Se transforma la tradición navideña de la parranda en la diáspora floridana

Se transforma la tradición navideña de la parranda en la diáspora floridana

Abitto Pérez y Julio Oliveras, músicos y dueños del grupo Batujangueo, no pueden olvidar aquella parranda en Kissimmee, cuando en el momento culminante de la buya, un vecino norteamericano tocó a la puerta de la residencia donde celebraban la fiesta para pedirles que suspendieran el evento porque recién había acostado a su bebé.

“Ni modo, terminamos la parranda ahí por consideración, porque también tenemos hijos y porque además ya habíamos tocado la última canción”, dijo con resignación Pérez al recordar el momento.

Pero no ha sido el único.

En otra ocasión, y como las parrandas están prohibidas en Estados Unidos, estaban tocando en un evento planificado. “Pero el concierto se extendió y de momento ¡pum! Desconectaron todo”, contó Oliveras. Apagaron el equipo de sonido porque ya eran las diez de la noche y era muy tarde para estar tocando instrumentos y cantando a viva voz, explicó.

“Al menos, el productor tuvo la gentileza de llevarnos a un almacén cerrado y allí pudimos tocar y hacer la parranda. Estuvo muy bueno”, comentó Pérez quien vive en Florida hace siete años y es natural de Naguabo, un pueblo en la costa este de Puerto Rico.

“Pero en otros lugares hemos tocado hasta que ha venido la Policía a mandarnos a parar. Una vez llegó un Policía, pero el agente era hispano y él nos entendió. Por suerte cuando llegó a pedirnos que dejáramos de tocar, ya habíamos terminado el set”, dijo Oliveras.

Sus testimonios son ejemplos de cómo la tradición navideña de la parranda ha tenido que sufrir grandes adaptaciones para poderse mantener viva en la diáspora y ajustarse a las reglas y leyes de convivencia en Estados Unidos.

En Puerto Rico es agradable, deseable y esperado que a horas de la madrugada suene un estridente estallido musical que despierte a medio vecindario a son de guitarras, cencerros acompañados de un coro más o menos afinado. Pero en Estados Unidos esto es un delito.

“Para parrandear aquí en Florida nosotros nos las ingeniamos. Los boricuas somos tercos. Nos dicen que no y nosotros nos las inventamos pues la parranda significa unión y gozadera aunque ya no podamos cantar fuera de la casa y tengamos que hacerlo adentro y cantar y tocar a un volumen bajito”, dijo Pérez cuyo grupo musical se caracteriza por dar énfasis a los instrumentos de percusión caribeños.

Algunos de estos ajustes incluyen el hacer las parrandas temprano en la noche, coordinarlas con anticipación con quien las va a recibir y realizar las parrandas en el interior de la casa a un volumen moderado. En otros casos, las parrandas en las casas han sido sustituidas por reuniones en salones o restaurantes a donde llega un grupo musical y, en casos extremos, parrandas en horas del día, explicaron los músicos de Batujangueo.

Oliveras, es natural de Fajardo -pueblo al noreste de Puerto Rico- y contó que cuando se mudó a Florida hace ocho años y comenzó a vivir estas limitaciones sintió una enorme frustración.

“Es bien difícil como puertorriqueño el no poder disfrutar la Navidad en la forma que a nosotros nos gusta celebrarla. Y Fue tan duro que me dieron deseos de regresarme a Puerto Rico pues tan pronto empezábamos a tocar en cualquier sitio, enseguida los dueños de la casa se asustaban y nos mandaban a bajar el volumen y a entrar a la casa. Ya no hay sorpresa y hay que llamar para coordinar la parranda. En Puerto Rico, aun cuando hay acceso controlado en muchas urbanizaciones, uno negocia con los guardias de la caseta y ellos te dejan pasar”, dijo Oliveras.

Pérez entiende que es importante respetar las reglas y leyes del lugar a donde una llega a vivir. Sin embargo, está convencido que será cosa de tiempo cuando todo esto cambie. “Cada vez vamos creciendo más y más y en la medida que nos vayamos uniendo creo que esto podría ir cambiando. Además, es importante que nos mantengamos educando a nuestros hijos para que esto no se pierda, aunque estemos fuera de la Isla”, dijo Pérez.

De hecho, Pérez dijo que, si bien algunos norteamericanos consideran estas expresiones musicales como una ruidosa molestia, otros la aprecian como parte de la diversidad cultural que hace de Florida un estado diferente.

“Algunos norteamericanos, al escuchar la música y el ritmo, se acercan motivados y preguntan qué es la música que tocamos y se animan porque es diferente. Recuerda que el americano no tiene estos ritmos ni estos tambores acústicos. A veces preguntan y quieren aprender y ahí uno aprovecha y los educa sobre nuestra historia y cultura. Pero hay otros que sienten que hemos llegado a imponernos y a hacer alboroto”, dijo Pérez.