Trabajadores mortuorios en Ucrania: 'Si te lo tomas todo a pecho, enloqueces'

LEÓPOLIS, Ucrania — Para muchos ucranianos que enfrentan la invasión de Rusia, existe la esperanza de poder ganar las batallas diarias: un soldado puede hacer retroceder a sus enemigos. Un rescatista podría sacar milagrosamente a un sobreviviente de los escombros. Un médico podría salvar una vida.

Antoniy, un trabajador de la morgue que pidió ser identificado solo por su nombre, prepara un cuerpo para el entierro en Leópolis, Ucrania, el 2 de junio de 2022. (Diego Ibarra Sanchez/The New York Times)
Antoniy, un trabajador de la morgue que pidió ser identificado solo por su nombre, prepara un cuerpo para el entierro en Leópolis, Ucrania, el 2 de junio de 2022. (Diego Ibarra Sanchez/The New York Times)

Pero en una línea de trabajo, también afectada profundamente por esta guerra, el luto parece el único propósito inequívoco: el manejo de los muertos.

Desde sepultureros hasta embalsamadores, desde directores de funerarias hasta médicos forenses, estos trabajadores tienen profundas heridas psíquicas producidas por la guerra y hay pocas personas que pueden identificarse con ellos.

“Hoy en día, me siento adormecido”, dijo Antoniy, un trabajador de la morgue en Leópolis, Ucrania. “Incluso cuando alguien me cuenta un chiste que sé que es divertido, no puedo reírme. Mis emociones están demasiado adormecidas”

En gran medida, Leópolis, una ciudad relativamente segura en el oeste de Ucrania, no ha sido afectada materialmente por la guerra, pero la muerte llega aquí de todos modos. Los residentes locales entierran los cuerpos de los soldados que cayeron luchando en los campos de batalla que se encuentran más al este. Las familias que huyeron de sus lugares de origen, ahora ocupados por las fuerzas rusas, deben enterrar aquí a sus seres queridos que perecieron lejos de casa.

Junto con otros trabajadores en este sector, Antoniy pidió ser identificado solo por su nombre de pila porque, aunque los ucranianos mostraban una profunda reverencia por los caídos en la guerra, los trabajadores dijeron que quedaba un estigma residual en torno a quienes se ocupan de los muertos. Antoniy se unió al ejército cuando Rusia anexó Crimea en 2014 y permanece en las fuerzas voluntarias de Ucrania.

Un ataúd abierto de un soldado del ejército asesinado por rusos, en Leópolis, Ucrania, el 23 de mayo de 2022. (Diego Ibarra Sanchez/The New York Times)
Un ataúd abierto de un soldado del ejército asesinado por rusos, en Leópolis, Ucrania, el 23 de mayo de 2022. (Diego Ibarra Sanchez/The New York Times)

Pero cuando Rusia comenzó en febrero su invasión a gran escala, le dijeron que se quedara en casa: su trabajo se consideraba fundamental. A menudo, se da cuenta de que los soldados en la morgue no se atreven a mirar a sus camaradas caídos.

“Necesitamos quedarnos aquí y hacer este trabajo porque nadie más puede hacerlo”, dijo.

Ucrania y Rusia han mantenido en secreto el número total de víctimas, pues publican, más que nada, declaraciones imposibles de verificar sobre las pérdidas del otro lado. Hace poco, un asesor principal del presidente Volodímir Zelenski de Ucrania estimó que entre 100 y 200 soldados ucranianos morían cada día, en contraste a lo dicho por Zelenski hace unas pocas semanas: que entre 60 y 100 soldados morían diariamente.

Las cifras en aumento reflejan cómo ha cambiado el frente de batalla desde que Ucrania expulsó a las fuerzas rusas de su capital, Kiev, a principios de la guerra. Las batallas se han trasladado al este, enfrentando a combatientes atrincherados contra implacables ataques de artillería, en los que Moscú parece tener una ventaja.

Falta personal

“Solíamos hacer uno o dos funerales al mes. Ahora, nos falta personal”, dijo Mikhailo, un sepulturero que entierra a muchos de los muertos que Antoniy prepara. “Todos los días hay un funeral, a veces varios a la vez. Y todos son tan jóvenes”.

Antoniy, aunque se muestra áspero, trata a los cuerpos con cuidado. Envuelve las piernas destrozadas en plástico, pone polvo en los rostros magullados. Con gentileza, viste a los soldados con uniformes extraídos de una pila de donaciones o, a veces, con un traje especial elegido por sus seres queridos.

“Vienen aquí en malas condiciones, cubiertos de tierra, sangre y heridas abiertas”, dijo. “Los limpiamos, los cosemos de nuevo y hacemos que se vean aceptables”.

Hace tiempo que Antoniy se acostumbró a los cadáveres, independientemente de su estado, incluso cuando solo puede devolver los restos de una persona a sus familias en una bolsa de plástico.

Pero sus manos tiemblan cuando describe el encuentro con los familiares. Una mañana, retrocedió en silencio cuando una mujer entró en la morgue para ver el cuerpo de su hijo. Ella gimió, desconsolada, y luego se desmayó en el suelo.

“Puedes acostumbrarte a casi cualquier cosa, puedes acostumbrarte a casi cualquier tipo de trabajo”, dijo Antoniy. “Pero para mí es imposible acostumbrarse a las emociones de estas personas que vienen aquí a ver a sus seres queridos”.

Afuera del cementerio de Lychakiv, Mikhailo y sus colegas comienzan su trabajo al amanecer, mientras la ciudad se despierta. Cavan un metro y medio de profundidad, se limpian la frente, fuman varios cigarrillos, uno tras otro, y hacen bromas cuando se detienen a descansar.

“Tienes que seguir bromeando, tienes que hacerlo. Si te lo tomas todo a pecho, enloqueces”, dijo Mikhailo.

El cementerio histórico de Leópolis, que data de 1786, está repleto de personalidades locales e incluye un monumento a los soldados soviéticos que lucharon contra los nazis. Ahora, el cementerio no tiene espacio para la cantidad de cuerpos que son llevados. Hay alrededor de 50 tumbas recientes en un campo de hierba afuera de los muros del cementerio.

La nueva parcela se encuentra a la sombra de varias cruces de piedra, cuyas placas conmemoran a otra generación de combatientes ucranianos: los que lucharon contra la Unión Soviética durante y después de la Segunda Guerra Mundial. Los huesos de estos hombres fueron desenterrados de una fosa común, encontrada a principios de la década de 1990, cuando Mikhailo comenzó su trabajo como sepulturero. Una de las primeras tareas de Mikhailo fue darle a estos restos una nueva sepultura.

En aquellos primeros días de la independencia de Ucrania, era difícil encontrar empleo con un salario regular. Mikhailo aceptó un trabajo como sepulturero en parte porque, aunque el sueldo era bajo, el pago llegaba a tiempo.

“Al principio, no le dije a nadie que trabajaba en el cementerio”, dijo. “Me avergonzaba”.

Limpiándose las lágrimas, Mikhailo dijo que aún no le encontraba sentido a su trabajo: “Con este trabajo, no hay mucho de lo que sentirse orgulloso”.

Debido a la creciente necesidad de administrar los entierros, el gobierno de Leópolis designó a un funcionario del consejo municipal para que se encargue de los funerales diarios. Una empresa respaldada por el Estado, Municipal Ritual Service, cubre la mayor parte de los costos, proporcionando ataúdes y flores para los miembros que murieron en combate.

“Cada una de sus historias es única. Deberían escribir sobre todos ellos”, dijo Yelyzaveta, de 29 años, que había trabajado en la empresa durante solo seis meses cuando comenzó la guerra.

Encima de muchas tumbas, las familias dejan recuerdos en memoria de quiénes eran sus seres queridos en vida: un raspador de masilla de pintor. La consola de videojuegos de un adolescente. Un medallón tallado en una pluma de escritor. Una golosina favorita.

Sobre algunas de las tumbas hay lechos de flores cuidadosamente plantadas. Casi todas tienen velas, que parpadean cada día cuando cae la noche.

© 2022 The New York Times Company

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