Tragedia en Bahía Blanca. De “perdí todo” a “seguir adelante”, la recuperación de los comercios más afectados por la inundación
BAHÍA BLANCA (Enviado especial).- Ya puteó. Ya lloró, se arremangó, sacó agua y después barro. Un montón. Secó lo que pudo y tiró lo irrecuperable. Ahora Sergio Rosemblat se calza el delantal de trabajo no ya para limpiar su local de muebles de pino, ahora bien presentable y seco, sino para lijar una de dos cajoneras tipo de chifonier que son los primeros pedidos que recibe de vecinos que lo han perdido todo. “Capaz que este cliente no los necesita y lo hace solo para tirarme una soga y que vuelva a tener un ingreso…., qué sé yo”, dice y sospecha frente a tanto abrazo y apoyo recibido. Incluso de quienes perdieron tanto o más que él.
Hace ocho días su historia se contaba aquí mismo, cuando se lo veía con secador en mano en ese baldeo repetido, eterno. Y lloraba, claro, por impotencia y por bronca. Poco más de una semana después cambió el chip y arrancó la recuperación. “También hay que dejarse ayudar”, aprendió. Aunque la inundación dejó huellas hasta en detalles inesperados. “Se traba, se humedeció y se para”, advierte sobre la lijadora de mano que ahora anda cuando y como quiere.
En eso andan esta ciudad y su gente. De aquel retumbante “Me arruinó” y estridente y repetido “Perdí todo” a una lenta, dura, pero sostenida instancia de reactivación. Volver a empezar en la medida que las condiciones, los materiales, los insumos y los proveedores lo permiten.
Por lo pronto, entre tantas que quizás ya no vuelvan a subir, hay cada día alguna persiana más que se levanta para recibir a los clientes. Con lo que hay, es cierto, porque gran parte fue al predio de disposición final de residuos. Ya se fue el par de toneladas de alimento para perros húmedo y apilado, entre agua y barro, frente al petshop Punto Mascota. Y en la esquina próxima donde aquel sábado había decenas de lavarropas empapados, destinados a reparación, hoy están sus tambores y cascos, condenados a chatarra. Borrón y cuenta nueva.
Dos de cada tres residentes del distrito sufrió daños de menor o mayor gravedad. Totales para muchos de ellos por un metro o más de agua en casas y comercios, establecimientos industriales e instituciones. Ni hablar en subsuelos, como le pasó a Rolando Arancibia y su mujer, Sabina Correa, que desde hace siete días y con compresor y soplete más ayuda de varios amigos intentan secar toneladas de mercadería empapada en su salón de ventas y depósito de su distribuidora de juguetes.
Invita a LA NACIÓN a mirar esa planta inferior, todavía parcialmente inundada. “Este es un sótano de 150 metros cuadrados repleto de juguetes y tenemos que ver qué vamos a hacer con todo esto”, afirma y señala lo que tiene repartido también en el salón de ventas y la vereda. Es un emprendimiento que iniciaron hace seis años con una inversión de apenas US$1500 en un garage, creció y ahora se destrozó con este temporal de agua. “En el anterior desastre por los vientos nos fuimos a ayudar a la gente; juro que hoy me gustaría estar entre los que están ayudando a otros”, cuenta.
Comprensión
“Por suerte los proveedores nos están entendiendo”, resalta del otro tipo de asistencia que en este caso necesitan los comerciantes: o bien la llegada de mercadería y maquinaria de reposición con alguna alternativa de financiación o, como viene ocurriendo según los testimonios, la confianza ciega de garantizarles lo que necesiten. Rolando dice que alguno le ha ofrecido hasta dinero en efectivo. Volver a abrir, sabe, llevará tiempo.
“Pérdidas totales” anunciaba hace una semana Patricia Colalongo, y aun cuando todavía no había terminado de revisar la totalidad de la mercadería no se equivocaba. Hoy, lejos de rendirse, tiene su local otra vez colmado de mercadería, favorecida por su condición de fabricante de muebles y otros artículos de decoración.
“Apretamos los dientes y seguimos, no queda otra”, explica a LA NACIÓN y acompañada de su hijo terminan de acomodar sillones, mesas y otros mobiliarios, que con gran presencia de telas entre sus materiales se puede presumir cómo terminaron los que desde la mañana del viernes 7 empezaron a quedar bajo el agua. “Se salvaron solo dos, ahí están a la venta como saldo”, señala y muestra.
Que no será fácil no tiene que ver solamente con la reposición de mercadería. En su caso, al frente de Punto Living, pero como muchos vecinos en igual condición, todavía no tienen servicio de electricidad. “Y no lo vamos a tener por un largo tiempo”, dice y remarca al estirar el adjetivo. Es que están en planta baja de un edificio que además tiene cochera en subsuelo. Se inundó con una complicación adicional: allí estaban todas las cámaras que concentran la distribución de tableros y conexiones de energía.
En este caso, por afectación de la zona pero cuadro repetido en otros puntos de la ciudad, sin servicio eléctrico no tienen agua porque no pueden hacer funcionar los motores que la eleven a las cisternas. Deben cargar con bidones, allí donde consigan, y traer para limpiar, porque el polvillo que quedó cuando se fue el agua no para de ingresar en casas y locales.
A las complicaciones se suman la imposibilidad en algunos casos de realizar operaciones electrónicas para venta y facturación. Registradoras fiscales se han perdido por miles y la reposición será lenta. Lo mismo las terminales de cobro para tarjeta de crédito o débito. En los primeros días el pago en efectivo fue opción A, B y C. Ahora, que volvió la conectividad, la alternativa de transferencias bancarias está salvando la coyuntura.
Seguros
El otro golpe está llegando a cuentagotas y tiene que ver con los seguros. Es que si bien la mayoría de los comercios y buena cantidad de viviendas tenían alguna cobertura, en muy pocas excepciones estaba contemplada una situación derivada de un fenómeno natural como este. Los enojos y algo más empiezan a dirigirse hacia ese rubro.
“Otro aprendizaje que queda es que hay que leer la letra chica de la póliza”, recomienda Ariel Miguel, al frente con sus dos hermanos de una distribuidora textil que, como mostró LA NACIÓN hace una semana, quedó con cientos de rollos de tela y prendas bajo un metro de agua. No tendrá ninguna indemnización de su compañía aseguradora. “Todo lo que se ha podido salvar y tenía agua se está donando”, comenta sobre este lento proceso de descartar lo que por daño queda fuera del circuito comercial, pero con un buen lavado puede ser bien utilizado. Por eso hizo llegar varias partidas de tela para ropa blanca a hospitales locales, de Coronel Dorrego e incluso de Viedma.
Al menos una semana más calcula que llevará terminar de retirar lo que ya no sirve y acomodar el comercio a tiempos de normalidad. El lunes se abrirá una serie de jornadas con remate de telas y algunos otros productos, desde sábanas a camisones. Es para recuperar algo de tanto perdido.
Ariel mira hacia atrás y rescata que su camioneta, estacionada en la puerta, pudo ser recuperada a pesar de tanta agua. También que ninguno de la familia ni sus empleados resultó lastimado. “Tomamos este temporal como un mal negocio del año”, dice con ojos de comerciante y reconoce que fue un “golpe muy fuerte” que “va a costar el año y algo más”. “Y que no se repita otra catástrofe, porque a este ritmo no se puede”, reclama.