Testimonio: los peores síntomas, según un periodista en cuarentena en Brasil

Todo comenzó con un poco de tos, fiebre y una pregunta: "¿Y si me agarré el coronavirus?".

Todo comenzó con un poco de tos, fiebre y una pregunta: "¿Y si me agarré el coronavirus?".

La duda se instaló con fuerza en mi cabeza el miércoles a la noche. Llevaba ya algunas horas sintiéndome mal. Había amanecido cansado y con dolor estomacal. Pero en ese momento, acalorado, con 38 grados de fiebre, con un aluvión de gotas de sudor bajando por mi frente y una tos incipiente, era imposible seguir ignorando la situación. Necesitaba ir al médico a buscar una respuesta que me permitiera dormir tranquilo.

Tras cerrar un nota sobre el avance del nuevo coronavirus en Brasil para el diario, decidí ir a la guardia de una clínica privada en el barrio de Gávea, en la zona sur de Río de Janeiro, a unos 15 minutos de donde vivo. "Estás bien, es apenas un malestar pasajero. Volvé a tu casa a descansar", imaginé que me dirían, y así recibiría la luz verde para volver a mi casa, cenar y seguir con mi vida normal. Necesitaba un mensaje tranquilizador antes de apoyar la cabeza en la almohada.

Al estar por mi trabajo empapado de noticias y reportes sobre el avance del Covid-19 en Brasil y particularmente en Río, donde ya se registraban casos de contagio autóctono la semana pasada, no podía ignorar que existía una posibilidad de que hubiera contraído la enfermedad.

Cuando el enfermero de la clínica me recibió y me hizo las preguntas de rutina sobre mis síntomas, me di cuenta de que estaba peor de lo que creía. Me acostó en la cama de una sala de atención y empezó a evaluar cuál sería el punto más certero donde pincharme el brazo.

"¿Hace falta?", le pregunté. "Tengo que hidratarte", me dijo, avisandome que me pasaría suero junto con un remedio para el cuadro febril por sonda. La temperatura había subido a 38 grados y medio.

Una médica me examinó y me avisó que tenía todos los síntomas de un cuadro gripal. Sin embargo, era difícil determinar de qué tipo de gripe se trataba. ¿Podría, entonces, volver a mi casa con una respuesta?

Aunque muchos no lo sepan, los hospitales y las salas de salud brasileñas todavía no tienen los insumos suficientes para que todos aquellos que presentan síntomas puedan testearse el Covid-19. Las pruebas están apenas reservadas para pacientes de riesgo, con alguna enfermedad que eventualmente podría complicar el cuadro clínico y mayores de edad. Esta semana el gobierno de Jair Bolsonaro prometió repartir cinco millones más de pruebas en todo el país para suplir ese déficit.

Alternativamente, me ofrecieron hacer un "panel viral" respiratorio. Es un examen que, a través de una colecta de sangre y un hisopado, prueba si contrajiste alguno de 21 tipos diferentes de virus (Influenza, H1N1, etc). La médica fue determinante: "Si todos te salen negativos, es altisimamente probable que lo tuyo sea coronavirus y te enviaré a tu casa con ese diagnóstico".

Cerca de las tres de la mañana, cuando la bolsa de suero terminó de pasar por mi vena, dolorido y preocupado tras recibir 21 negativos como resultado, me volví a mi casa con diagnóstico de probable Covid-19. Las indicaciones fueron claras: nada de salir de tu casa por 14 días y novalgina mientras persista el dolor y la fiebre. La médica me pidió que volviera apenas si mi cuadro respiratorio empeorase, pudiendo derivar en una pulmonía.

Desde el jueves a la madrugada estoy mi casa, aislado, y escribo estas líneas en el living del departamento donde vivo en esta ciudad, que ha comenzado a bajar paulatinamente su ritmo, con demostraciones de una cuarentena autoimpuesta, sin esperar a que las autoridades avancen en esa medida.

Hoy es mi quinto día de cuarentena forzada y me quedan nueve más de recuperación en casa. Los síntomas han ido aplacándose. Los primeros dos días fueron los más difíciles, por la fiebre constante y una molesta sensación de dolor en el cuello y la espalda, como de pinzas apretándome el cuerpo.

El dolor de estómago casi se fue por completo. El sábado y el domingo no tuve fiebre, aunque hoy amanecí con un fuerte dolor de cabeza y sensación de mareo. Desde ayer son cada vez más persistentes los ataques de tos, que por momentos son muy molestos, como en una gripe fuerte. Pero no he tenido más complicaciones que esas.

Pese a que en los días previos a los primeros síntomas había tomado cada vez más recaudos en evitar aglomeraciones y salidas innecesarias, lamenté no haber cortado más drásticamente mi contacto con el exterior.

Hasta el comienzo de la semana, regía en esta ciudad y en el país la sensación de que la vida debía seguir como si nada. Miles de personas ocuparon las playas el último fin de semana de sol (14 y 15 de marzo) y ese domingo hubo una convocante marcha de apoyo al presidente Jair Bolsonaro, en Copacabana y en otras decenas de ciudades del país, auspiciados por el propio presidente Jair Bolsonaro que participó del acto en Brasilia.

Bolsonaro, quien se ha referido a la pandemia como una "gripecita" y hasta ahora se mostró más preocupado en el impacto económico del brote que en proteger la salud de los 210 millones de brasileños, ha bajado a la población y esencialmente a sus seguidores un peligroso mensaje. Él mismo rompió el aislamiento preventivo que le habían aconsejado los médicos luego del primer test negativo de Covid-19 y le estrechó la mano a cientos de seguidores el 15 de marzo.

En la marcha de apoyo al Presidente en Río, muchos de sus seguidores acusaban al periodismo de estar mintiendo sobre esta enfermedad, repitiendo sus teorías conspirativas. En abierto desafío a las recomendaciones médicas, seguidores del derechista respondían no tener miedo a los contagios echando mano a una misma frase: "La corrupción mata más que cualquier virus".

Mi experiencia me dejó más consciente de algo que ya imaginaba: en la estadística oficial -en la que no aparezco entre los más casi 2000 contabilizados como enfermos-, existe una subnotificación importante. Como mi caso posiblemente haya otros tantos más, incluso de personas que ni siquiera se acercan a una guardia.

La cuarentena es un desafío y un esfuerzo que vale la pena hacer. En las ciudades con contagio autóctono, el virus puede estar ahí, en la baranda de una escalera, en el pasamanos de colectivo o en una góndola del supermercado. Es importante extremar los cuidados.

En mi caso he conseguido que el mercado del barrio me entregue en casa los pedidos y deje en la parte de afuera de mi departamento los productos para poder abastecerme sin colocar a nadie en riesgo. Mis salidas se limitan apenas a caminar el pasillo, con un barbijo en el rostro, para dejar bolsas de basura en el cesto del edificio.

En Brasil, igual que en la Argentina y en cualquier otro país, la enfermedad debe ser tomada en serio por todos. La mayoría de las personas jóvenes y sanas consiguen superar la enfermedad en cuestión de días, pero el daño que pueden generar como vectores de la enfermedad en otras personas puede ser muy grande. 34 pacientes ya murieron hasta este lunes.

Tal vez, si no hubiese ido a la guardia el miércoles pasado, cuando el sudor caía por mis mejillas y empezaba a flaquear por el malestar junto con el sueño, mi contacto con el exterior habría seguido normalmente poniendo en riesgo a otros. La enfermedad fue un autoaprendizaje. Hacerse preguntas e ir a buscar las respuestas es parte del esfuerzo colectivo para derrotarla.