San Simón, el santo guatemalteco que no es santo, llegó a La Pequeña Habana para quedarse
En la famosa zona turística de la Calle Ocho, en La Pequeña Habana, hay una tienda con puerta y ventanas de vidrio por donde se vislumbra que el lugar está lleno de figuras religiosas. Al entrar lo primero que se percibe es el agradable olor que sale del estante en medio del local. Es imposible distinguir el aroma porque es una mezcla entre cientos de inciensos, aceites, esencias y velas.
Esta es la botánica Variedades Store M&N, administrada por José Zevallos, un peruano que llegó a Miami hace 34 años. Comenzó vendiendo a un público mayoritariamente cubano, pero ahora entre sus clientes abundan inmigrantes centroamericanos.
Acá se venden amuletos, perfumes, cristales, imágenes de santos, ángeles y personajes religiosos de todas partes del mundo. Acá está lo necesario para alinear chacras, nivelar la energía o hacer una limpieza espiritual. También es posible encontrar hierbas medicinales y oraciones para situaciones específicas, como una audiencia de migración o para atraer amor, dinero y suerte.
Dentro de todas las imágenes de santos y personajes venerados en todas partes del mundo, se encuentra una de San Simón, una pequeña figura de un hombre vestido de traje formal negro y sombrero, sentado sobre una silla con una vara en una mano, una bolsa en la otra y un cigarro en la boca, justo debajo de un frondoso bigote. Este mítico personaje que ha sido venerado en Guatemala durante más de 400 años, ya tiene presencia en Miami, a miles de kilómetros de distancia de su lugar de origen, un pueblo indígena llamado Santiago Atitlán.
San Simón no es reconocido por la Iglesia Católica, por lo que no puede ser encontrado en iglesias, sin embargo, alrededor de Guatemala existen diferentes templos a los que sus devotos acuden a pedirle favores. Cada 28 de octubre es celebrado con música, licor, puros, bailes y hasta dinero. Entre sus seguidores es común encontrar a migrantes, comerciantes y trabajadoras sexuales. Verlo en Miami, una ciudad a miles de kilómetros de distancia, resulta un hecho particular.
¿Cómo llegó hasta acá? José, el dueño de la botánica, trabaja a pedido de sus clientes, la mayoría migrantes de América Latina. Es a través de ellos que ha nutrido su conocimiento en creencias y tradiciones de los lugares concurridos, pero también más apartados del mundo.
“La gente nos va hablando, nos cuentan de sus creencias. Nosotros tenemos contactos así que mandamos traer (las figuras) o a veces yo viajo para ir por ellas”, dice José al hablar sobre cómo se abastece de los objetos.
Pero hay algo mucho más profundo.
“Las personas migran con sus dioses y santos”, explica Julio Menchú, historiador y guía espiritual maya de Guatemala, quien explica que el fenómeno migratorio ha provocado un “trasiego de objetos religiosos”, es decir, que con el afán de manterner vivas sus creencias las personas que salen de sus países buscan llevarse sus santos, aunque implique hacerlo con métodos no convencionales.
Un ejemplo de eso, dice Menchú, es la historia del Cristo Mojado, como se le conoce a la imagen del Cristo Negro de Esquipulas, una representación de Jesucristo de un pueblo en el oriente de Guatemala, que fue trasladado en una balsa para ingresar a territorio estadounidense como indocumentado porque no contaba con los permisos necesarios para pasar por las fronteras terrestres y aéreas.
“Eso te dice que la gente emigra de sus países y que lo hace con su cosmovisión, y claro, con sus adaptaciones y formas distintas, pero se van o huyen de sus países por pobreza pero no se olvidan de lo suyo”, señala Menchú.
Santos que no son santos
San Simón es un personaje que no es reconocido por la Iglesia católica, pero al que en la creencia popular guatemalteca se le atribuyen milagros y respuestas a oraciones.
Menchú explica que según la tradición oral San Simón era un abuelo maya que habría vivido entre el siglo XV y XVI, y que aunque no existen documentos que comprueben que vivió, sí hay tres versiones sobre su paradero.
La primera cuenta que durante la época de la conquista española, San Simón fue quemado vivo por practicar sus creencias; la segunda relata que fue amarrado a un árbol al que le prendieron fuego y que sus cenizas fueron esparcidas para que no se le rindiera culto en ese lugar. Y la última versión es que él mismo supo que iba a morir, así que caminó hacia una montaña y en un cerro hizo una ofrenda espiritual y desapareció dejando tras de sí solo sus enseñanzas.
Menchú explica que San Simón fue llamado así porque las personas mestizas no podían pronunciar su nombre original en idioma maya: Maximón o Rijal Mam, que significa Abuelo Amarrado o El Gran Abuelo.
Por eso ahora existen dos imágenes vinculadas a este personaje, una más próxima a las comunidades indígenas llamada Maximón, en la que el personaje porta una máscara hecha de árbol de pito, considerado sagrado en la cosmovisión maya, y está vestido con traje tradicional indígena, pañuelos y sombrero. La otra imagen es la de San Simón, una versión considerada mestiza que se puede encontrar en las botánicas de Miami.
Desde la Espiritualidad Maya los guías reconocen a Maximón como un guía de guías, un abuelo al que recurrir en momentos de dificultades, pero también está ligado a otro tipo de situaciones, dice Menchú. Según relata, Maximón también es venerado por trabajadoras sexuales y personas vinculadas al comercio sexual.
Buscar un santo
Dentro de la botánica M&N solo es cuestión de señalar una de las imágenes para que José Zevallos empiece a contar la historia detrás y explique qué cosas se le pueden pedir a cada santo.
José ha tenido que adaptarse al sincretismo de Miami, una ciudad que se caracteriza por su diversidad cultural: el censo de población de 2020 dice que el 68.6% de la población en el área metropolitana es de origen hispano, el grupo que más visita la tienda.
¿Cómo sabe tanto de este negocio?, se le pregunta a José Zevallos. Su respuesta es que la misma gente le ha enseñado.
“Las personas que visitan la tienda tienen mucho conocimiento, así que uno aprende de las experiencias de ellos, y a partir de eso decidimos lo que vamos a vender”, relata. Pero para aprender también ha viajado a comunidades remotas, ciudades y montañas a reunirse con chamanes y guías espirituales.
Esto ha permitido que José incluso innove en este campo haciendo sus propias velas religiosas y oraciones, las que vende dentro de su tienda aunque él mismo reconoce que no practica una religión.
“El poder no está en las imágenes o en las velas, el poder está en la persona. Todo lo que yo vendo no tiene valor por sí solo, lo que vale es la fe”, dice. Estas (las imágenes religiosas) son el medio para manifestarla, enfatiza José Zevallos, mientras limpia con delicadeza una de los cientos de piezas que tiene en su local.