“Square Dance” fue un bello regalo para Miami y un aporte al legado de Balanchine
Miami City Ballet (MCB) sabe cómo cerrar una temporada a lo grande y hacernos soñar despiertos. Este año no ha sido la excepción.
Si usted estuvo presente en el Adrienne Arsht Center de Miami el fin de semana en el que la compañía que dirige Lourdes López presentó su programa “Entradas”, reconocerá la validez de la afirmación que encabeza esta reseña.
MCB no olvida que estamos en 2023 y que un poco de escapismo nos vendría bien. Y eso es precisamente lo que ofrece en este programa, con un hermoso viaje al pasado promocionado como “una puerta de entrada a los orígenes del ballet estadounidense a través de las obras maestras de George Balanchine y Jerome Robbins”.
El ballet es fantasía, pero puede ser también una experiencia artística contemporánea y tener los pies en la tierra. En esta ocasión, un “Square Dance” reimaginado (“con un toque del Sur de la Florida”, afirma el programa de mano), un conflicto bélico que trastorna la lectura de “Afternoon of a Faun” y la presencia de la Maestra Tania León para dirigir la Opus One Orchestra, garantizan que así sea.
La batuta de León asegura que el “Square Dance”, de Balanchine, quede en la memoria también como un ballet de Antonio Vivaldi y Arcangelo Corelli; que “Afternoon of a Faun” y “Antique Epigraphs” -ambos de Robbins- puedan ser apreciados a plenitud como ejemplos del más exquisito Claude Debussy y que “Symphony in Three Movements” haga explosión como si fuera una caja de fuegos artificiales marca Igor Stravinsky.
Pero la experimentada directora sabe que el objetivo principal de la orquesta en una función de danza es lograr que música y bailarines se hagan uno y que las cosas invisibles en la primera, sean claramente visibles para la audiencia, en el desempeño de los segundos. Entregada a la tarea con inefable humanidad, ella la transforma en algo personal y nos transmite, además, cuales son sus sentimientos ante cada nota y cada pasaje musical. El resultado es un suceso extravagante que embelesa y elude la crítica.
La primera obra del programa es “Square Dance”. Montana Levi Blanco con los diseños de vestuario, Rudi Goblen con nuevas voces de mando marinadas en spanglish y el barítono Philip Kalmanovitch, en el papel del ‘caller’, contribuyen a la eficacia comunicativa de la nueva puesta en escena.
No hay cambios en la exigente coreografía, los bailarines la ejecutan de manera eficiente y la música es conocida. Aún así, es Kalmanovitch -alto y carismático- a quien merece absoluto reconocimiento. Desde su primera aparición, su hermosa voz y la franqueza en su acercamiento al papel, pronostican la conexión emotiva de “Square Dance” con el público miamense de Miami.
Al principio, hay alguna que otra sonrisa dubitativa (¿dijo eso en español?) pero una vez que se le escucha gritar “¡fuácata!” -cubanismo que imita el sonido que hace un golpe- ya no hay vuelta atrás. El Arsht Center es suyo y él lo comparte con los bailarines.
En este “Square Dance”, todo lo que se dice, cuenta, y poco a poco, se hace evidente que la inclusión de algunas palabras en idioma español no es un chiste o una triquiñuela, sino la más natural redefinición de lo que significa ser estadounidense hoy en día en el sur de la Florida.
La puesta en escena avanza sin problemas y cada una de sus secciones es premiada con aplausos llenos de cariño, hasta desembocar en una cálida ovación al final, que incluye una salida extra a proscenio de los encantadores Taylor Naturkas y Alexander Peters, acompañados por Kalmanovitch.
En resumen, “Square Dance” es un bello regalo para Miami, pero también un aporte al legado de Balanchine -exitoso inmigrante de primera generación como Lourdes y Tania- que, desde su asiento VIP en el monte Olimpo de los grandes coreógrafos, debe estar a todas luces divertido y buscando la manera de darnos a conocer su beneplácito.
Después del primer intermedio, llega el momento para “Afternoon of a Faun” y “Antique Epigraphs”.
El primero, con el bailarín ucraniano Stanislav Olshansky en el papel protagónico. Olshansky forma parte de MCB desde el año pasado.
Es evidente que algo le preocupa a Olshansky más allá de como se ve su figura en el espejo y es imposible ignorar que su fauno solitario en un salón de ensayos, es la creación de un artista que, por la invasión rusa a su país, tiene que vivir ahora en el extranjero. Un hecho que lo vincula con otro gran bailarín ucraniano, Igor Youskevitch (1912 – 1994), cuya familia marchó al exilio, alrededor del año 1920, debido a la Revolución Rusa.
Pero el parecido con Youskevitch no termina ahí, y todo indica que puede ser un asunto de linaje ucraniano. Olshansky -como Youskevitch- es un apuesto bailarín de rostro apolíneo, torso delgado, cintura pequeña, espalda amplia, y porte erguido. Y es –otra vez, como Youskevitch- un partenaire de acerada nobleza.
Por su parte, Dawn Atkins es la visión ideal para hacerle compañía a Olshansky. Su belleza es casi irreal en su armonía y en su actuación, la ausencia de movimiento tiene el mismo valor que el silencio en la música.
Durante los 11 minutos que dura “Afternoon of a Faun”, ellos hacen soñar despierto a todo el Arsht Center.
Tras una breve pausa, algo parecido tiene lugar, gracias a las ocho delicadas bailarinas (Hannah Fisher, Samantha Hope Galler, Ashley Knox y Taylos Naturkas, acompañadas por Alaina Andersen, Ellen Grocki, Petra Love y Madison McDonough) que evocan con infalibilidad inquietante las esculturas en bajorelieve de la Antigua Grecia en “Antique Epigraphs”, y la flautista Karen Fuller, que les ayuda a consolidar lo que siempre recordaremos como un hermoso encantamiento.
Merece la pena señalar que Lourdes López se destacó como una de las solistas de “Antique Epigraphs” en sus años como bailarina con el New York City Ballet.
Un último intermedio da paso a la “Symphony in Three Movements” de Balanchine, una obra de grupo que mantiene a todos los presentes al borde de sus asientos, culmina de manera trepidante y recibe una ovación ensordecedora al bajar el telón.
Entre los solistas, sobresalen Tricia Albertson y Renan Cerdeiro, pero los 32 bailarines participantes son excelentes, porque asumen el papel que les toca como si fueran esas pequeñas piezas que se mueven sin descanso en un reloj que nunca se equivoca al dar la hora.
De manera infalible, como todos los cierres de temporada del Miami City Ballet.
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