Un sismo político global: el coronavirus altera por completo el año electoral

Es la segunda vez en menos de un mes que el calendario de Vladimir Putin resulta trastocado por la epidemia del nuevo coronavirus. Primero, el presidente ruso se vio obligado a postergar el referéndum del 22 de abril sobre la reforma de la Constitución para permitirle permanecer en el poder hasta 2036 y, poco después, tuvo que dejar para fecha incierta el otro gran acontecimiento del año en su país: el desfile militar del 9 de mayo para celebrar la victoria de la URSS contra la Alemania nazi en 1945. Pero el líder del Kremlin no es el único que paga un precio político por la pandemia. En todo el mundo, elecciones y consultas fueron este año víctimas colaterales del Covid-19. En total, unos 50 países tuvieron que poner en suspenso sus citas electorales por culpa de la pandemia.

El Kremlin dudaba desde hacía semanas en mantener ese gran desfile en la Plaza Roja de Moscú, que debía ilustrar la potencia rusa en la escena internacional, 75 años después del fin de la Segunda Guerra Mundial. Decenas de dirigentes extranjeros estaban invitados.

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"Para nosotros, la fecha del 9 de mayo es sagrada [...] Pero la vida de cada persona no tiene precio", señaló Putin para justificar su decisión. Ayer, el país había declarado 74.588 casos positivos de coronavirus y 681 muertos por la enfermedad.

Para Putin el 22 de abril era una fecha clave. Ese día los ciudadanos tenían que decidir por referéndum aceptar las enmiendas a la Constitución decididas por la Duma (Parlamento) a comienzos de año y que -entre otras reformas- debían permitir a líder del Kremlin presentarse para un quinto e, incluso, un sexto mandato.

"La epidemia vino a perturbar seriamente los planes del Kremlin", anota Tatiana Kastoueva-Jean, directora del Centro Rusia en el Instituto Francés de Relaciones Internacionales (IFRI).

"Putin dudó mucho antes de decidir la postergación y ahora tiene dificultades para encontrar una estrategia que le permita asentar su legitimidad en la gestión de la crisis". Para la investigadora, ante la pandemia, el poder ruso carece de puntos de referencia. "Ninguno de los instrumentos habituales del Kremlin funciona, ya sea la propaganda o la fuerza", analiza.

La vida política de Estados Unidos también tuvo que pagar un tributo a la pandemia del coronavirus. Y tal vez quien se vea forzado a firmar el cheque más abultado sea el presidente Donald Trump, a quien todo parecía sonreírle antes de que llegara el virus.

En el terreno formal, la convención demócrata, que tendría que haber designado en julio al exvicepresidente Joe Biden como rival de Trump para las elecciones del 3 de noviembre próximo, fue postergada hasta agosto. Por su parte, la convención republicana prevista para entre el 24 y el 27 de agosto en Charlotte, Carolina del Norte, terminará designando -sin demasiada incógnita- al actual presidente para competir por un segundo mandato.

Sin embargo, a medida que Estados Unidos se sumerge en la pandemia, la economía se desmorona y las lunáticas intervenciones del jefe de la Casa Blanca agregan cada vez más inquietud, el cursor de las preferencias electorales ha empezado a moverse.

"Si antes de la pandemia no había dudas de que Trump obtendría su reelección, sus improvisaciones, marchas y contramarchas y sus delirios -como sugerir inyecciones de desinfectante en los pulmones de los enfermos de coronavirus- comenzaron a cambiar las intenciones de voto de mucha gente", analiza el historiador François Durpaire, especialista en Estados Unidos.

En apuros

Pero pocos son los líderes políticos que están armados para administrar una pandemia. En realidad, hasta los más sólidos suelen verse en aprietos. Esa fue la experiencia que acaba de hacer el presidente francés, Emmanuel Macron, que, en busca de consenso, aceptó la exigencia de los partidos opositores y, en vísperas de confinamiento, organizó la primera vuelta de las elecciones municipales el 15 de marzo. Resultado: una participación mínima, una opinión pública perpleja en vísperas del confinamiento y la obligación de anular la segunda vuelta hasta una fecha a precisar.

Mucho peor podrían resultar las consecuencias del coronavirus en el futuro político del presidente brasileño, Jair Bolsonaro. Igual de alucinado que su homólogo de Estados Unidos, sus posiciones extremas han llevado al país a una profunda división y -según numerosos observadores- incluso al umbral de un revés democrático.

En ese contexto, nadie sabe cuál será el futuro de las elecciones municipales que deben realizarse en el país sudamericano el primer domingo de octubre. Anteayer, el ministro del Supremo Tribunal Federal (STF) Luis Roberto Barroso trató de desvirtuar los rumores de una eventual postergación. "Queremos organizar esas elecciones", dijo. A su juicio, la postergación provocaría una serie de "evoluciones divergentes con la Constitución, además de sembrar la confusión en los electores".

Nuevos planes

En 2019, América Latina fue escenario de una serie de conmociones. En Chile, la frustración de la juventud, en cólera contra el modelo económico y social heredado de los años del dictador Augusto Pinochet, incendió el país. En Bolivia, la obstinación de Evo Morales, decidido a permanecer en el poder, derivó en violentos enfrentamientos tras una polémica elección. En ambos casos, la salida de la crisis debía pasar por las urnas. Pero el Covid-19 decidió lo contrario.

Superado por el movimiento de protesta, el presidente chileno, el conservador Sebastián Piñera, aceptó la organización de un referéndum sobre una eventual reforma de la Constitución. Prevista para el 26 de abril, la votación fue anulada el 18 de marzo cuando se declaró el estado de excepción constitucional por catástrofe sanitaria. Pesadilla en un país víctima de la dictadura en la década del 70, ese estado de excepción, que permite el despliegue del Ejército para mantener el orden, llevó a los principales partidos políticos a aceptar la postergación del referendo hasta el 25 de octubre. Pero, sobre todo, puso entre paréntesis el proceso democrático, con todos los riesgos que eso implica.

En Bolivia, la crisis política que dio origen a violentos enfrentamientos en octubre, debía hallar una salida el 3 de mayo, con una nueva elección presidencial. Sin embargo, el Tribunal Supremo Electoral decidió suspenderlas sine die, con el apoyo de la mayoría de los candidatos.

El Covid-19 también dejó en suspenso procesos electorales en República Dominicana, Colombia y Venezuela, donde el presidente Nicolás Maduro -que argumentó la prioridad de la lucha contra el virus- puso en duda la organización de las elecciones para la Asamblea Nacional (AN), previstas en la Constitución.

En Uruguay se llegó a un consenso entre todos los actores políticos sobre cómo se hará una vez superada la emergencia. La Corte Electoral decidió el 17 de abril postergar las elecciones departamentales y municipales previstas para el 10 de mayo hasta el 27 de septiembre.

En esa suerte de limbo político, algunos dirigentes esperan con impaciencia reactivar el calendario político. Otros están mucho menos apurados.

"Con más o menos transparencia, esta pandemia impuso restricciones excepcionales a los procesos electorales. Y sobre todo a las democracias. Porque el principio es claro: ninguna elección puede llevarse a cabo mientras ponga en peligro a los electores", precisa el politólogo francés Dominique Reynié.

Advierte, sin embargo que, para que una democracia resista, es necesario que toda decisión de suspensión sea debatida dentro del mayor consenso posible, a intervalos regulares, bajo el control del Parlamento y de las jurisdicciones constitucionales. "El problema -concluye- es que no siempre suele ser así".