Rescaté alimentos de la basura durante una semana. Esto fue lo que comí

Pollo y verduras al curri con arroz basmati solicitados en Too Good To Go, una aplicación diseñada para reducir el desperdicio alimentario. (James Estrin/The New York Times)
Pollo y verduras al curri con arroz basmati solicitados en Too Good To Go, una aplicación diseñada para reducir el desperdicio alimentario. (James Estrin/The New York Times)

Una reportera consciente del medioambiente probó una aplicación que te pone con excedentes de comida de restaurantes. Consiguió gangas, algunas sorpresas agradables y nada de alcohol.

El despilfarro de alimentos y yo tenemos una historia.

Un recuerdo de mi infancia, en la mesa familiar de Mumbai, sigue sonando como disco rayado en mi mente: “No desperdicies la comida”, me advertía a diario mi madre. “Hay demasiados niños hambrientos por todas partes”, añadía mi padre.

Décadas después, ahora que vivo en Nueva York, sigo sin poder descartar esas sobras. Al menos no como hacen algunos de mis amigos, con franca despreocupación, o como suelen hacer los restaurantes y las tiendas cuando han preparado demasiado.

Así que decidí probar Too Good To Go, una de las varias aplicaciones que ponen en contacto a comensales con comida de restaurantes que se ha quedado sin vender. La empresa afirma contar con 155.000 negocios, como restaurantes y mercados, que ofrecen excedentes de comida, a menudo con descuento, a unos 85 millones de usuarios en todo el mundo.

El objetivo es ahorrar dinero, preocupación y algunos gases de efecto invernadero. En todo el mundo, los alimentos desechados representan entre el 8 y el 10 por ciento de las emisiones que calientan el planeta. Esto se debe a que la comida en descomposición produce gas metano, que atrapa el calor.

La autora, a la izquierda, recogiendo lo comprado en Lily’s Vegan Pantry, en Chinatown, una de las tres paradas de un lunes de finales de enero. (James Estrin/The New York Times)
La autora, a la izquierda, recogiendo lo comprado en Lily’s Vegan Pantry, en Chinatown, una de las tres paradas de un lunes de finales de enero. (James Estrin/The New York Times)

Esto es lo que conseguí durante mi experimento de una semana, por todo Manhattan, en mi intento por mantener algunas de esas comidas fuera del basurero.

Domingo 28 de enero

• Dos recipientes de un litro de sopa: pollo y arroz y una crema de tomate
• Papas fritas
• Un sándwich de focaccia con mozzarella, tomate y champiñones salteados
• Un croissant

Total gastado: 11 dólares

La mayoría de las comidas de la aplicación se venden como “bolsas sorpresa”, por lo general al final del día, y a menudo no tienes ni idea de lo que te va a tocar. Eso convierte la experiencia en algo parecido a apostar. Y puede resultar extrañamente adictiva. Al menos para mí.

El botín de este primer día procedía de Remedy Diner por la mañana y de Rent Money Lounge por la tarde, dos establecimientos en el Lower East Side.

Lunes 29 de enero

• Un croissant
• Un muffin de arándanos azules
• Una rebanada de pan de banana sin gluten
• Dos paquetes de seis bollos chinos congelados: uno con col agria y tofu, el otro solo con col
• Un bloque de tofu seco condimentado
• Una bolsa de atún vegano congelado elaborado con soja no modificada genéticamente
• Un wrap de ensalada de atún
• Seis minisándwiches de jamón y queso
• Un trozo grande de pastel de chocolate y seis cannoli

Total gastado: 17 dólares

Ese día hice tres paradas: en una cadena de cafeterías llamada Bluestone Lane, en Lily’s Vegan Pantry en Chinatown y en Gourmet Garage en el West Village.

Era una gran cantidad de comida por esa cantidad de dinero. Los tentempiés veganos de Lily’s, como los bollos y el atún, fueron una sorpresa deliciosamente agradable. La bolsa de Gourmet Garage, por otro lado, me dejó decepcionada. ¿Qué tal algunos productos frescos, chicos? Aun así, salí ganando.

Miércoles 31 de enero

• Una docena de bagels variados
• Pollo y verduras al curri con arroz basmati

Total gastado: 11 dólares

La comida india estaba buena. No tenía el nivel de picante que me gusta, pero sí un toque casero. Dos paradas, en Grabstein’s Bagels y Madam Ji, en el Bajo Manhattan.

Jueves 1 de febrero

• Un litro de sopa de caldo de champiñones
•Tres barritas de mantequilla de frutos secos
•Café Nitro Cold Brew (lata de 7 onzas o 207 ml)
• Un rehab shot (bebida picante con jengibre, limón y cayena en una botella de 73 ml o 2,5 onzas)
• Hummus de remolacha y semillas de girasol
• Limonada (236 ml u 8 onzas)
• Una bolsa de pan pita y tortillas

Total gastado: 16 dólares

Dos paradas nocturnas, en Chinatown y Chelsea. Una de ellas, en un lugar llamado Milk & Hops, apareció cuando busqué “alcohol” solo para ver si era una opción. Según una nota en la aplicación, la bolsa sorpresa “a veces incluye alcohol”. Mi sorpresa no lo incluía.

Viernes 2 de febrero

• Arroz, shawarma de cordero, hummus, ensalada y salsa picante.

Total gastado: 6 dólares

Una porción enorme, y muy sabrosa, de una recogida a las 4 p. m. en un lugar de comida de Medio Oriente en el East Village llamado Zaad. La salsa era parecid a la harissa, no muy picante. Una ganga deliciosa.

Sábado 3 de febrero

• Alrededor de un kilo de fletán de New Brunswick, de los lados y el cuello del pescado.

Total gastado: 4 dólares

A este precio, quizá haya sido la mejor oferta de la semana, de Aqua Best Seafood Market en el Lower East Side.

Estas partes del pescado no solo están llenas de sabor, sino que tienen un mayor contenido de grasa que el filete, por lo que no se secan al cocinarlas. Sin embargo, la mayoría de los restaurantes desechan estas piezas porque tienen muchas espinas. Qué suerte la mía.

El veredicto

¿Mi mayor queja? Los envases. Montones y montones de plástico.

En general, fue un recorrido culinario divertido y asequible por Manhattan. El hecho de que la aplicación parezca ofrecer más opciones de carbohidratos que otra cosa puede desalentar a algunos. Pero la empresa está creciendo rápidamente y cada vez aparecen más establecimientos de comida.

También vale la pena señalar: como caminé un promedio de ocho kilómetros al día, de ida y vuelta para recoger la comida, es posible que esta semana haya compensado todos esos carbohidratos blancos y ricos en almidón.

Me aferro a ese pensamiento mientras paso junto a la báscula, fingiendo que no está ahí.

James Estrin es un fotógrafo de plantilla que también escribe con frecuencia. Ha trabajado para el Times desde 1992 y formó parte del equipo que ganó el Premio Pulitzer en 2001 por “How Race Is Lived In America”. Más de James Estrin

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