Signo de época. Cuando nos convertimos en cuidadores de nuestros padres, un momento de sobrecargas no exento de roces familiares

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A medida que la expectativa de vida crece, también es mayor el universo de adultos jóvenes que deben hacerse cargo del cuidado de sus padres. Las responsabilidades pueden ir desde aspectos cotidianos –como la compra de medicamentos o la realización de trámites online– hasta el armado de complejas logísticas para la supervisión de todo lo que puedan necesitar. Es la etapa de la vida en la que los hijos pasan a ocupar el rol de padres de sus padres. La dedicación a la propia familia –esposo, esposa e hijos– y las exigencias laborales coinciden con este período en el que todo se convierte en un torbellino de demandas.

Asumir la llegada de este momento, que suele ocurrir en la mediana edad, no es sencillo: la imagen de que los padres todo lo pueden se resquebraja. “Eran nuestros héroes y lo que más nos cuesta aceptar es que necesitan ayuda”, plantea Miguel Ángel Acanfora, médico especialista en gerontología y geriatría, máster en gerontología social. Y agrega que por desconocimiento o comodidad esa creencia de autonomía puede sostenerse, lo que provoca que no se asuma el cuidado requerido.

A Gabriela Farré, de 57 años, le costó adaptarse a la nueva dinámica con su mamá, María Rosa, de 92. “Siempre fuimos muy unidas y, en este momento, ella ya no me cuida a mí sino que yo la cuido a ella”, dice. Durante un tiempo, recuerda esta docente de Parque Chacabuco, la enojaba el hecho de verla mayor y de no sentirse contenida como antes. “Tuve un problema de salud en septiembre de 2021 y me dolió que no pudiera acompañarme, que no pudiera ser ‘mi mamá’ porque estaba viejita. Tuve que aceptar que ya no cumple ese papel y fue un trabajo personal muy grande”, reconoce.

Gabriela logró redefinir el vínculo con su mamá, a quien ayuda y asiste a diario
Gabriela logró redefinir el vínculo con su mamá, a quien ayuda y asiste a diario - Créditos: @Hernán Zenteno

Según Acanfora, que además es director de la maestría de gerontología clínica de la Fundación Barceló, reconocer esas limitaciones es el primer gran paso que vivimos como padres de nuestros padres en la construcción de este nuevo vínculo. Lo sabe Fernanda F, que se ocupa de su mamá y de su papá, que están separados, y tiene una única hermana que vive en el exterior. “Si bien ella me ayuda, al momento de poner el cuerpo, de reaccionar o tener que actuar frente a alguna urgencia, obviamente, siento una falta enorme”, indica esta periodista de 40 años.

Las exigencias de la vida moderna se combinan con este nuevo rol, que suele absorber gran parte de la energía. “Creo que nos pasa a muchas personas de mi generación que tenemos obligaciones, trabajos demandantes y, cada vez más, nos tenemos que ocupar de la salud de nuestros padres, no solo a nivel físico sino también emocional, sobre todo si están solos”, señala Fernanda. Y enseguida aclara que se siente una privilegiada por tenerlos con ella y que estén sanos.

El abanico de preocupaciones se amplifica y las cuestiones de salud no son las única a atender. “En un momento del día me siento a hacer trámites administrativos para mamá porque la gran mayoría son online, desde un reintegro médico hasta el pago de sus actividades desde su home banking porque a ella le resulta muy difícil”, relata.

Decisión y compromiso

“El cuidar más que un acto de amor es una decisión propia que uno debe tomar sabiendo que lo puede hacer; si no puede hacerlo tiene que buscar otra solución, que puede ser la institucionalización”, sostiene Acanfora. En este punto, es fundamental escuchar a los padres, cuáles son sus necesidades, sus gustos y cómo quieren transitar los siguientes años.

“Por lo general, desean quedarse en sus casas, de hecho en la Argentina hay un índice de institucionalización muy bajo, que alcanza solamente el 2% ó 3% de la población total de ancianos a nivel país. Serían entre 150.000 ó 200.000 personas”, aporta. Sin embargo, la elección solo es posible cuando se trata de un tipo de asistencia que puede brindar un hijo o un cuidador. Si hay un deterioro cognitivo o físico muy importante, el margen de maniobra se achica.

Más allá de las exigencias, Gabriela busca compartir momentos de esparcimiento con su mamá quien, tan coqueta como ella, siempre tiene las manos impecables
Más allá de las exigencias, Gabriela busca compartir momentos de esparcimiento con su mamá quien, tan coqueta como ella, siempre tiene las manos impecables - Créditos: @Hernán Zenteno

Según Julieta Orlandi, médica especialista en geriatría y medicina interna, para valorar los aspectos de la vida cotidiana en los que los adultos mayores requieren ayuda se los divide en dos grandes grupos. El primero tiene que ver con las actividades básicas como el aseo personal, la alimentación o la movilidad. El segundo incluye las actividades instrumentales como el manejo de dinero o las tareas domésticas.

“Puede suceder que un adulto mayor no requiera ningún tipo de asistencia para ninguno de los dos grupos, o es posible que requiera asistencia para las actividades instrumentales, pero que sea independiente para las básicas. En el otro extremo, están aquellos que son dependientes para ambos tipos de actividades”, asegura Orlandi, que además se desempeña como coordinadora del área clínica médica del Sanatorio San Gabriel.

“Siempre fuimos muy unidas y, en este momento, ella ya no me cuida a mí sino que yo la cuido a ella”, dice Gabriela
“Siempre fuimos muy unidas y, en este momento, ella ya no me cuida a mí sino que yo la cuido a ella”, dice Gabriela - Créditos: @Hernán Zenteno

Gisela Burak recuerda como un tsunami la experiencia que vivió con su mamá hace algunos años. “A raíz de lo que pasé con ella, estudié la carrera de acompañante terapéutica”, señala. “Yo tenía a mis hijas chiquitas de 2 y 5 años, y trabajaba como administrativa. Mamá tuvo un accidente isquémico y, de ser una persona que hablaba, se cocinaba, manejaba su plata, salió de la internación en silla de ruedas, con pañales y sin poder hablar”, describe.

Poco después de aquel episodio, Gisela renunció a su trabajo. En realidad, cambió un trabajo por otro: los trámites burocráticos, las compras de insumos y la administración de remedios tomaban sus días. Pero al tiempo advirtió que no alcanzaba. “Al no tener la estructura de cuidados que necesitaba en su casa o en la mía, tuve que llevarla a un geriátrico, donde estuvo por cinco años. Uno se siente totalmente en falta y se pregunta, ‘¿por qué si mi mamá me crió, me alimentó y me cuidó, yo no puedo hacerlo con la misma calidad que lo hizo ella?’”, expresa.

En el caso de Tamara Díaz, el cuidado de su madre, que es trasplantada renal, empezó hace unos diez años, cuando ella tenía apenas 15. “Mi mamá está inmunosuprimida, por lo que se enferma con mucha frecuencia; además, por un tema de diabetes su visión también se deterioró. Si bien hasta hace unos años era más independiente y podía trabajar, actualmente no lo hace por cuestiones de su salud. Cobra una pensión, más lo que yo puedo ayudar”, relata.

Tamara se recibió hace pocos meses de psicóloga en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y vive con su pareja en Villa Urquiza. Trabaja y diagrama su semana para visitar a su mamá en Villa Devoto, por lo menos, dos veces. “Si tiene que ir al médico o hacer algún trámite la acompaño, muchas de sus actividades de la vida diaria requieren el cuidado de otro”, cuenta. También le organiza la agenda porque no maneja la virtualidad: se ocupa de los recordatorios de turnos médicos y los pagos, entre otros trámites. “Siempre estoy atrás, si va a algún lugar y no la pudo acompañar nadie de la familia, estoy pendiente y preocupada de que no le pase nada en el camino, lo que haría una madre”, resume.

Es clave también que los padres admitan que llegó el momento de recibir ayuda y aceptar la asistencia de los hijos o cuidadores
Es clave también que los padres admitan que llegó el momento de recibir ayuda y aceptar la asistencia de los hijos o cuidadores

Roces y conflictos

Para el adulto mayor tampoco es fácil aceptar que pierde sus capacidades y su independencia, y esta situación suele generar roces con quienes quieren atenderlo. Sin embargo, según Orlandi, si los hijos y la familia estuvieron presentes a lo largo de toda la vida de la persona, cuando requiera asistencia y acompañamiento no lo vivirá como una invasión, sino como parte de un proceso adaptativo.

En ese sentido, considera que para poder llevar a cabo esta transición en armonía es fundamental la existencia previa de un vínculo sano y de un núcleo familiar continente que acompañe al individuo durante su envejecimiento, respetando sus deseos y creencias.

Coincide Luciano Dayán, psicólogo y docente de la Fundación Barceló: “Lo que puede observarse a partir del trabajo con familiares de adultos mayores está directamente relacionado con el tipo de vínculo que construyeron con anterioridad. Hay personas en la mediana edad que entienden el envejecimiento lógico por el que pasan sus padres, y hay otras que, dentro de vínculos previos poco dinámicos y adaptativos, vivencian esos hechos desde una conducta en la que se busca negar lo que acontece”.

Es un momento, además, en el que suelen aflorar diferencias entre los hermanos respecto a cómo repartir colaborativamente las responsabilidades. Según Dayán, en estos casos, “los conflictos suelen responder a temáticas no conversadas o a intereses encontrados que no se explicitan, lo que lleva a colisiones que no siempre son evitables, pero sí son innecesarias en su virulencia”.

El experto considera que estas situaciones hacen visible, a veces de manera vertiginosa, el tipo de estructura familiar que se fue cimentando durante años o décadas. “Algunas familias muestran mayor capacidad tanto de flexibilidad como de resiliencia, y en otras aparece el confrontamiento con muchísimas dificultades de aceptación y adaptación ante lo que sucede y ante hechos anteriores no encarados”, concluye Dayán.

Admitir y aceptar que no todos los integrantes de la familia ayudan de la misma manera ni con el mismo estilo, dialogar sobre las diferencias en el marco del respeto y priorizar en las discusiones la búsqueda de soluciones para el adulto mayor son algunas pautas que pueden contribuir a preservar las relaciones entre hermanos.

Para Acanfora, es importante subrayar que, más allá del rol de los hijos, desde la gerontología se empieza a trabajar el concepto de aprender a envejecer. “A cierta edad, uno tiene que empezar a aceptar el envejecimiento, y planificarlo para poder vivir esa etapa en forma más plena, no solo a nivel individual, sino en el núcleo familiar”, finaliza.