Una manera ‘revolucionaria’ de alimentar al mundo que ya es muy vieja
Cary Fowler ayudó a construir un depósito en el Ártico para salvar de la extinción la enorme variedad de semillas para cultivos que hay en el mundo. Ahora, como representante del Departamento de Estado para la seguridad alimentaria a nivel global, está tratando de sembrar una nueva semilla en la política exterior de Estados Unidos.
En vez de alentar a los países en desarrollo a que cultiven solo grandes cantidades de cereales básicos, por ejemplo el maíz, como lo ha hecho en África la política estadounidense durante décadas, Fowler está promoviendo regresar a la enorme variedad de cultivos tradicionales que la gente solía desarrollar más, como el caupí, la mandioca y una amplia variedad de mijos.
Fowler les llama “cultivos de oportunidad” debido a que son resistentes y están llenos de nutrientes.
Esta iniciativa todavía está en pañales con un presupuesto relativamente muy pequeño de 100 millones de dólares. Pero en un momento en que el impacto del cambio climático y el aumento de los costos están agravando e incrementando los riesgos de una inestabilidad política, es mucho lo que está en juego.
La semana pasada, el jefe de Fowler, el secretario de Estado Antony Blinken, dijo en el Foro Económico Mundial en Davos que la idea podría ser “en verdad revolucionaria”.
Según Fowler, los cultivos tradicionales son más nutritivos para la gente que los come y para los suelos en los que se desarrollan y también resisten mejor el clima desenfrenado causado por el cambio climático. El problema, afirma, es que los fitogenetistas no les han hecho caso. Mediante esta nueva iniciativa del Departamento de Estado, su meta es aumentar la productividad agrícola de los cultivos más nutritivos y resistentes al cambio climático.
El objetivo inicial está centrado en media docena de cultivos en media docena de países africanos.
“Estos cultivos se han desarrollado durante miles de años en África”, señaló Fowler, de 74 años, en una entrevista reciente. “Algo hacen bien. Están arraigados en la cultura. De verdad aportan nutrición. Si tienen problemas de producción u otros obstáculos para la comercialización, francamente, esto se debe, en términos generales, a que no hemos invertido en ellos”.
Los detractores afirman que, aunque celebran ese enfoque en la diversidad y la salud del suelo, es posible que producir cultivos para el mercado comercial no haga gran cosa por mejorar la salud y el bienestar de los pequeños productores en países de bajos ingresos. Aún no se sabe bien quién produciría las semillas, si los agricultores tendrían que comprarlas, hasta qué punto las nuevas semillas requieren pesticidas y fertilizantes químicos ni si se incluirían semillas modificadas genéticamente.
La oficina de Fowler señaló que cada país establecería sus normas acerca de qué tipo de semillas se permitirían en sus territorios y cómo se obtendrían.
“Hay algunos consejos o guiños interesantes en la dirección correcta: el enfoque en la nutrición y la diversidad de los cultivos, el conocimiento de los pueblos indígenas, una atención a los cultivos olvidados”, comentó Bill Moseley, profesor del Macalester College, en Saint Paul, Minnesota, quien ha trabajado en programas agrícolas con la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional y el Banco Mundial. “Lo que en verdad es importante es que pensemos en los agricultores pobres, en sus limitaciones y en cómo desarrollar algo que en verdad sea útil para ellos”.
Desde hace mucho tiempo, la alimentación ha sido parte del arsenal de la política exterior estadounidense.
En las décadas de 1960 y 1970, la revolución verde encabezada por Estados Unidos se concentró en producir más alimentos —concretamente, más maíz, trigo y arroz— con fertilizantes, pesticidas y semillas híbridas. Y gracias a las inversiones en el fitomejoramiento aumentó la producción de maíz, por ejemplo. En gran parte del sur y el este de África, el maíz se convirtió en el cereal alimenticio más importante, mientras que en algunos lugares prevalecieron los cultivos comerciales para exportación, como el algodón y el tabaco.
Unos cuantos países llegaron a controlar la producción de cereales, mientras que unos cuantos cereales —trigo, arroz y maíz— llegaron a controlar la dieta del mundo. Aunque a la revolución verde se le reconoce haber aportado más calorías, no hizo gran cosa por garantizar una dieta variada y nutritiva.
“Muchos países, entre ellos muchos del África subsahariana, durante los últimos 50 años han llegado a depender de las importaciones de estos alimentos básicos, lo cual ha cambiado la dieta de las personas y ha hecho que se les preste menor atención a los cultivos tradicionales, que casi siempre son más apropiados para las condiciones de la ecología local”, comentó Jennifer Clapp, profesora de la Universidad de Waterloo en Ontario e integrante del Grupo de Especialistas en Sistemas de Alimentos Sustentables, una organización sin fines de lucro.
Fowler criticó el aumento de semillas híbridas y del sistema agrícola industrial que conllevó. En un libro que publicó junto con el ambientalistas canadiense Pat Mooney, escribió que las semillas híbridas comerciales habían cambiado los sistemas agrícolas tradicionales… y no para bien. En las negociaciones a nivel global, ejerció presión contra la iniciativa encabezada por Estados Unidos de patentar las semillas. (Una empresa que tiene la patente de una semilla concreta gana dinero al vender esas semillas año tras año y trastorna el sistema tradicional de los agricultores que guardan semillas de la cosecha de cada año para sembrarlas al año siguiente).
Desde hace mucho tiempo, la fuerza motora de Fowler ha sido la diversidad de las semillas.
Fowler fue uno de los promotores iniciales de un banco internacional de semillas, donde los recursos genéticos de las plantas de todo el mundo pudieran conservarse para siempre. Esto tardó 20 años en volverse realidad y ahora está albergado en un búnker subterráneo en el archipiélago Svalbard del océano Ártico, en Noruega, donde hace tanto frío que las semillas seguirán congeladas incluso si se quedara sin electricidad. Más de 1,2 millones de muestras de semillas han sido llevadas al depósito de una gran variedad de bancos de semillas nacionales y locales procedentes de todo el mundo. La organización Crop Trust, la cual ayuda a administrar el depósito de semillas, el cual Fowler encabezó, se describe como la “mayor póliza de seguro del suministro mundial de alimentos”.
Pero una cosa es resguardar semillas dentro de una montaña del Ártico y otra muy diferente manejar la política agraria.
Fowler comenzó por recopilar una lista de cultivos tradicionales que ofrecieran la mayor nutrición, y luego les pidió a los investigadores que hicieran un mapa de qué cultivos se desarrollarían bien en los climas del futuro. Convenció de participar a la Unión Africana y a la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura. Surgió una lista de 60 cultivos singulares para los cuales el programa de Fowler pretende apoyar los trabajos de fitomejoramiento. Se ha reclutado a unas cuantas empresas privadas, entre ellas a IBM para que ayude a elaborar los mapas de los suelos, y a Bayer, para que produzca algunas de las semillas.
Fowler comentó que no estaba tratando de detener el fomento de cereales básicos, sino que quería ampliar la gama de los cultivos que captan la atención y las inversiones.
“Nuestro objetivo son los cultivos tradicionales y autóctonos debido a que nunca antes se les ha dado atención”, comentó Fowler. “Este programa no se trata de decirles a los agricultores cuándo cultivar ni de decirle a la gente qué comer, sino de presentar opciones”.
c.2024 The New York Times Company