El señor de los anillos: de la actitud "mafiosa" de Harvey Weinstein a la épica que cambió Hollywood

Hay adaptaciones que son consideradas malditas, proyectos que a lo largo de los años Hollywood quiso llevar a la pantalla pero que, por uno u otro motivo, nunca llegaron a concretarse. La conjura de los necios o El guardián entre el centeno son dos ejemplos de los muchos libros que parecen escapar del cine. Y lo mismo sucedió durante mucho tiempo con El señor de los anillos. Luego de un paso en falso, en 2001 la pieza escrita por J. R. R. Tolkien llegó a la pantalla grande de la mano de Peter Jackson. La ambiciosa trilogía pautada por el director neozelandés logró lo imposible: enamorar a los fans que habían leído mil veces los libros, y conquistar a un público que desconocía la saga literaria. Y el primero de los largometrajes, titulado La comunidad del anillo, supuso para el realizador una verdadera épica que le permitió vislumbrar cómo contar la historia de Frodo y su apasionante aventura.

Un proyecto maldito

El señor de los anillos: la comunidad del anillo fue publicada en 1954, y sus dos secuelas llegaron ese mismo año y el siguiente. El británico J. R. R. Tolkien creó una épica de espadas y fantasía que le permitía utilizar el envase del género para tratar varios de los temas que le interesaban. La batalla de un pequeño grupo de valientes hobbits contra el más absoluto de los males, por momentos parecía un reflejo de muchos demonios que también habitaban la realidad. Como es sabido, la trilogía literaria fue una de las primeras ficciones que modeló un séquito de fans activos como hasta ese momento jamás había aparecido, convirtiendo la saga en un fenómeno que trascendía los límites de sus páginas (porque antes de los trekkies, o los whovians, ya existían los grupos se seguidores de Tolkien y su obra).

No pasaron demasiados años hasta que distintas productoras de Hollywood vieran en los libros la materia prima para llevar adelante una adaptación, y en 1968 el autor vendió los derechos de su obra por quince mil dólares. Pero los efectos que se necesitaban para trasladar a la pantalla grande la espectacularidad de la aventura desalentó la posibilidad de varios proyectos, entre los que se incluyó una lisérgica versión dirigida por Stanley Kubrick y protagonizada por los Beatles (que hubiera valido la pena ver). El único valiente que llegó a realizar una adaptación fue el veterano animador Ralph Bakshi, que en 1978 hizo un film basándose parcialmente en los primeros dos libros. Si bien la pieza significó un meticuloso trabajo de animación en el que Bakshi diseñó visualmente desde cero el inabarcable mundo de la Tierra media, la película fue recibida de manera muy dispar y se consideró un fracaso de taquilla (aunque el paso de los años, la reivindicó merecidamente). Un segundo intento se produjo en 1988, cuando George Lucas llevó adelante una versión muy libre de la saga a la que tituló Willow, y que no produjo las ganancias esperadas. Con esos antecedentes, en los años venideros El señor de los anillos se convirtió en una empresa en la que nadie quería invertir, hasta que en los noventa, un rebelde director venido del cine de terror más extremo rompió esa maldición no escrita.

Peter Jackson, el hombre detrás de Tolkien

Peter Jackson navegaba entre las aguas del prestigio y del culto. El primer tramo de su filmografía, que había inaugurado con Mal gusto, lo había convertido en un verdadero referente del cine clase B, mientras el prestigio que obtuvo con Criaturas celestiales lo llevó a codearse con algunos referentes de la industria. Su primer contacto con la saga de Tolkien fue a través de la mencionada película de Bakshi, una pieza que alcanzó para generarle interés por ese mundo, y llevarlo a los libros. En el año 1995, y mientras terminaba Muertos de miedo, Jackson pensó en El señor de los anillos como su nuevo trabajo. Con la tecnología visual avanzando a pasos agigantados, el realizador creía que la Tierra media y sus batallas podían hacerse realidad de forma palpable. Junto a su esposa, habitual coguionista y socia, Fran Walsh, empezaron a rastrear qué productora podría interesarse en el proyecto. Miramax no tardó en mostrar entusiasmo y en octubre de ese mismo año se reunieron con Harvey Weinstein.

Miramax y el realizador convinieron en la posibilidad de realizar dos largometrajes que adaptaran los tres libros, por una inversión de 180 millones de dólares. Dado que la productora era propiedad de Disney, ellos debían autorizar una cifra tan abultada. Ante la furia de Weinstein, la empresa de Mickey Mouse se negó a aprobar el proyecto alegando que la fantasía era un género que no iba a llamar la atención de un público masivo. Muchos años después, Jackson confesó en una entrevista que fue un alivio no tener que trabajar con Weinstein, al que calificó de tener "actitudes casi de mafioso". Algunas versiones publicadas insisten con que por debajo de la mesa, Harvey quiso robarle el proyecto a Jackson para poner en marcha su propia adaptación, dirigida por Quentin Tarantino (otra versión que también hubiera valido la pena ver).

El realizador recibió ofertas de otras productoras, que desconfiando del potencial del proyecto le insistían con convertir la trilogía en una sola pieza, algo que él sabía era inaceptable: "Creo que la razón por la que en cincuenta años El señor de los anillos jamás se convirtió en un film de acción real, fue porque los productores siempre intentaron convertirla en una película única y eso es algo imposible". Pero todo cambió cuando apareció New Line Cinema, que sugirió hacer no dos, sino tres largometrajes, y autorizaron una inversión de 300 millones de dólares. "Afortunadamente en New Line me dieron mucha libertad", dijo Jackson años después en una entrevista, y agregó: "El señor de los anillos es tan compleja y densa en su estructura, que cualquier estudio hubiera tenido muchas dificultades al momento de intentar ejercer algún tipo de autoridad en nuestro trabajo, porque para eso había que conocer muy bien el material original".

La fórmula de Jackson

El director sabía que el grueso del dinero debía destinarse a la gigantesca cantidad de escenarios, armaduras y efectos digitales que necesitaba la trilogía, y por ese motivo no podía darse el lujo de contar con un sinfín de estrellas que exigieran salarios desmedidos. Pero lo cierto es que al realizador no lo desvelaba contar con grandes nombres, sino con los actores y actrices idóneos para cada uno de los personajes. En julio de 1999, Frodo fue el primer papel confirmado cuando Elijah Wood firmó para interpretarlo. Uno de los pocos exniños prodigio de Hollywood que no había malogrado su carrera, le mandó a Jackson una audición en video cuando supo que el proyecto se estaba gestando, y él no dudó en reclutarlo cuando vio el talento y entusiasmo del joven de 18 años. Con respecto a Aragorn, el director tentó a Daniel Day Lewis y a Russell Crowe, pero los dos lo rechazaron, y el papel quedó en manos Stuart Townsend (ya volveremos a él más adelante).

El rol de Gandalf era clave en la historia, y Jackson sabía que el único capaz de hacerlo era Ian McKellen. Sin embargo el actor, a pesar de su entusiasmo, debió rechazar el trabajo por su compromiso con la película de los X-Men. De esa forma el papel le fue ofrecido a Christopher Plummer, John Astin, Sean Connery y hasta Patrick Stewart (que también debía filmar X-Men), aunque esas opciones no avanzaron. Allí apareció en escena el veterano actor Christopher Lee, un verdadero referente del cine fantástico. Las credenciales de Lee eran inmejorables, no solo porque era un verdadero fan de la trilogía literaria a la que leía sagradamente todos los años, sino porque había tenido el honor de conocer en persona a Tolkien. Pero Jackson vio en él al Saruman perfecto, y le dio ese papel. Finalmente la producción volvió al casillero inicial cuando McKellen confirmó que podía filmar el largometraje, y para alegría del director se convirtió en Gandalf.

En la lista de actores que quisieron estar en el film, hay que agregar a Jake Gyllenhall como un posible Frodo, Tim Curry y Jeremy Irons como Saruman, Bruce Willis y Liam Neeson como Boromir, Vin Diesel como Aragorn, James Corden como Sam, y David Bowie como Elrond. Rechazar al músico fue especialmente difícil para Jackson, que en ese momento argumentó: "Tener a un personaje amado y a una estrella amada interpretándolo es ligeramente incómodo". Lucy Lawless y Uma Thurman iban a ser respectivamente Galadriel y Arwen, pero las dos quedaron embarazadas, y así llegaron para esos roles Cate Blanchett y Liv Tyler.

Con el elenco establecido, el 11 de octubre de 1999 comenzó el rodaje, pero algo no terminaba de convencer a Jackson. Stuart Townsend, el actor elegido para Aragorn, era demasiado joven y el realizador a último momento convocó a Viggo Mortensen. El intérprete era muy poco conocido por ese momento, y ni siquiera había hablado cara a cara con Jackson cuando firmó para convertirse en el hijo de Arathorn. De esa forma, Viggo logró un papel que iba a cambiar el curso de su carrera.

El desafío de un rodaje triplicado

New Line y Peter Jackson resolvieron que la trilogía debía filmarse en simultáneo. Eso implicaba un trabajo de ingeniería enorme que debía estar organizado hasta en el más mínimo de los detalles. Se calcularon 438 días de rodaje a lo largo de 150 escenarios. Pero a pesar de su gran escala, el espíritu era el de una obra íntima. Más de una vez, Jackson describió el clima como el de "la película casera más grande del mundo".

Basta mirar las cifras de La comunidad del anillo para comprender su magnitud. Con el objetivo de recrear la Tierra media, el director comprendió que el lugar ideal era su Nueva Zelanda natal. La variedad de paisajes, la libertad que les brindaban las autoridades al momento de filmar, y la lejanía con Hollywood y sus ejecutivos intentando supervisar el rodaje, fueron ingredientes que convencieron al realizador de llevar adelante la titánica tarea en su país. Lejos de lo que sucedió con otras filmaciones que a kilómetros de Hollywood se desmadraron por completo (como Apocalipsis Now, cuya filmación casualmente tuvo la misma cantidad de días que los de esta trilogía), Jackson y su equipo demostraron una coordinación perfecta en la que no solo no se excedieron del presupuesto, sino que cumplieron a término lo pautado.

Mientras el rodaje llegaba a sus últimas instancias, el acento comenzó a ponerse en los sofisticados efectos digitales que la aventura requería. La creación de variados monstruos y de ejércitos multitudinarios debía impactar en los espectadores, y Jackson le pidió consejo al Yoda del rubro: George Lucas. Luego de charlar con él, Jackson puso en marcha un equipo inmenso de artistas digitales que crearon el programa Massive. Se trataba de un software cuya característica era que le daba a cada criatura digital un comportamiento distinto al momento de la batalla, creando secuencias aleatorias que no respetaban un patrón determinado y generando la idea de estar inmerso en una gigantesca guerra entre personajes vivos.

Pero mirando la mitad vacía del vaso, a Jackson le pasó algo parecido a Lucas, y los efectos digitales terminaron por obsesionarlo. Si bien El señor de los anillos: la comunidad del anillo cuenta con muchos efectos artesanales y escenarios reales, algunos fans criticaron al director neozelandés por su creciente pasión por lo digital. Uno de los que no dudó en manifestar esa opinión fue Viggo, que en una entrevista expresó: "En la primera película está Rivendell, está Mordor, y hay una suerte de materia orgánica cuando están los actores interactuando entre ellos en verdaderos paisajes; eso es más audaz. Pero en la segunda ya empezó todo a cambiar, y para la tercera había un montón de efectos especiales. Era todo muy espectacular, aunque cierta sutileza de la primera, paulatinamente se perdió en la segunda y en la tercera".

Durante el festival de Cannes de 2001, y a modo de estreno absoluto, se proyectó para las estrellas de la película y para un público muy exclusivo, unos veinte minutos del film. Los elogios no tardaron en comenzar a circular, y pronto se hablaba de La comunidad del anillo como un film que iba a ser el gran evento del 2001. El estreno del primer trailer ese mismo año, que en las primera 24 horas se descargó más de un millón y medio de veces, respaldó esa idea. Las ganancias que prometía el largometraje eran enormes, al punto que Nueva Zelanda recibió una inyección en su economía de 200 millones de dólares debido a turismo y cuestiones vinculadas a las filmaciones. Incluso el gobierno autorizó la creación de un comité llamado El Señor de los Anillos que pudiera explotar todas las potenciales ganancias que la filmación de la trilogía iba a significar.

La auténtica comunidad del anillo

La primera escena que Jackson quiso rodar fue aquella en la que los cuatro hobbits se esconden debajo de un árbol, acechados por un Nazgul que los está cazando. Que esa fuera la escena inicial no fue casual, porque el director quería que entre los cuatro actores se estableciera un vínculo. Y esa fue la idea rectora del realizador durante todo el rodaje: que los intérpretes se hicieran amigos, y que esa amistad se viera en la pantalla. Esa fórmula funcionó, y de esa manera Jackson logró la más complejas de las tareas: brindarle a su trilogía una mística genuina.

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Filmar durante tantos días soportando jornadas eternas y temperaturas de todo tipo, hizo de los integrantes del elenco una verdadera familia. En una entrevista, Elijah Wood dijo que a pesar de ser una producción a gran escala, la sensación de intimidad era notable: "No lo podría comparar con nada, pero ese rasgo se hizo más especial para mí con el transcurso de los años. Todos nos embarcamos en algo que jamás nadie había hecho a una escala tan grande, y aunque escondidos en la hermosa Nueva Zelanda, nos sentíamos como en casa. Ese sentimiento de estar en familia forjando un camino con nuestro trabajo fue algo realmente extraordinario". Para Ian McKellen, la emoción que le produce recordar ese trabajo tampoco es menor: "Siento una gratitud eterna por haber sido parte de uno de los mayores films de aventuras de todos los tiempos. No se lo digan a Peter: las llaves de la casa de Frodo están colgando en la pared de mi casa".

El vínculo entre el elenco fue tan sólido, que todos los actores que formaron parte de la comunidad del anillo (menos John Rhys-Davies, que interpretó a Gimli) decidieron tatuarse un nueve escrito en Tengwar, lenguaje creado por Tolkien. En ese dialecto, dicho número simboliza a la amistad, y por eso decidieron llevarlo en la piel. Poco tiempo después, Jackson se sumó, pero tatuándose un diez.

A casi dos décadas del estreno del primer film, La comunidad del anillo aún es un título imprescindible del Hollywood moderno, y una muestra que los grandes films de aventuras pueden ser piezas de un autor con una visión reflexiva sobre su propia obra y sobre el material original que adapta. Y muchos años después, y a pesar de haber regresado al universo de Tolkien con una segunda trilogía basada en El Hobbit, Jackson nunca dejó de recordar con nostalgia cuan importante fue ese primer paso que dio con La comunidad del anillo: "Mucha gente siempre piensa que tuve una ambición desmedida cuando me propuse hacer El señor de los anillos, algo que en realidad no es cierto. La única gran ambición que tuve en ese momento, fue la de hacer una película de fantasía".