“¿Por qué no los sacaron? ¿Por qué los dejaron morir?”: migrantes protestan tras incendio de estación en Ciudad Juárez

Manu Ureste
Manu Ureste

“¿Por qué los de Migración los dejaron morir como animales?”. Wenceslao Rodríguez, venezolano de 24 años que peina un pelo afro alborotado, hace la pregunta con los ojos negros muy abiertos, y a continuación alza el brazo para apuntar con dirección a las instalaciones de la Estancia Provisional Migratoria de Ciudad Juárez, Chihuahua, donde el pasado lunes 39 migrantes indocumentados murieron asfixiados luego de que se produjera un incendio. 

“¿Por qué no los sacaron de las celdas? ¿Por qué ese trato inhumano?”, insiste en hacer cuestionamientos sin respuesta hasta ahora, luego de que tras el siniestro se filtrara a los medios el video en el que se puede apreciar que un grupo de personas encerradas en celdas clamaba por ayuda ante el fuego —presuntamente provocado por algunos migrantes en exigencia de no ser deportados— y de que ningún elemento del Instituto Nacional de Migración (INM) ni de los custodios privados hiciera nada por rescatarlos. Al contrario, en la grabación queda constancia de cómo las autoridades dejaron encerrados a los presentes, entre ellos, venezolanos, guatemaltecos y hondureños.

Además de las 39 víctimas mortales, más de 20 personas quedaron heridas y permanecen hospitalizadas. 

Son casi las 9:00 la noche. A unos pocos metros de la estancia migratoria, en la que aún pueden observarse los impactos del incendio en la fachada ennegrecida del inmueble y en cuyas vallas metálicas hay colgadas decenas de pancartas clamando justicia contra “los asesinos” que dejaron morir a los migrantes, Wenceslao dice que aún no sabe muy bien cómo procesar lo sucedido. Se siente triste. Triste, enojado y confundido. Aún no entiende cómo hace unas horas atrás estaba con su amigo Ranniek Requena, venezolano de 29 años y padre de familia, con quien compartió los sinsabores y peligros del largo camino desde Venezuela hasta las puertas de Estados Unidos, y ahora está poniéndole una veladora a su fotografía. 

“Él es mi compañero de viaje”, dice aún en presente. “Veníamos todo el camino juntos, cuidándonos. Y, como todos aquí, él venía buscando su sueño de darle una vida mejor a su familia, a su hijo. Y pues aquí se le acabó el sueño de una manera muy cruel”, lamenta el migrante, que está a tan solo unos kilómetros de distancia de la enorme “estrella solitaria” que luce prendida en un cerro del lado de El Paso, Texas, el ansiado punto que marca el final de la odisea si se consigue acceder, o bien, el punto de inicio de una nueva pesadilla en caso de ser detenido y deportado por las autoridades estadounidenses. 

Cuando se le pregunta al joven venezolano por lo sucedido el lunes, responde rápidamente que el origen del enojo de los detenidos fue una redada entre agentes de policía y del INM para “recoger a los migrantes que están pidiendo en los cruceros y en la calle”. 

“No les importó si tenían o no papeles o permisos. Los agarraron y los metieron a la estancia migratoria”, asegura. 

Entre los migrantes detenidos iba Ranniek, el amigo de Wenceslao con el que atravesó el peligroso paso de El Darién, en la selva profunda entre Colombia y Panamá. Y una vez detenidos, según dijo públicamente el presidente Andrés Manuel López Obrador en su conferencia mañanera del día siguiente al suceso, un grupo de migrantes inconformes con la detención y la consecuente deportación prendió fuego a un colchón que originó el incendio. No obstante, migrantes venezolanos ponen en duda la versión, pues varios de ellos que pasaron por la misma estancia siniestrada aseguraron en entrevista que cuando los ingresa Migración los revisan a conciencia y les quitan cualquier objeto que pueda ser utilizado como un arma. 

“Cuando usted está ahí adentro —dice apuntando de nuevo hacia la estancia quemada—, le quitan todo. Los cordones de los tenis, los encendedores, todo. Entonces, ¿cómo pudo pasar algo así?”, vuelve a cuestionar el venezolano, aunque, en los hechos, en el pasado han sucedido varios motines en estaciones migratorias del país. En ellos, producto también de quema de colchones, han perdido la vida otros migrantes, como sucedió en marzo de 2020 en la estación del INM en Tenosique, Tabasco. 

Aun así, Wenceslao insiste con el ceño fruncido y los brazos cruzados en que su interés y el de las decenas de migrantes que se arremolinan en torno a la valla metálica de la estancia siniestrada es que se haga justicia. “Que todo el peso de la ley caiga sobre quienes permitieron esto”, insiste, para a continuación endurecer la mirada y sus palabras. “Esto que pasó no es una tragedia ni un accidente. Esto es un asesinato. Y hay que decirlo así, con todas sus palabras: un asesinato. Y ahora tienen que pagar los culpables por este crimen”, hace hincapié. 

“Porque en las noticias están diciendo que esto de aquí es un albergue”, agrega apuntando a la estancia. “Y no, esto no es un albergue ni un refugio. Eso de ahí es una celda, una miniprisión. Y ahí adentro los custodios no abrieron las puertas y nuestros compañeros se quemaron vivos. Los dejaron ahogarse y quemarse como perros. Ni siquiera los animales se merecen una muerte así”. 

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Tras la sentencia, guarda silencio. Se toma unos segundos de reflexión en los que observa a una muy joven pareja de venezolanos que está sobre la banqueta y llora discretamente junto a unas veladoras y unos ramos de flores. 

“No encuentro las palabras para decir lo que siento ahora mismo —murmura—. Yo me salvé porque a mí no me agarraron. Tuve mucha suerte, porque si no… pues ahora sería otro compañero el que estaría aquí hablando de mí y poniéndome una veladora”.

Junto a una pancarta que reza en grandes letras rojas “Fue asesinato. INM genocida”, David, otro joven migrante venezolano que viste una sudadera naranja y una gorra negra, saca su teléfono celular y vuelve a reproducir el video del interior de la estancia donde sucedió el incendio. Es un video que corrió como la pólvora y desató la indignación entre la sociedad y los migrantes, especialmente los que, siendo amigos, compañeros de viaje o familiares, están durmiendo en tiendas de campaña en las inmediaciones de la estancia para no cesar en su exigencia de justicia. 

“Es muy indignante ver que los agentes de Migración y los custodios salen en el video lavándose las manos y riéndose. ¿Por qué no les abrieron las celdas?”, cuestiona como su compatriota Wenceslao. ¿Por qué dejaron que se asfixiaran? Es algo que no podemos entender. Los dejaron quemarse vivos, como si fueran pollos. Y nosotros somos migrantes, no animales”. 

Israel Escalante, migrante hondureño, dice que lleva ya dos años en Ciudad Juárez. La gente lo ha tratado bien, repite varias veces, y ha conseguido trabajo, aunque matiza que la vida en esta ciudad fronteriza ha sido complicada: asegura que, pese a contar con permiso de residencia, ha sido detenido varias veces e ingresado en la estancia que se incendió. 

“Yo he estado ahí dos veces preso y me trataron muy mal. Las personas de Migración no tienen la capacidad ni la voluntad real para atender a los migrantes. Nos tratan como si fuéramos animales o como si todos fuéramos criminales o narcotraficantes”. 

Aunque Israel no conocía a ninguna de las 39 personas que fallecieron el lunes, dice que cuando se enteró de lo sucedido quiso venir rápidamente a mostrar su solidaridad. 

“Me siento con mucho dolor. Sé muy bien todo lo que se sufre en este camino —murmura, con los ojos húmedos mirando hacia la estancia calcinada—. Y por eso estoy hoy aquí llorando por mis hermanos migrantes”.