Ni timbre ni horarios fijos: cómo es la filosofía educativa que piensa al aula como un “atelier”

Alfredo Hoyuelos es un pedagogo español que difunde la filosofía reggiana en escuelas de todo el mundo
Alfredo Hoyuelos es un pedagogo español que difunde la filosofía reggiana en escuelas de todo el mundo - Créditos: @Fabian Marelli

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Loris Malaguzzi, un maestro italiano, comenzó a pensar en cómo ofrecer una escuela diferente para los chicos de su ciudad, Reggio Emilia, ubicada a 430 kilómetros hacia el norte de Roma. Desde entonces, sus ideas basadas en la experimentación, la estética y la coparticipación, han sido reconocidas como una experiencia filosófica y pedagógica transformadora e innovadora y se han expandido por todo el mundo.

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¿En qué consiste esta corriente? ¿Cuáles son las innovaciones que propone? ¿Hay resultados que demuestren su eficacia? ¿Qué antecedentes argentinos existen? Estas son algunas de las preguntas que LA NACIÓN le hizo a Alfredo Hoyuelos, doctor en Ciencias de la Educación, investigador español sobre procesos ligados a la cultura infantil y autor del libro La complejidad en el pensamiento y la obra pedagógica de Loris Malaguzzi.

–¿Qué es la filosofía reggiana?

–Esta experiencia nace de la ciudadanía, del pueblo, sobre todo de la fuerza de las mujeres de construir una escuela distinta después de la Segunda Guerra Mundial en Reggio Emilia y Loris Malaguzzi fue quien le dio cuerpo a eso. Él parte de una idea ética muy interesante que es que los niños y niñas tienen una cultura propia que significa una forma de ver, mirar, pensar y sentir el mundo y que las personas adultas corremos el riesgo de no escuchar eso ya que la escucha no solo debe ser verbal sino polisensorial. Por ejemplo, en menores de 3 años, la escucha la dice el cuerpo, el gesto, el llanto. Un niño al que yo le acerco una cuchara y la tira, me está diciendo que no quiere comer más, entonces yo no puedo insistir. Otro ejemplo: los educadores ponen un tarrito de pintura frente a un niño de dos años y este va con la mano entera a tocar la pintura, porque quiere sentir la sensorialidad. Un adulto, en cambio, entraría al tarro con un pincel. Lo que la escucha me está diciendo es que el pote es pequeño porque no cabe la mano del niño. La experiencia de Malaguzzi es muy compleja a nivel teórico, pero tiene consecuencias prácticas inmediatas en la escuela y esto es muy novedoso. No se mueve en la retórica, sino en una veracidad de lo que puede ser. Malaguzzi aboga una filosofía de la complejidad, no de la simplicidad, lo que implica incertidumbre, no movernos en lo que queremos que el niño aprenda obligatoriamente, sino mirar desde la incertidumbre donde el niño o la niña nos sorprende. Ahí está lo más auténtico de la cultura de la infancia. Realizar las planificaciones en forma de preguntas no quiere decir que no tengamos elementos que nos lleven a que se den una serie de aprendizajes.

–¿Es correcto hablar de una pedagogía?

–Sí, pero nos gusta mucho más hablar de enfoque, que es una forma de enfocar la educación y por lo tanto es una pedagogía, una filosofía, un entramado. También abrazaría otras palabras menos ligadas a la pedagogía didáctica. Para mí, es una poética, una estética.

Hoyuelos estudió el impacto de los estudios de Loris Malaguzzi en la pedagogía
Hoyuelos estudió el impacto de los estudios de Loris Malaguzzi en la pedagogía - Créditos: @Fabian Marelli

–Cuando se entra a un aula con un enfoque reggiano, ¿qué diferencia se encuentra con respecto a lo que se conoce como un aula tradicional?

–En un aula tradicional es muy posible que nos encontremos a todos los niños y niñas sentados en una silla, con un pupitre y mirando unidireccionalmente hacia una tarima o estrado donde el adulto este transmitiendo un saber hacia una concepción de niño o niña que se considera que no tiene saber. Probablemente, tengan pupitres con algunos libros abiertos, todos en la misma página porque todos están aprendiendo lo mismo al mismo tiempo. O en nivel inicial, están rellenando unas fichas donde les han dicho que pinten el círculo de rojo, el cuadrado de verde y el rectángulo de azul. Probablemente, habría paredes neutras muy blancas o dibujos de los niños y niñas muy estereotipados, torcidos, sin concepción estética. Es decir, nada bello. Con ventanas altas y luces fluorescentes. Niños y niñas probablemente aburridos, obedientes, quejándose. En cambio, cuando entramos en un aula reggiana no hay nada sin alegría. No hay pupitres que se orienten hacia un determinado lugar, sino mesas, sillas y huecos vacíos con materiales muy diversos y no estructurados. Por ejemplo, una cadena, una hoja, una rama, tierra, arena. Paredes que hablan porque tienen una documentación permanente y dicen algo, un paisaje lumínico cromático muy cuidado que armoniza y que estéticamente nos hace entrar en un acuario de belleza. En la escuela tradicional solo habría un maestro con la puerta cerrada. Aquí la puerta siempre está abierta para que los niños y niñas entren a voluntad para ir a otros espacios fuera del aula. La escuela tradicional tiene pasillos. En la experiencia reggiana no encontraríamos pasillos, sino varios docentes con grupos pequeños que no están haciendo todos lo mismo y al mismo tiempo, sino que algunos estarán haciendo experiencias con el mundo digital, otros en el exterior realizando experiencias con la naturaleza, otros con los colores, otros dialogando con la cocinera. Además, en una escuela tradicional, mientras sea tiempo lectivo no veríamos dentro a ningún padre, madre o familia. Estarían esperando en la puerta. En la escuela reggiana, no hay un horario de entrada o salida fijos marcados por un timbre horroroso o una música disfrazada de esto. Todas las familias tienen acceso a la escuela. Encontraríamos en todo momentos padres o madres dialogando, entrando, saliendo, algo que no veríamos nunca en una escuela tradicional salvo que entren a la dirección a hablar sobre algo puntual, pero no en la cotidianidad

–¿Existe algún resultado medible que muestre la eficacia de la filosofía reggiana?

Una experiencia que se mueve en lo cualitativo no quiere ser reducida a lo cuantitativo, entonces resulta alarmante cuando hablamos de rendimiento porque nos sitúa en parámetros que vienen marcados por la OCDE [Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos], muy centrados en áreas determinadas y de forma más cuantitativa que cualitativa. ¿Cómo mides el bienestar, el grado de cuidado, de relaciones, de riqueza, de amor de la experiencia? No puedo poner número a eso. Para mí, una escuela de calidad es una en la que nos divertimos y reímos y no una en la que se castiga al que se ríe. En la filosofía reggiana nos movemos con elementos mucho más estéticos, artísticos, poéticos que no son medibles por un número. Lo que sí puedo decir es que según las experiencias de las escuelas que han seguido esto muestran que cuando los niños y niñas pasan a la secundaria no encuentran ninguna dificultad extra porque salen con los bolsillos muy llenos y son capaces de responder a las necesidades académicas porque tienen capacidades muy desarrolladas desde la belleza, la diversión, el esfuerzo y las dificultades. Y no por eso es un libertinaje. Los niños no pueden hacer lo que quieren. Si no hay límites que contienen, no hay posibilidades y por lo tanto hay una serie de elementos de convivencia que es lo que nos hace estar colectivamente en bienestar en grupo.

¿Cómo es la rutina de un niño que llega a una escuela reggiana?

–Yo tengo dificultades con la palabra rutina entendida como la repetición automática de las cosas, una repetición absurda sin sentido. Nos gusta mucho más hablar de rituales. Cada día podemos ir a lavarnos las manos antes de comer y eso se puede hacer de forma rutinaria, muy importante en cuanto a la conciencia, o pensar que cada día es una experiencia distinta, como la de los Carnavales, que los podemos repetir cada año, pero siempre es una novedad de belleza inesperada. Me gusta hablar de organización, de momentos ritualísticos distintos. Es una necesidad que los momentos no se vuelvan rutinarios.

El Colegio Aletheia es uno de los pioneros en implemetar filosofía reggiana en la Argentina
El Colegio Aletheia es uno de los pioneros en implemetar filosofía reggiana en la Argentina - Créditos: @Fabian Marelli

Experiencia argentina

En la Argentina, no está claro el numero de instituciones que suscriben a esta pedagogía porque cada docente puede tomar herramientas y utilizarlas individualmente. Pero hay algunos establecimientos, como el Colegio Aletheia, en Recoleta, en los que están comprometidos con este enfoque de forma integral. María Victoria Alfieri, directora del establecimiento y autora del libro Travesías que transforman. Cartografía de una propuesta educativa, explicó que se trata de una filosofía que puede atravesar cualquier nivel educativo.

“Es un modo de pensar la escuela y la educación para poder arribar a un proceso de aprendizaje colectivo, que se produce entre la comunidad de esa escuela. No se puede pensar lo educativo para una franja etaria específica, sino que lo podés ampliar para toda la vida, porque es una manera de posicionarse en el mundo frente a los niños y las niñas y construir en conjunto”, dijo Alfieri, miembro fundadora de la red Solare, una organización que une a educadores y escuelas de 12 países de América Latina, que se inspiran en el enfoque reggiano y la cultura de la infancia.

María Victoria Alfieri es la directora del colegio Aletheia y miembro de la Red Solare, que reúne experiencias latinoamericanas con la filosofía reggiana
María Victoria Alfieri es la directora del colegio Aletheia y miembro de la Red Solare, que reúne experiencias latinoamericanas con la filosofía reggiana - Créditos: @FABIAN MARELLI

Con respecto a cómo es la rutina diaria de un alumno de Aletheia, Alfieri dijo que, si bien existe una, es muy flexible en pos de escuchar lo que va pasando en cada momento. “Al recibir a los niños hay una relación afectiva para que puedan ingresar. Hay niños que necesitan más tiempo, que necesitan un objeto o que no se los puede besar ni tocar. No todos entran a las 9, pueden empezar a entrar desde las 8 y hasta las 9.15. Son tiempos acompasados para que el niño entre de la mejor manera y pueda estar con un bienestar dentro del tiempo que le toque estar en la escuela. No tenemos timbre ni música, pero está la música de los cuerpos, los besos, los abrazos y del estar juntos. ¿Y qué va a pasar? Un montón de cosas. Desayuno en el aula o en el patio, abuelos y abuelas que vienen a contarnos cuentos, experiencias artísticas, exploración con atelieristas de movimiento, teatro, música”, indicó.

De acuerdo a Alfieri, el nodo de la experiencia reggiana tiene que ver con desarrollar la potencialidad de los niños en sus relaciones, conocimientos y en la búsqueda de logros a través de desafíos reales. “Al trabajar en pequeños grupos, con un problema que puedas solucionar a nivel de la comunidad, como en la vereda, con el vecindario, escribir y argumentar sobre eso, estás trabajando infinidad de conceptos y temas que tienen que ver con el currículum, pero de una manera real. La educación se vuelve real y ahí tiene un sentido para los niños y los docentes”, sostuvo.