Reseña de 'Dos estaciones': La historia de una fábrica de tequila, sorbo a sorbo

Hay un momento sorprendente en el conmovedor drama mexicano “Dos estaciones” en el que hay una transición del protagonista a un personaje secundario. Las películas suelen dar rodeos, pero cuando se adentran en la vida de un actor secundario o husmean en la periferia de la historia, suele ser para ampliar el evento principal. Sin embargo, aquí el desvío está tan impregnado del ser del personaje secundario, es tan orgánico y pausado, que parece el comienzo de otra película por completo.

He pensado mucho en ese desvío las dos veces que he visto “Dos estaciones”. La historia se concentra en María (Teresa Sánchez), dueña de una fábrica de tequila en decadencia en Jalisco, México. Pasa algo de tiempo antes de llegar a entenderla. Es una mujer sólida, estoica y algo ambigua —a la distancia, podría pasar por un hombre— y el guionista y director Juan Pablo González no da explicaciones. A María hay que descifrarla a partir de su mirada, de su forma de caminar, de sostener la cabeza y de ponerse al lado de los demás. También hay que escuchar lo que dice y la pesadez de sus silencios.

La historia sigue a María en su cotidianeidad en la fábrica, que en su época perteneció a su padre. Es una instalación luminosa y espaciosa, llena de equipos modernos y relucientes, pero ya no tiene suficientes trabajadores para hacerla funcionar. Las razones de su decadencia surgen poco a poco a lo largo de la película en las preocupadas referencias a una enfermedad que está afectando el agave, en la pila de facturas no pagadas en el despacho de María y, sobre todo, en las referencias a los competidores extranjeros que amenazan su patrimonio. Cuando maldice a los “gringos” en voz baja, se siente como algo personal: la familia de González dirige la fábrica utilizada en la película.

Las cosas suceden en silencio y con una precisión escrupulosa, y la vida de María se va rellenando poco a poco. Su camioneta no arranca; prueba el tequila; se reúne con sus empleados. Está habitualmente sola, o casi; a menudo algunos trabajadores hacen ruido cerca. En un momento dado, acude a una pequeña fiesta en la que conoce a una joven simpática, Rafaela (Rafaela Fuentes, una de las varias actrices no profesionales del reparto). Rafaela trabajó una vez en otra fábrica de tequila y ahora está buscando trabajo. Mientras las mujeres charlan, entrando en un ambiente natural y simpático, María mira furtivamente a Rafaela y luego le ofrece un trabajo.

Como ocurre en toda la película, nada sale como se espera. González ha realizado un puñado de documentales, en su mayoría cortometrajes; imagino que ha visto bastante cine de autor. Los ritmos de “Dos estaciones” son algo más lentos que los del cine industrial contemporáneo, pero la película nunca se alarga, y González no se permite capítulos tediosos ni ambigüedades inútiles. Su estrategia más notable (estética y política) es suavizar la línea entre la ficción y la no ficción, incorporando a la ficción pasajes de tipo documental que enriquecen su sentido del lugar y de un pueblo, su realismo.

La primera escena es ejemplar en ese sentido. Comienza en un campo de agaves azules maduros, bajo un cielo azul intenso, donde un hombre utiliza una pala para cortar las grandes hojas puntiagudas, dejando al descubierto el corazón de la planta, llamado piña. Es un interludio fascinante, en parte porque los gestos del hombre son muy precisos y relativamente desconocidos, pero también porque la luz y los colores de alto contraste son hermosos. Si se tratara de una película diferente, por ejemplo, un documental pleno, cabría esperar que se produjera una exégesis —la narración de fondo—, pero la escena tiene la cualidad de un sueño, y resulta atractiva.

Con el tiempo, las piñas se echan en canastas que cargan mulas, se suben a camiones y se llevan a la fábrica. Allí se cuecen en enormes hornos y posteriormente se fermentan, destilan y envejecen en barrica bajo la dirección de María. Puede tomar hasta veinte años hacer tequila, un proceso artesanal que González revela de manera gradual a lo largo de la película. Si le presta tanta atención es en parte porque la manufactura, en sus texturas cotidianas y su laboriosidad, ofrece una ventana a María. Con sus medios modestos, trabajo minucioso y competencia industrial agresiva, también refleja este tipo de cine artístico independiente.

A la vez específica y expansiva, “Dos estaciones” se puede describir de varias maneras: como un drama, un estudio de personaje, una exploración meditativa de los estragos de la globalización. Al mismo tiempo, parte del placer de la película es cómo evita la categorización fácil, como cuando toma ese desvío que mencioné antes para seguir a la peluquera de María, una mujer trans, Tatín (Tatín Vera), mientras sale al pueblo, disfruta una aventura de una noche, habla de arte y luego va de compras. Mientras Tatín va de compras, saluda a la gente del pueblo, y comprendes que estas calles y esta escena, junto con el agave, el sol abrasador y la rica tierra roja, describen, mejor que cualquier etiqueta de género, a María, su mundo y esta sorprendente película.

Dos estaciones’

Sin clasificación. En español con subtítulos. Duración: 1 hora y 39 minutos. En cines.

© 2022 The New York Times Company