Teatro Penitenciario, un proyecto que cumple 13 años con una reflexión sobre la violencia de género

Teatro Penitenciario
Teatro Penitenciario

“Ni una más”, corearon personas internas del reclusorio de Santa Martha Acatitla como última línea de la obra MCBTH Ruega por nosotrxs, que escenificaron en el Teatro de la Ciudad, durante los 90 minutos que fueron liberados para conmemorar los 13 años de la Compañía de Teatro Penitenciario

Afuera, las manifestaciones por el 25N, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, habían comenzado horas antes. En el escenario, Lady Macbeth, personaje femenino central para la adaptación, insistía entre la rabia y el llanto: “Las mujeres están marchando. Hasta acá se escuchó y no hicimos nada. ¿O es que no nos importan?”. Luego, los nombres de algunas víctimas dieron paso a un “femirap” que cerró con la consigna “Ni una más”.

En entrevista, Itari Marta, fundadora de la Compañía de Teatro Penitenciario, cuenta que le gusta mucho trabajar con obras de Shakespeare por sus estructuras dramáticas prodigiosas, pero también por la posibilidad de utilizar creatividad y visión propia sobre sus textos. En este caso, se trató de una adaptación enfocada a la perspectiva de género mediante el personaje de Lady Macbeth, considerada la mujer que se convirtió en asesina.

“A mí me interesa mucho esa figura porque, ¿por qué Lady Macbeth se convierte en una asesina? En un país como el que vivimos, yo me he cuestionado muchas veces si, para equilibrar la balanza, las mujeres no nos tenemos que convertir en unas asesinas para cuidarnos a nosotras mismas”, cuestiona. Como parte de esa búsqueda y reflexión acerca de la violencia de género, quería montar una obra con los internos de Santa Martha que hablara al respecto. 

La actriz y directora de teatro subraya que entre los compañeros actores están aquellos que cometieron el delito de violación, por lo que para ella era crucial cuestionarles sobre su pespectiva hacia las mujeres y si estaban conscientes de la implicación de sus actos. Por eso, la obra se desarrolla alrededor de Lady Macbeth y no del propio Macbeth. Todos los integrantes de la compañía contribuyeron a la adaptación.

Del mismo modo, a Itari le interesaba resaltar los personajes de las brujas. “En todo este movimiento feminista, he escuchado muchas veces que nos dicen brujas, a mí misma me lo han dicho; me gustó mucho poder hablar de las brujas y de las imágenes femeninas de esa obra y cómo se comportan los hombres que están alrededor”, explica.

Son muy pocas las oportunidades que los internos del sistema penitenciario de la capital han tenido para salir a presentar obras teatrales o exposiciones. Igual que otras veces, poco más de 10 internos llegaron al Teatro de la Ciudad en medio de un fuerte dispositivo de seguridad, custodiados por elementos uniformados y no uniformados de la Secretaría de Seguridad Ciudadana.

En el escenario, se encontraron con la Compañía de Teatro Penitenciario externa —conformada por quienes ya obtuvieron su liberación—, con casi 50 personas que han construido el proyecto desde hace 13 años, así como con sus familiares y sus antiguos compañeros que ahora son libres de ocupar una butaca y regresar a las calles, y no al reclusorio, cuando cae el telón.

“La verdad es que nos costó muchos años lograr esa complicidad con la institución, y todavía tenemos varias personas que no dimensionan la importancia que tiene la cultura y el arte para la mente humana, pero en todo caso, la Subsecretaría del Sistema Penitenciario pone al servicio del proyecto una cantidad importante de custodios y personas que hacen posible que estos compañeros salgan… Hay mucha gente alrededor, casi 100 personas, que hacen posible que esas 12 o 13 personas estén paradas en el escenario”, destaca Itari. 

13 años de Teatro Penitenciario

Todo empezó con una llamada hace 13 años. Itari contestó el teléfono desde la línea exterior del Foro Shakespeare cerca de las 10:00 de la noche. Una voz preguntaba si aceptaría una llamada proveniente de un reclusorio capitalino. Del otro lado de la línea, aguardaba Sara Aldrete, desde el centro penitenciario de Santa Martha Acatitla. Conocida por su libro Me dicen la narcosatánica, ahora cumple una sentencia de más de 600 años en el penal de Tepepan. 

Itari ya no recuerda muy bien por qué apretó la tecla de aceptación de la llamada, pero “así es la vida: a veces una decisión que parece muy chiquita te puede llevar a cosas muy grandotas”. Sara Aldrete tenía ya una compañía de teatro en Santa Martha Acatitla. Junto con su socio Bruno Bichir, Itari tenía un programa en Canal 40 donde entrevistaban a compañías de teatro independiente.

Sara acostumbraba ver el programa y quería ser entrevistada sobre la compañía que había formado en la cárcel. “Esa fue justamente la llamada con la que fuimos a Santa Martha en la primera visita. Después de esa llamada, lo que sucedió es que a la compañía que tenía Sara el foro la ayudó para producir la obra que estaban haciendo en ese momento, que era Cats, el musical”, cuenta Itari.

Lograron dar una función de esa obra abierta al público, pero, durante el evento, Sara habló de su sentencia en particular, que involucraba a personas dentro de la política y el espectáculo. Itari cree que, con la intención de “quitarle el megáfono”, en adelante le prohibieron la entrada al Foro Shakespeare para continuar el proyecto con Sara. Sin embargo, eso provocó que los varones en Santa Martha vieran el proyecto y el programa de televisión y llamaran a Itari para que conociera su propia compañía de teatro penitenciario.

“Cuando llego, me doy cuenta de que ahí están los victimarios. Yo hace muchos años sufrí un secuestro exprés, y la verdad es que sí tenía como una espinita en el corazón con respecto a ese tema; nunca logré entender bien qué me había pasado, y aunque uno trata de vivir su vida y salir adelante, cuando pasas por esas situaciones, nunca terminas de entender muy bien por qué a ti, por qué en tu país, por qué la situación… no terminas de comprender lo que te pasó de manera profunda por más terapias que tomes”, relata. 

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Cuando conoció a los internos de Santa Martha, comprendió que tenía que enfrentarse a la figura de los victimarios. La mayoría de los proyectos, dice, se enfoca en las víctimas y pocas veces se detiene a trabajar con la contraparte. Para ella, esa es una estrategia mucho más contundente, porque nadie se preocupa por lo que pasa con aquellos que ejercen la violencia cuando son liberados. El 70%, recuerda, regresa al reclusorio. 

Desde la perspectiva de Itari, es importante reflexionar que la cárcel no acaba con los delitos, y tampoco se trabaja de fondo en que las personas comprendan el daño real que infligen a una sociedad. En el proyecto, aclara, hay muchas capas de información, pero se relaciona de una manera primordial con la importancia de enfrentarse y trabajar con estas figuras, entender sus circunstancias y lo que sucede con ellos mediante un abordaje distinto al de la sociedad punitiva en la que vivimos. 

Reconciliación y profesionalización

De entrada, el teatro penitenciario incide en el autoconocimiento y autocuestionamiento de las personas en reclusión, asegura Itari. Ayuda a hacer un análisis de qué les está pasando internamente. Ese ejercicio es uno que en general los seres humanos no hacemos, pero el teatro obliga a un trabajo de conciencia de una manera lúdica y más amable que otras estrategias. 

Ese es el comienzo. Después de la conciencia, viene la empatía, volver a sentir. En un siguiente nivel, el teatro permite imaginar otros escenarios posibles. “Lo que pasa mucho con las personas que están involucradas en el crimen organizado es que no ven la posibilidad de otro mundo, y tampoco las víctimas, y tampoco quienes estamos alrededor. Nos casamos con ‘Qué mal está todo y esto es lo único que existe’”, asegura Itari.

Estas fases, como el arte en general, permiten humanizarnos y reflejarnos en momentos y hechos concretos. Shakespeare decía que el teatro es una crónica y un reflejo del presente, recuerda Itari. “¿Cuándo tenemos la oportunidad de vernos reflejados en un espejo como humanidad, y que nos recuerde que somos humanos, que somos personas, y que esas personas sienten?”, cuestiona. 

El tercer aspecto que destaca es que, como sociedad, es necesario ofrecer a las personas en reclusión oportunidades de trabajo y una mejor calidad de vida, no mediante dádivas, sino escenarios donde exista la oportunidad de vivir de una manera honesta y con una retribución económica. Por eso, la compañía externa da funciones habituales o especiales, como la del Teatro de la Ciudad, para cobrar el boleto, repartir lo que se gane entre sus integrantes y que se sientan retribuidos por su trabajo.

Para ella, es indispensable colocar esto al nivel de los profesionales, porque frecuentemente el teatro en las cárceles es visto como entretenimiento o ejercicio para “matar el tiempo”, y no necesariamente como un oficio o trabajo. Eso es lo que distingue al proyecto, a juicio de Itari: que han construido un mecanismo para darle una dimensión profesional, no solamente de capacitación, sino de un resultado para un público que paga.

“Para nosotros, es también una opción laboral. Todavía no podemos llegar a que esto compita con el crimen organizado, porque el arte en este país está muy precarizado. En ese mismo espejo, el teatro permite hacerle ver a una sociedad que nuestros artistas están precarizados, que tenemos la cuarta cartelera más importante del mundo pero estamos subvalorados, y aunque muchos de nosotros vivimos del teatro, es un gran esfuerzo vivir del arte. En ese sentido, también es una crítica a la sociedad que está afuera”, concluye.

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