Soledad Gonzalo Cogno, la física argentina que liderará su propio laboratorio en Noruega para investigar el cerebro y fue elogiada por dos Premio Nobel

La física argentina Soledad Gonzalo Cogno
La física argentina Soledad Gonzalo Cogno - Créditos: @Gentileza: Soledad Gonzalo

“Soledad es conocedora, ambiciosa, entusiasta, eminente conferencista y extremadamente trabajadora. Sin embargo, ella se preocupa tanto por las personas como por los animales. ¡Y como supervisora es simplemente brillante!”

Quien escribió esto en Twitter es la noruega Premio Nobel de Medicina 2014 May-Britt Moser, quien llegó a esa cúspide por haber descubierto las neuronas que permiten al cerebro ubicarse en el espacio (rebautizadas como “GPS cerebral”) junto con su ahora ex marido Edvard Moser, también premiado. La destinataria de semejante elogio es la física argentina Soledad Gonzalo Cogno, que estudió en la UBA y en el Instituto Balseiro de Bariloche antes de irse en 2017 al Instituto Kavli de aquel país a trabajar con “los Curie noruegos”.

Seis años después, la ocasión para tales palabras es que Gonzalo Cogno ahora se “independizó” de ellos y desde agosto de este año tiene su propio laboratorio en el mismo instituto ubicado en Trondheim, la aterida ciudad que está casi a la misma distancia de la capital Oslo que del Círculo Polar Ártico. Edvard Moser, quizá menos expansivo que May-Britt igualmente saludó el movimiento con entusiasmo: “Atentos con Soledad. ¡Ella cambiará la neurociencia computacional!”

Gonzalo Cogno, nacida y criada en Castelar, liderará un grupo de computación y dinámica neuronal, en un área de la ciencia que se abre a fuerza de nuevos descubrimientos sobre los secretos del cerebro, esa cosa tan compleja. Y, gracias a los beneficios de la planificación europea, ya consiguió financiación para investigar sobre cerebros y redes para los próximos diez años. “Siempre les voy a estar agradecida a los Moser porque las cosas no resultaron siempre fáciles. Tuve suerte de los apoyos que recibí, no les importó que no venía de Princeton, Oxford, Cambridge. Les importaron las ideas y el trabajo que podía generar. Eso fue fundamental. Tengo la gran responsabilidad de repetirlo con las nuevas generaciones, pero siento que me lo gané porque le puse todo”, dijo Gonzalo Cogno en diálogo con LA NACION vía Zoom.

–¿Siempre supiste que ibas a ser científica?

–Siempre. No sabía qué específicamente. Al principio pensaba en ingeniería. Me llamaban la atención los puentes y quería construirlos. Pero me gustaba mucho la matemática y me gustaba la astronomía, y la iba a estudiar, pero como solo se podía en La Plata me incliné por física en la UBA. El quiebre hacia la neurociencia se dio en el Balseiro, cuando hice la maestría. Fue una decisión muy de intuición, realmente. Consideraba hacer algo de partículas, tenía casi una propuesta en cada mano, [teoría de] cuerdas o neurociencias. Y sentí que iba a hacer menos física si hacia neurociencias, pero creía que me iba a divertir más. Así que fui por eso y no me arrepiento.

–¿Cómo se puede sintetizar lo que hacés en el laboratorio?

–La neurociencia se puede estudiar en distintas escalas. Podés ir a los súper micro y entender cómo funcionan determinadas moléculas o proteínas dentro de las neuronas, o ir a lo macro y estudiar resonancias magnéticas funcionales de personas. Yo estoy en el medio. Lo que quiero entender es cómo grupos de neuronas actúan en conjunto. Cómo hablan entre sí y así generan distintas funciones cerebrales. Ese fue siempre mi interés. Justo tuve la suerte de que esto, que está en el corazón de mi interés, está muy alineado con las tecnologías que se están desarrollando últimamente.

–¿Se entiende mejor el cerebro ahora?

–En los últimos seis años hubo una explosión de tecnologías en lo que se llama “imaging de calcio” (o microscopía de calcio) con dos fotones que miden el cambio en la concentración de calcio que da una medida de la actividad neuronal; y por otro lado la electrofisiología que mide potenciales de acción de las neuronas. Se pueden medir cientos y miles de neuronas a la vez, algo impensado hace algunos años. La historia de las neurociencias es la historia de entender cómo una neurona o algunas pocas codificaban aspectos del mundo exterior. Eso fue súper groso porque en los 60 se descubrieron neuronas de la corteza visual que se activan según el ángulo en que se veía algo, como una barra, por ejemplo. Eso revolucionó el campo porque dio a entender que las células se activan según el parámetro del estímulo sensorial. Después los descubrimientos de los Moser que les dio el Nobel, según el lugar del espacio donde se camina el animal. Desde ahí hubo un crecimiento enorme.

–Suele hablarse del cerebro como la cosa más compleja del universo, por redes y cantidad de unidades interconectadas, ¿qué crees que se sabe hoy y cuánto se sabrá en el próximo tiempo?

–Hoy sabemos muy poco. El conocimiento se está incrementando fuertemente. Es decir, se sabe poco, pero a la vez estamos en un momento de ruptura. Lo que vamos a saber en los próximos años es muchísimo más que lo acumulado. Pienso y he discutido el tema de por qué hay tantos físicos como yo en neurociencia. Creo que es el equivalente de lo que fue la revolución en la física en las primeras décadas del siglo XX, la mecánica cuántica, Einstein y la relatividad, un momento increíble para ser científico. Todos lo que hacemos ciencia queremos vivir eso, contribuir al entendimiento del universo de una manera fundamental. Y eso está pasando en neurociencia. Tenemos tecnologías que crecen a pasos agigantados y revolucionan la forma de hacer neurociencia y las preguntas que podemos hacer. Este crecimiento tan fuerte devino en la necesidad de poner a físicos experimentales trabajando con teóricos, y eso es una sinergia increíble, con lo mejor de los dos mundos. Realmente para mí está hirviendo. Y por eso también decido quedarme en este campo y dar mi tiempo y mis esfuerzos. Porque estamos fundando los peldaños de lo que viene.

–¿Qué es lo más asombroso de lo que viene?

–Una de las grandes ambiciones de las neurociencias es tratar de entender cómo hacemos lo que hacemos todos los días a partir de la combinación de grupos neuronas que se prenden y apagan y se conectan entre ellas todos los días. Cómo emerge la función cerebral. Y eso me quita el sueño, a veces literalmente [ríe]. Además, hay una realidad: estamos lejos de entender el cerebro sano. Y estamos desesperados por entender el cerebro enfermo. Entender qué hace el cerebro sano, para entender Alzheimer y otras demencias y patologías de las que sabemos nada y gente alrededor nuestro sufre por ellas. Es hora de empezar a entender qué está pasando para ayudar a la gente. Pero el camino correcto es a través de la ciencia básica, no podés arreglar el lavarropas si no entendés cómo funciona.

Soledad Gonzalo Cogno, junto al equipo del Kavli Institute for Systems Neuroscience
Soledad Gonzalo Cogno, junto al equipo del Kavli Institute for Systems Neuroscience - Créditos: @Rita Elmkvist Nilsen / Kavli Institute for Systems Neuroscience, NTNU

–Esa ebullición de la física del sigo XX derivó en la bomba atómica, ¿hay algún riesgo similar o hay que tomar recaudo ético, alguna regulación, algún límite? Más sabemos del cerebro, más fácil manipular al humano…

–Uno hace ciencia porque quiere responder una pregunta, no pensando en la aplicación. La potencial aplicación no debería ser un impedimento para contestar una pregunta científica importante y bien formulada… ¿hay que tomar recaudos? Sí, pero no tengo una opinión categórica al respecto. Justo ayer vi Oppenheimer, la bomba fue un desastre para la humanidad, pero los avances en los que se basa son realmente emocionantes. Será cuestión de que sepamos cómo manipular el conocimiento que estamos generando y evolucionar como sociedad a la par. Hay cosas que tardan en acomodarse, como la revolución industrial, que fue un nuevo marco de acción, y al principio fue un desastre, un caos y el fin del mundo.

–¿No ves un riesgo claro de que nos lean la mente y nos manipulen?

–Sí, puede pasar. Quizá debería pensar más al respecto, confieso. Y así articularnos mejor como científicos con sociedad y políticos.

–¿Cómo es trabajar con celebridades científicas como los Moser?

–Me gusta mucho trabajar con ellos y por eso sigo aquí. Es muy lindo encontrar a alguien que te apoya y te hace crecer intelectualmente, y te desafía en el buen sentido y te incomoda del mismo modo. Siempre fui apoyada e incentivada por ellos, siempre creyeron en mí incluso cuando yo misma no creía en mí. Hay trabajos que son difíciles, no todo es color de rosa, como este último paper que enviamos a Nature y esperamos respuesta, pero si salen bien está buenísimo. La visión que ellos tienen de la ciencia y adonde tiene que ir el instituto es clave. Ellos tienen un rol de gestión importante, pero están involucrados en la ciencia, y te dicen que te conviene implantar así o así, o que la sonda vaya de este modo, o analizar así lo datos. Este es un laboratorio muy internacional y tenemos reuniones una vez por semana donde cada uno presenta su proyecto, así que todos damos feedback y sabemos qué hacen los otros. Es un lindo ambiente de trabajo y los proyectos son ambiciosos entonces está bueno apoyarse en los compañeros.

–¿Es dura la vida cotidiana tan al norte del planeta?

–Es pesado el invierno. El día a día es parecido al de la Argentina. Lo que más extraño son las amistades, la calidez que tenemos es difícil de encontrar. Y con el tiempo lo extraño cada vez más, tenemos una forma de comunicarnos que trasciende las palabras. Sacando eso, hago lo mismo que en la Argentina. La ciencia me lleva mucho tiempo, esa es la verdad de la milanesa, son más de las ocho horas de rigor. Más ahora que estoy en un momento bisagra de mi carrera. Después, hago una vida normal. Estoy casada con un físico argentino [Iván Davidovich]. Él hizo su doctorado en física de partículas, y después pasó a neurociencias, pero más abstracto, estadística aplicada. Leo mucho y le dedico tiempo a la danza. Hacer ciencia es más que un trabajo, es un estilo de vida. Es lo que soy.