El tabú de la menstruación: quieren prohibir que se hable de ello en las escuelas
Si estás en “esos días”, no lo digas, no lo menciones, cuidado con mancharte, que no se te note, y si te duele, di que te encuentras mal del estómago. Todo menos hablar en voz alta de tu menstruación, de sangre, tampones, toallitas higiénicas, cambios hormonales. Ni se te ocurra referirte a ello si hay un hombre delante, nótese la ironía, pero es así.
En pleno siglo XXI, la menstruación es un tema que incomoda, muchísimo, todavía, incomprensiblemente. Tanto que la Cámara de Representantes de Florida, Estados Unidos, debate un proyecto de ley que busca prohibir hablar del ciclo menstrual en las escuelas antes de sexto grado. Si se aprueba, ninguna niña por debajo de los 12 años recibirá noción alguna sobre esta experiencia inherente a su desarrollo que la acompañará durante los siguientes 40 años. Se estima que las mujeres pasan una media de 2.920 días de sus vidas menstruando. Es como estar ocho años completos sangrando.
La iniciativa se integra dentro de un paquete de propuestas para limitar cualquier referencia en los colegios a la identidad sexual, el género y la sexualidad. El gobernado de Florida Ron DeSantis, principal rival conservador de Donald Trump en las presidenciales de 2024, se comprometió al inicio de su mandato a hacer del estado “un laboratorio de ideas conservadoras”. Y lo está consiguiendo...
En una cámara legislativa dominada por los republicanos, sobra decir que ha sido uno de ellos, hombre, quien ha promovido la medida, que fija el límite para acceder a información sobre la menstruación en los 12 años porque esa es la edad en la que las niñas tienen su primer ciclo menstrual, de acuerdo con la Asociación estadounidense de ginecología y obstetricia. En promedio, porque muchas menstrúan antes. “Imagine una pequeña en cuarto grado yendo al baño y que al encontrar sangre piense que se está muriendo. Y que sus maestros no puedan decirle que eso es parte de la vida”, expuso la legisladora demócrata Ashley Gantt durante una sesión de control en el comité de educación del parlamento local.
Al proyecto todavía le queda recorrido para convertirse en norma y está abierto a enmiendas. Ahora bien, todo indica que más pronto que tarde recibirá el aval de la mayoría de legisladores. Si eso llega a suceder, sentará un precedente nefasto que atenta directamente contra el derecho a la salud menstrual que establece Naciones Unidas, donde se incluye el acceso a educación con el objetivo de que las mujeres y niñas puedan convivir con su menstruación de forma digna, segura y privada.
La visión de la menstruación como algo sucio, algo de lo que no se puede hablar ha sido una constante en la historia de la humanidad que todavía hoy no superamos. ¿Cómo algo tan natural asocia unas connotaciones tan negativas? Un estigma que en Europa empezaron a cuestionar las feministas de la segunda ola, a partir de la década de los sesenta, pero que hunde sus raíces muchos muchísimos siglos atrás. La construcción sociocultural que vincula el sangrado con algo impuro ya aparece en el Levítico 15 del Antiguo Testamento. Dice así: “cuando la mujer tuviere flujo de sangre y su flujo fuere en su cuerpo, siete días estará apartada. Y cualquiera que la tocare será inmundo hasta la noche”.
No hay consenso entre los académicos de cuándo exactamente y por qué empezó a extenderse este tabú que se repite en diferentes culturas, geográficamente distantes entre ellas, y en sucesivas épocas. Sigmund Freud sugirió tiene que ver con el miedo humano a la sangre. Para el sociólogo francés Emile Durkheim su origen se relaciona con la interrupción periódica de los encuentros entre los sexos debido al flujo menstrual. El desembarco de las grandes religiones monoteístas ahondó en este estigma a niveles indecentes. El judaísmo, por ejemplo, prohíbe las relaciones sexuales cuando la mujer está menstruando y en el islam no se las permite rezar. “Y os preguntan por la menstruación; Decid que es perjudicial/impura, así que manteneos alejados de las mujeres durante la menstruación; Y no os acerquéis a ellas hasta que se purifiquen”, recoge el Corán.
Políticas insuficientes, también en México
Los avances de cara a normalizar socialmente la menstruación son evidentes. Y revolucionarios: desde anuncios de compresas que representan la sangre como lo que es, sangre, y es roja, no azul, hasta políticas que garantizan la gratuidad de productos de higiene femenina (Escocia, por ejemplo) o la baja laboral por menstruación dolorosa (en Japón desde 1947).
Sin embargo, las prácticas discriminatorias y de desinformación en torno a un tema que afecta a la mitad de la población mundial todavía se perpetúan en mayor o menor medida, no solo en países con una fuerte tradición religiosa y misógina, también en estados occidentales y de tradición democrática. Es lo que se denomina pobreza menstrual, que comprende la dificultad de acceder a artículos sanitarios, a instalaciones acondicionadas para lavarse y a educación adecuada sobre la menstruación.
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Sin ir más lejos, en México, de acuerdo con el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), cuatro de cada 10 niñas y adolescentes se quedan en casa antes que ir a la escuela durante el ciclo menstrual; el 30% usa papel higiénico en lugar de compresas y el 66% considera que los baños de sus instituciones educativas están sucios. En otras palabras, existe una relación directa entre menstruación y el absentismo escolar. Y ya sea por vergüenza, por incomodidad o por higiene, lo cierto es que la falta de garantías impacta de lleno en el desarrollo educativo y social de muchas niñas mexicanas.
Tampoco se puede obviar que la lucha feminista en el país ha logrado hitos históricos, como la eliminación del IVA en los productos sanitarios femeninos (es el segundo en Latinoamérica en lograrlo). El Congreso de Ciudad de México también aprobó, a comienzos de 2023, una propuesta de iniciativa que podría permitir a aquellas mujeres que sufren de dolores menstruales severos ausentarse de sus puestos de trabajo sin perder el sueldo. México avanza y es de justicia reconocerlo. Pero todavía queda mucho por conquistar para que el derecho a una menstruación digna sea un derecho de todas.