En San Antonio, los pobres viven en sus propias islas de calor

Amelia Castillo, de 67 años, y Antonio Castillo, de 66, esperaban en una parada de autobús que no está techada en San Antonio, Texas, el viernes 22 de julio de 2022. “A veces tenemos que esperar de 40 a 50 minutos”, dice Amelia. (Jordan Vonderhaar/The New York Times)
Amelia Castillo, de 67 años, y Antonio Castillo, de 66, esperaban en una parada de autobús que no está techada en San Antonio, Texas, el viernes 22 de julio de 2022. “A veces tenemos que esperar de 40 a 50 minutos”, dice Amelia. (Jordan Vonderhaar/The New York Times)

SAN ANTONIO — Un día de la semana pasada, Juanita Cruz-Pérez asomó la cabeza por la puerta trasera de su casa de dos habitaciones en San Antonio y negó con la cabeza. Todavía no era mediodía y el calor ya era insoportable. Abrió la puerta delantera, y la trasera, de su vivienda mientras rezaba para que soplara algo de brisa, luego encendió un ventilador de plástico que lanzaba aire caliente. Resistió la tentación de encender el aire acondicionado porque consume mucha energía.

“El aire acondicionado solo se enciende en la noche, sin importar el calor que haga”, dijo.

Cruz-Pérez sufre una serie de problemas de salud que se ven exacerbados por el calor sofocante, incluyendo diabetes y presión arterial alta, pero su presupuesto de 800 dólares al mes deja poco margen para lo que ella consideraría un lujo.

En San Antonio, mientras resisten la segunda semana de una ola de calor que ha sido feroz incluso para los estándares de Texas, los residentes de bajos ingresos como Cruz-Pérez a veces se quedan con pocas opciones para mejorar su situación. No solo no puede encender el aire acondicionado durante la parte más calurosa del día, además, ella vive en el lado oeste, una de las múltiples zonas de San Antonio (casi todas de clase trabajadora o barrios pobres) donde no hay muchos árboles que den sombra.

Las cosas simples como aventurarse en el patio trasero, caminar a la tienda o esperar el autobús pueden ser peligrosas.

“Cuando eres pobre, el sol te encuentra más rápido”, dijo Cruz-Perez.

La luz del sol se reflejaba en el marco de una ventana de metal en San Antonio, Texas, el jueves 21 de julio de 2022. (Jordan Vonderhaar/The New York Times)
La luz del sol se reflejaba en el marco de una ventana de metal en San Antonio, Texas, el jueves 21 de julio de 2022. (Jordan Vonderhaar/The New York Times)

San Antonio ha experimentado al menos 46 días con temperaturas de más de 37 grados Celsius en lo que va del año, según el Servicio Meteorológico Nacional. Hasta el 25 de julio, las mediciones realizadas en el aeropuerto de la ciudad han detectado que, a excepción de una jornada, todos los días de julio han superado la marca de los 37 grados Celsius.

Esta situación se ha atribuido a la ola de calor ocasionada por una serie de incendios forestales, incluido un incendio que afectó a más de 20 casas el lunes por la noche en Balch Springs, un suburbio de Dallas. El calor también ha puesto a prueba la congestionada red eléctrica del estado. El Consejo de Confiabilidad Eléctrica de Texas (ERCOT, por su sigla en inglés) que administra la red eléctrica, ha pedido a quienes pueden pagar el aire acondicionado que conserven la energía a fin de evitar los apagones continuos.

Las altas temperaturas han afectado gran parte del sur y el este de Estados Unidos durante las últimas dos semanas y esta semana llegaron al noroeste del Pacífico, una región que normalmente es templada. El impacto es particularmente visible en lugares como el área metropolitana de San Antonio, una región de mayoría latina donde casi el 18 por ciento de la población vive en la pobreza.

El calor es ineludible en el histórico lado oeste de la ciudad, donde la alta proporción de asfalto en comparación con los espacios verdes, junto con estructuras antiguas, trenes de carga y una gran cantidad de concreto, crea el “efecto de isla de calor” que genera mayor consumo de energía, más contaminación y un riesgo más grande de sufrir problemas de salud.

“Son los pobres quienes generalmente terminan sufriendo estos períodos de calor, porque carecen de los recursos”, dijo Kayla Miranda, quien lidera la Coalición por la Justicia de los Inquilinos, un grupo de defensa que está presionando por más espacios verdes en San Antonio. “Nos sentimos olvidados por los que están en el poder. Los barrios más ricos tienen más espacios verdes, sombra”.

Miranda lo sabe en carne propia. Ella y sus cuatro hijos viven en una vivienda pública, en Alazan-Apache Courts, donde frente a su puerta hay un paisaje de césped seco y aceras abrasadoras. A menudo le cuesta pagar la factura de electricidad de casi $350 dólares al mes para mantener frescos a sus hijos.

San Antonio no es una ciudad ajena a las altas temperaturas. Cuando la temperatura alcanzó los 41 grados Celsius el 11 de julio, fue solo el sexto día más caluroso desde 1885, según el servicio meteorológico; el día más caluroso registrado, cuando hubo 43 grados Celsius, fue hace 22 años.

Sin embargo, los científicos descubren cada vez más que, a medida que el clima se calienta en todo el mundo, el calor en las áreas urbanas no se distribuye de manera equitativa. Este año la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica se unió a otras agencias en el mapeo de la distribución del calor en 14 ciudades de todo el país. Las islas de calor urbano, a menudo ubicadas en los vecindarios ocupados por residentes de bajos ingresos y personas de color, pueden ser hasta 11 grados Celsius más calientes que las áreas adyacentes en los días de verano, según han descubierto los investigadores.

Los funcionarios de San Antonio dijeron que la ciudad había creado una campaña conocida como “Beat the Heat” (Gánale al calor) para ofrecer un alivio temporal. Los centros de enfriamiento están abiertos durante los días más calurosos y, a través de varios medios, se les recuerda a los residentes que permanezcan en el interior tanto como sea posible, además deben beber muchos líquidos y tomar duchas frecuentes si el aire acondicionado no es una opción.

Pero algunos residentes del lado oeste tienen que tomar un autobús para llegar a los centros de enfriamiento. Y, con poca sombra, esperar un autobús puede ser una experiencia insoportable.

Un día reciente, Amelia Castillo, de 67 años, caminaba lentamente detrás de su esposo, Antonio Castillo, de 66 años, luchando con un andador, para llegar a una parada de autobús, que no está techada, ubicada en la Avenida Guadalupe. Antonio Castillo se acomodó en un viejo banco de madera e hizo una mueca cuando el sol le quemó la piel. Su esposa inclinó un paraguas azul sobre sus cabezas.

“Se siente como si el sol estuviera cada día más caliente”, dijo Amelia Castillo. “Y todavía estamos en julio”.

Minutos después, llegó un autobús y Castillo esbozó una sonrisa de sorpresa. “A veces tenemos que esperar de 40 a 50 minutos”, dijo.

Susana Segura, que trabaja como voluntaria en un grupo llamado Bread and Blankets Mutual Aid, pasaba los momentos más calurosos de la semana conduciendo por barrios pobres para llevar agua, principalmente a las personas sin hogar, muchas de las cuales tienen discapacidades. Las personas sin hogar son especialmente vulnerables porque no tienen dónde escapar de las calles áridas y el concreto caliente, dijo.

Segura se detuvo en una esquina donde había signos de que alguien vivía ahí (vasos tirados y sillas de plástico) y gritó: “¡Tenemos agua!”.

Elpidio Palacios, de 56 años, hizo rodar su silla de ruedas en esa dirección. Dijo que había perdido ambas piernas hace años cuando se cayó de un tren y aterrizó en las vías. Cogió una botella de agua fría de Segura y bebió un sorbo. Luego mostró un sombrero de paja que Segura le había regalado el día anterior, su accesorio para tener algo de sombra.

“Si no fuera por ella, no sé qué haría con este calor”, dijo Palacios. “No puedes correr más rápido que el sol”.

c.2022 The New York Times Company