Reseña de ‘Problemista’: la pesadilla kafkiana de Julio Torres
El comediante Julio Torres se presenta a sí mismo como un extraterrestre del espacio exterior, un observador serio de la parafernalia de la Tierra. Nacido en El Salvador, pero en apariencia proveniente de algún lugar entre el Caspiar ficticio de Andy Kaufman y el planeta Ork de Mork, Torres utiliza sus monólogos de comedia; sus escenas cómicas de “Saturday Night Live” (fue guionista del programa de 2016 a 2019), y, ahora, su excéntrico debut cinematográfico, “Problemista”, para satisfacer sus fijaciones, incluyendo juguetes de plástico y fregaderos ostentosos.
Torres puede antropomorfizar cualquier objeto —su especial unipersonal de 2019, “Mis formas favoritas por Julio Torres”, explora la psique de la cortina del avión que divide la primera clase de la clase turista—, pero apenas se ha interesado por la humanidad. La frase más reveladora de “Mis formas favoritas”, para la que adornó su cuerpo con partículas astrales de diamantina plateada, es cuando Torres anuncia que hará “algunas imitaciones… para ti”, enfatizando su negativa a extenderse hacia los demás seres de la sala.
Sin embargo, “Problemista”, escrita, dirigida y protagonizada por Torres, revela una nueva voluntad de contar una historia cercana con un retrato fascinante de una persona honesta. La película es un relato vagamente autobiográfico de su odisea para encontrar un empleador dispuesto a patrocinar su visado de inmigración (acertadamente, consiguió uno que lo considera “extranjero con capacidades extraordinarias”), y las miserias de Torres resultan familiares a cualquiera que se haya quedado sin dinero en una nueva ciudad: constantes recortes y horas que le chupan el alma buscando empleos y encontrando opciones sospechosas en internet. Craigslist, encarnado por Larry Owens, aparece como un nigromante de chatarrería que insta a los buscadores de empleo a hacer clic en un anuncio titulado “tengo un fetiche por los chicos de la limpieza”.
La necesidad de doblegarse parece haber marcado a Torres. Pero el personaje más destacado no es el que interpreta, Alejandro, un aspirante a juguetero que exhibe su caminar vacilante en la pantalla como si Torres se hubiera disfrazado de hombre tímido y ordinario. (El peinado que le pusieron es una exageración). En cambio, es su jefa, Elizabeth (Tilda Swinton), una crítica de arte que más o menos contrata a Alejandro para montar una exposición de cuadros de su marido, Bobby (RZA), congelado criogénicamente. (Torres en la vida real fue archivero del artista John Heliker y con gusto puede hablar sin parar del software de bases de datos FileMaker Pro).
Argumentativa, venenosa y siempre agraviada, Elizabeth es una neoyorquina amargada que pasa una cuarta parte de su tiempo en pantalla gritando al servicio técnico por teléfono. Es el tipo de mujer insatisfecha que, con toda sinceridad, acusa a la gente de estar “confabulada” en su contra. Swinton la interpreta con las uñas listas para atacar, como un tejón en busca de pelea. Es una interpretación espantosa y exagerada, y deberían advertirle al espectador que ese personaje quizá le traiga recuerdos. Yo sí he conocido a una Elizabeth en mi vida. Probablemente, tú también.
Las extravagantes metáforas visuales de Torres incluyen llaves doradas, muñecas angustiadas, huevos crípticos, fantásticos escenarios de juego y relojes de arena flotantes que desaparecen cuando termina la residencia de un solicitante de visado. Se trata de un drama sobre un problema social con las florituras de un romance de Michel Gondry; Torres está tan interesado en la desigualdad sistémica como Gondry en el desamor. El capricho funciona porque la burocracia es igual de absurda. Cuando un abogado (Laith Nakli) le dice a Alejandro que necesita 6000 dólares para presentar su documentación, a pesar de que es ilegal que tenga un trabajo, nuestro héroe sin recursos se imagina en un laberinto de escaleras, una habitación de escape sin salida.
El exceso se desborda en “Problemista” y te hace sentir como si te hubieran esposado las muñecas con un brazalete muy adornado. El bombardeo visual es mejor cuando se pretende que nos sintamos abrumados. En una escena, mientras Elizabeth lanza una de sus diatribas, la música se vuelve estridente, “gremlins” invisibles empiezan a murmurar y nos transporta a un paisaje infernal patrullado por Swinton con una serie de blusas cada vez más puntiagudas. El caos se funde en un aria de pánico.
Cualquiera que haya logrado mantenerse en un trabajo miserable volverá a traumarse y reconocerá los tormentos más mundanos de la película, como cuando Elizabeth asume que Alejandro puede conseguir el dinero para enviarle un paquete. Desde la personalidad hasta el pelo, pasando por las mangas abullonadas, ocupa tanto espacio que es como si Torres nos dijera que gente como ella impide que las generaciones más jóvenes se afiancen en la ciudad. El almacén donde se encuentra Bobby congelado es más grande que la habitación de Alejandro.
Y, sin embargo, la película llega a admirar un poco a Elizabeth por rechazar el impersonal mundo digitalizado de hoy. En una escena tras otra, arremete contra empleados poco complacientes que le explican que solo están siguiendo las reglas. Sentimos empatía por los veinteañeros y treintañeros que han sido entrenados para actuar como robots anodinos y que, como Alejandro, solo intentan ganar dinero.
Aun así, la insistencia de Elizabeth en que no se conformará con ser un engranaje de la máquina se convierte en el grito de guerra de la película. “Atiéndeme, atiéndeme!”, grita. “¡Ser humano! ¡Ser humano!”.
—
‘Problemista’: Para mayores de 17 años por su lenguaje y un chiste sobre el fetiche con los chicos de la limpieza. Duración: 1 hora con 38 minutos. En cines.
c.2024 The New York Times Company