¿El sueño americano sin una casa? Más vale que lo creas

“American Dream Properties” es el nombre de un desarrollador de las llamadas McMansion (el equivalente a la comida rápida en casas) en Nueva Jersey. Hace aproximadamente una década, Arlington, Texas, cambió de imagen y se convirtió en “la ciudad estadounidense de ensueño” con la promesa de “barrios diversos en que los dólares invertidos en vivienda rinden más que en la mayoría de las ciudades”. En un mitin de campaña en el condado de York, Pensilvania, el mes pasado, Donald Trump prometió: “Vamos a traer de vuelta el concepto del sueño americano”.

En el sueño americano se concretan muchos ideales abstractos como trabajo duro, integración e igualdad de oportunidades. Pero, para varias generaciones, ha significado seguir un camino particular en la vida: conseguir trabajo, ahorrar para un anticipo y lograr el final de cuento de hadas de un hogar feliz y pagos de hipoteca mensuales.

Sin embargo, el alza reciente en el costo de la vivienda, además de las deudas por préstamos estudiantiles y la inflación, les dificultan cada vez más a los estadounidenses comprar casa. Hasta el mes de junio, según Redfin, casi una de cada diez casas del país valía por lo menos 1 millón de dólares, proporción que aumentó más del doble desde junio de 2019. Debido a este aumento en los precios, las personas compran su primera casa a mayor edad. Un informe preparado en 2023 por la Asociación Nacional de Agentes Inmobiliarios mostró que la edad promedio a la que las personas compraban casa era de 35 años. En 1981, era de 29 años.

Incluso antes de la crisis de vivienda actual, las personas debatían que el sueño americano se estaba perdiendo, se deterioraba, estaba moribundo o muerto. Pero quizá la realidad sea más sencilla: está cambiando.

Un pilar del mito nacional

En 1931, el escritor James Truslow Adams publicó su historia sobre la nación, un éxito de ventas titulado “The Epic of America” (La epopeya de América). En la página 404, describía el “sueño americano” como “el sueño de una tierra en la que la vida debería ser mejor, más rica y más plena para todos los hombres, con oportunidades para todos según sus capacidades o logros”. Adams puso la frase en la conciencia estadounidense… y su definición no incluía una casa.

Durante la Gran Depresión, la frase se “arraigó en la conversación nacional como un pilar de la mitología de Estados Unidos”, según Lawrence R. Samuel, autor de “The American Dream: A Cultural History”. La gente sentía que “Estados Unidos había perdido el rumbo, la Depresión se debía a la avaricia del mercado bursátil y la gente se pregunta de qué se trata el país”. Entonces, se suponía que el “sueño americano” de Adams “iba a rescatar al país del concepto de que debemos buscar riquezas”, indicó Samuel.

Pero para mediados de los años cuarenta, un auge económico durante la posguerra le dio una nueva definición a la vida estadounidense exitosa. Se combinaron varios factores que les facilitaron mucho más comprar una casa a los hombres blancos: el proyecto de ley de 1944 conocido como GI Bill ofrecía préstamos garantizados para que los veteranos pudieran comprar casa (alrededor de una década después, se les han entregado a los veteranos 33.000 millones de dólares en préstamos para comprar casa). La desarrolladora inmobiliaria Levitt & Sons creó Levittown, una comunidad de más de 17.000 casas iguales en Long Island que se convirtió en el cianotipo del desarrollo suburbano asequible.

La “explosión de natalidad” y la Guerra Fría le pusieron todavía más énfasis a la importancia de la casa en la vida estadounidense. “La casa se convierte en el contenedor ideal para las familias”, explicó Samuel. “Todas las cosas materiales que van en esa casa impulsan la economía y la casa se convierte en una manera de contrastarnos con el comunismo, que no se basa en el hogar”.

Sin embargo, la distribución de los beneficios del auge de la posguerra no fue equitativa. Muchas comunidades nuevas como Levittown en un principio no permitían familias que no fueran blancas. Los blancos recibieron una cantidad desproporcionada de préstamos; los veteranos negros quedaron excluidos de muchos de los beneficios del proyecto GI Bill. En general, se denegaron las solicitudes de hipoteca presentadas por mujeres si no contaban con un varón que compartiera la obligación con ellas.

Además, la casa se convirtió en una forma de mantener los roles de género. A medida que los empleos se trasladaron a las ciudades y las fábricas, se creó una “división de espacio”, según explicó Amy Castro, profesora asociada en la Escuela de Política y Práctica Social de la Universidad de Pensilvania. “Se relega a las mujeres a la esfera del hogar y a los varones se les empuja hacia la fuerza de trabajo asalariada. Esa división sentó las bases para la aspiración actual de tener una casa”.

El próspero periodo de la posguerra que sentó los cimientos para un auge inmobiliario culminó con una recesión en los años setenta. Para principios de los años ochenta, la desigualdad también comenzó a profundizarse. En su discurso a la nación sobre el estado de la economía en 1981, el presidente Ronald Reagan hizo notar que el pago mensual promedio de una hipoteca casi se había duplicado en una década. “¿Qué le pasó a ese sueño americano de tener tu propia casa?”, preguntó.

El precio de las casas siguió aumentando. Según datos del censo, el precio promedio ajustado a la inflación de una casa familiar se elevó de 30.600 dólares en 1940 a 119.600 dólares en 2000.

Pero el desequilibrio de género también había cambiado. En la década de los 2000, muchas más mujeres solteras que varones solteros compraban casa, pues su escolaridad y nivel de ingresos se habían elevado. La cultura dominante siguió alentando la compra de un inmueble, pues daba seguridad y era un activo valioso, además de permitirle a la persona proyectar la imagen de un estadounidense ejemplar. “Si eres propietario de tu casa, vives el sueño americano”, señaló el presidente George W. Bush en un discurso en 2002.

Entonces estalló la crisis inmobiliaria de 2008. Ese año, más de 2,3 millones de hogares del país recibieron por lo menos una orden de ejecución hipotecaria. Las noticias describían el sueño americano como “herido” y “esquivo”. Para 2010, las ventas de casas familiares cayeron al punto más bajo desde 1995 y, en vez de casarse y comprar casa, muchos veinteañeros se estaban mudando de nuevo con sus padres y demoraban el inicio de su vida adulta.

En ese momento, el énfasis estaba en la parte del término que se refiere al “sueño”; tener casa no parecía real para muchos, pero seguía siendo una aspiración.

‘Prefiero solo hablarle a mi casero’

En un estudio publicado este mismo año, un grupo de investigadores de la Universidad Estatal de Minnesota, campus Mankato, les preguntaron a alrededor de 500 personas mileniales y nacidas en la explosión de natalidad cómo definían el sueño americano. La respuesta más común entre la generación del “baby boom”, tener una casa, era apenas la tercera respuesta más popular entre los mileniales. Para la generación más joven, la respuesta más común era tener una familia y, en segundo lugar, tener oportunidades y alcanzar metas. De manera similar, una encuesta reciente de Bankrate reveló que el 88 por ciento de los nacidos en la explosión de natalidad concuerdan en que ser propietarios de su casa forma parte del sueño americano; entre los miembros de la generación Z, esa cifra es del 68 por ciento.

En gran medida, la explicación es material. La construcción no ha mantenido el ritmo de la necesidad de casas. Además, algunos economistas sostienen que esa generación del “baby boom” exacerba la escasez: nacieron en el lugar justo y en el momento preciso, ya tienen su propia casa y no van a dejarla. Los inversionistas están adquiriendo grandes volúmenes de los inmuebles disponibles, lo que intensifica la competencia en el mercado. Y además de las elevadas tasas hipotecarias, la mayor demanda y la oferta limitada han provocado un alza en los costos.

James Zarsadiaz, profesor de historia de 38 años y residente de San Francisco, creció en una casa propiedad de sus padres, pero no le interesa ahorrar para comprar su propia casa. “Hay que arreglar el jardín, reparar la tubería rota, renovar la cocina… Siempre hay algo que hacer cuando tienes una casa”, explicó. “Me parece mucho trabajo. Prefiero solo hablarle a mi casero”.

Por supuesto, rentar para siempre tiene desventajas graves. Estar a merced del humor de un casero que puede alzar tu renta es riesgoso. Además, hay un buen motivo por el que comprar inmuebles todavía se considera una estrategia infalible para generar riqueza: sumas pagos mensuales a la compra de un inmueble que algún día podrías vender con una ganancia en vez de pagarle a un casero.

Pero en el mercado actual, con tasas hipotecarias altas e impuestos sobre bienes al alza, hay muchísimos más riesgos. “Muchos propietarios no prevén el costo total de tener su propia casa, pues deben pagar seguro, impuestos sobre bienes y mantenimiento”, señaló Mark Hamrick, analista económico sénior en Bankrate, quien subrayó que muchos propietarios se endeudan con tal de pagar esos “costos ocultos”. Además, los precios estratosféricos podrían sufrir una caída. Es posible que la gente joven de hoy en día tenga una idea más clara de la propiedad inmobiliaria.

Con un mínimo de seguridad y muchas menos responsabilidades que si son propietarios, los jóvenes pueden concentrarse más en su familia y sus metas, las palabras con que definieron el sueño americano en el estudio de la Universidad Estatal de Minnesota, campus Mankato. Según Kristin Scott, profesora de mercadotecnia y una de las autoras del estudio, a la generación del “baby boom” le preocupan más las “cosas físicas”, como casas y autos, mientras que las respuestas de la generación más joven se referían a expresiones más personales de logros.

c.2024 The New York Times Company