíciles de detectar y estudiar por lo que, cuando se trata de inmunidad, los anticuerpos suelen recibir toda la atención. El coronavirus transporta varios antígenos (proteínas o partes de una proteína) que pueden provocar que el cuerpo produzca anticuerpos.
Los anticuerpos más potentes reconocen una parte de la proteína espiga del coronavirus, el dominio de unión al receptor (RBD, por su sigla en inglés). Esa es la parte del virus que se acopla a las células humanas. Solo los anticuerpos que reconocen al RBD pueden neutralizar el virus y prevenir la infección.
Pero las pruebas de Roche y Abbott que ahora están ampliamente disponibles, y muchas otras que fueron autorizadas por la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos (FDA, por su sigla en inglés), buscan anticuerpos contra una proteína llamada nucleocápside, o N, que está unida al material genético del virus.
La proteína N es abundante en la sangre, y la prueba de anticuerpos produce una señal más rápida y brillante que el examen de anticuerpos contra la proteína espiga. Sin embargo, como las pruebas de anticuerpos se utilizan para detectar las infecciones pasadas, los fabricantes no están obligados a demostrar que los anticuerpos que buscan son aquellos que realmente confieren protección contra el virus.
Los funcionarios de la FDA no respondieron a las solicitudes de comentarios sobre si ambas pruebas apuntan a los anticuerpos apropiados.
Hay otro detalle en esta historia. Algunos estudios sugieren que los anticuerpos contra la nucleocápside viral pueden disminuir más rápido que los del RBD o los de la espiga completa, que son los realmente efectivos.
Jonathan Berz, un médico de Boston, dio positivo por el virus a principios de abril, pero se sintió bien, aparte de tener un dolor de garganta. Su esposa se sentía más enferma y, a pesar de varias pruebas de diagnóstico negativas, permaneció convaleciente durante semanas.
“Inicialmente, como familia, dijimos: ‘Oh, desafortunadamente nos enfermamos’”, comentó Berz. “Pero el lado bueno de eso es que vamos a tener inmunidad”.
A principios de junio, la pareja y sus dos hijos se hicieron las pruebas de anticuerpos de Abbott que fueron procesadas por Quest. Los cuatro dieron resultados negativos. Berz estaba decepcionado, a pesar de que sabía que la inmunidad es un sistema complejo y que las células T también juegan un papel.
Como médico en una clínica de COVID-19, siempre había actuado como si corriera el riesgo de infectarse. Pero, después de ver los resultados de los anticuerpos, dijo que su “nivel de ansiedad acaba de aumentar”.
Una vocera de Abbott dijo que la prueba tenía una sensibilidad del 100 por ciento 17 días después de que comenzaron los síntomas, pero no proporcionó información sobre la sensibilidad más allá de ese tiempo.
Beatus Ofenloch-Haehnle, quien dirige la investigación de pruebas inmunológicas en Roche, defendió el examen de anticuerpos de la compañía. Su equipo ha rastreado los anticuerpos N en 130 personas que presentaban síntomas leves o no los exhibían y aún no ha detectado una disminución, dijo.
“Hay alguna fluctuación, pero no mengua en lo absoluto”, dijo. “Tenemos muchos datos, y ya no confiamos en la teoría”.
El anticuerpo N puede ser un representante decente de la inmunidad, agregó Ofenloch-Haehnle.
También mencionó un estudio del sistema sanitario de Inglaterra que sugiere que las pruebas de Abbott y Roche funcionan bien hasta 73 días después del inicio de los síntomas.
“Creo que deberíamos tener cuidado antes de llegar a conclusiones precipitadas”, sugirió.
This article originally appeared in The New York Times.
© 2020 The New York Times Company