Ante la trampa de marcar límites, a menudo son los presidentes quienes caen en ellas

El presidente Joe Biden hace declaraciones durante un acto en la sala este de la Casa Blanca en Washington, el 23 de febrero de 2024. (Pete Marovich/The New York Times)
El presidente Joe Biden hace declaraciones durante un acto en la sala este de la Casa Blanca en Washington, el 23 de febrero de 2024. (Pete Marovich/The New York Times)

WASHINGTON — Cuando el presidente Joe Biden declaró durante el fin de semana que estaba marcando “límites” respecto a las acciones militares de Israel en la Franja de Gaza, parecía intentar elevar el costo potencial para el primer ministro Benjamín Netanyahu a medida que su relación se desploma hasta nuevos puntos bajos.

No obstante, Biden nunca explicó qué pasaría, con exactitud, si Netanyahu lo ignoraba y continuaba con la operación militar de Israel al invadir la ciudad de Ráfah, ubicada al sur, un paso que el mandatario estadounidense ha indicado (en repetidas ocasiones) que sería un gran error. No queda claro si se mostró dubitativo porque no quiso dar indicios sobre la respuesta que podría estar preparando o porque no quería ser criticado si daba marcha atrás a cualquier acción que tuviera en mente.

O tal vez, dada su abundante experiencia en el Senado y la Casa Blanca, recordó que marcar límites tuvo malos resultados para los expresidentes Barack Obama, respecto a Siria, y George W. Bush, en relación con Corea del Norte e Irán. Los aliados estadounidenses en el Medio Oriente quedaron estupefactos con el cambio de parecer de Obama. A Bush se le criticó posteriormente por haber invadido un país que no tenía armas nucleares (Irak) mientras que Corea del Norte hizo pruebas de su primera arma nuclear durante su gestión.

Los límites marcados por Biden fueron ignorados (e igualados) de inmediato por Netanyahu, quien respondió: “¿En serio? Yo voy a marcar límites. ¿Sabes cuál es ese límite? Que los actos del 7 de octubre no se repitan”. Por supuesto, el primer ministro se refería al ataque de Hamás que causó la muerte de 1200 personas en Israel, que muchos más se conviertieran en rehenes y que precipitó una guerra que se encuentra en su sexto mes.

Tales menciones de establecer límites no son nuevas. Los líderes de todos los tipos, desde líderes de democracias hasta autócratas despiadados, a menudo invocan la frase para describir acciones que otro país ni siquiera debe contemplar, porque las consecuencias serían más dolorosas de lo que pudieran imaginar. Lo extraño en este caso es que los límites son marcados por dos aliados que con frecuencia celebran lo allegados que son, pero cuyo diálogo ha empezado a convertirse en algo ponzoñoso.

La implicación aparentemente obvia de la amenaza de Biden es que si los israelíes decidieran continuar con sus planes y efectuaran otra operación militar con muchas bajas civiles, Biden impondría por primera vez restricciones a cómo Israel puede hacer uso de las armas que Estados Unidos le está suministrando. Hasta ahora, el presidente estadounidense ha rechazado cualquier decisión de ese tipo (a pesar de que Washington pone condiciones a casi todas las ventas de armas, incluyendo requerir un compromiso de Ucrania de que no disparará misiles estadounidenses, artillería o drones dentro de Rusia).

No obstante, algunos funcionarios estadounidenses afirman que parece que Biden está reconsiderando poco a poco su aversión a los límites sobre cómo Israel podría usar el armamento que adquiere. Según funcionarios que han conversado con él, no ha tomado decisiones y aún parece estar debatiendo la pregunta en su mente.

Conforme los reporteros trataron de extraer detalles de la Casa Blanca sobre qué quiso decir exactamente el presidente, Jake Sullivan, el asesor de seguridad nacional, desestimó la idea el martes de que Biden haya fijado ningún “límite”, al calificarlo de un “juego de salón de seguridad nacional” y una distorsión de lo que el mandatario dijo.

Sullivan puntualizó: “El presidente no hizo ninguna declaración, pronunciamiento o anuncio”.

Sullivan, quien se había reunido horas antes con el embajador israelí, de igual manera no declaró sobre los informes de que Biden impondría restricciones a las armas si Israel continúa con la operación en Ráfah. El asesor indicó: “No vamos a engancharnos en situaciones hipotéticas sobre lo que pasará después y los informes que pretenden describir lo que piensa el presidente son especulaciones desinformadas”.

No obstante, el propio Biden descartó retirar cualquier arma defensiva, tales como el Domo de Hierro, el proyecto de defensa de misiles estadounidense-israelí que ha interceptado misiles de corto alcance disparados contra Israel por Hamás.

Biden dijo la semana pasada en una entrevista con MSNBC: “Es un límite, pero nunca voy a abandonar a Israel. La defensa de Israel todavía es crítica. Así que no hay un límite en el que vaya a eliminar todas las armas, de manera que no tengan el Domo de Hierro para protegerse”.

Biden advirtió: “Pero hay límites que si los cruza...” y se desvió del tema para no completar la frase (o la amenaza). “No puede haber otros 30.000 palestinos muertos”.

Al usar la palabra “límites”, que alude a la activación de una trampa, Biden también se ha metido en territorio peligroso para los presidentes estadounidenses. Una y otra vez durante las últimas décadas, los predecesores de Biden han descrito límites que los adversarios o aliados de Estados Unidos no deberían rebasar sin atenerse a las consecuencias más severas.

Y una y otra vez han llegado a arrepentirse de ello.

Pensemos en la declaración de Obama en agosto de 2012 cuando los informes de inteligencia indicaban que el presidente sirio, Bashar al Asad, se estaría preparando para usar armas químicas contra su propio pueblo. Obama no había intervenido en las convulsiones internas de Siria, pero un día en la sala de prensa de la Casa Blanca, el entonces mandatario dijo a los reporteros que si Al Asad movilizaba o usaba cantidades grandes de armas químicas, él cruzaría un “límite” y agregó: “Cambiaré mi cálculo”.

Para la primavera de 2013, era evidente que Al Asad estaba haciendo precisamente eso y cuando un alto funcionario de inteligencia israelí declaró que eso estaba ocurriendo, el gobierno israelí tuvo que recular de los comentarios, por temor a que los hallazgos de inteligencia dejaran a Obama sin espacio para maniobrar. Para principios del verano, comenzaba a ser claro que las armas estaban en uso activo, pero Obama canceló un ataque planeado a las instalaciones de Al Asad, debido a la inquietud de que generara más ataques químicos (y atrajera a Estados Unidos a otro conflicto a gran escala en el Medio Oriente).

Bush se encontró en una situación similar en 2003, cuando declaró que no “toleraría” una Corea del Norte con armas nucleares. Ese verano, empleó la misma palabra para asegurar que no permitiría que Irán obtuviera la capacidad de construir un arma nuclear.

Durante la presidencia de Bush, los norcoreanos probaron un arma nuclear (desde entonces, han hecho pruebas de cinco más) y los iraníes lograron avances en esa capacidad. Además, mientras Estados Unidos ha intensificado las sanciones y amenazado con acciones militares contra ambos, Corea del Norte tiene un arsenal tan significativo que los funcionarios estadounidenses prácticamente han abandonado la idea de que dicho país en algún momento se deshaga de las armas.

c.2024 The New York Times Company