Un último requisito para la graduación: darle sentido a las protestas

Mariame Sissoko, presidente del gobierno estudiantil de Barnard College, a quien le pidieron no desviarse del discurso planeado para la graduación, en Nueva York el 11 de mayo de 2024. (Ahmed Gaber/The New York Times)
Mariame Sissoko, presidente del gobierno estudiantil de Barnard College, a quien le pidieron no desviarse del discurso planeado para la graduación, en Nueva York el 11 de mayo de 2024. (Ahmed Gaber/The New York Times)

NUEVA YORK — De pie en el escenario del Radio City Music Hall, Mariame Sissoko comenzó a hablar con voz temblorosa, aunque la trepidación era apenas perceptible. Durante toda su vida en Filadelfia, Sissoko expresó sus ideas sin dudar, tuvo un excelente aprovechamiento e incluso dirigió el equipo de debate de su preparatoria. En otras palabras, era el tipo de persona que iría a Barnard College, se postularía para formar parte del gobierno estudiantil y terminaría dando un discurso de graduación frente a una audiencia de 4700 funcionarios universitarios, compañeros y padres de familia.

A Sissoko, que tiene 22 años y usa pronombres no binarios, los administradores le habían advertido que no debía desviarse del discurso que había entregado varias semanas antes. Pero ese discurso se había escrito antes de que apareciera un campamento en la principal área verde de la Universidad de Columbia (la escuela hermana de Barnard), antes de que un grupo de estudiantes ocupara un edificio académico y la policía arrestara a más de 100 personas, antes de que el campus se convirtiera en el epicentro del enojo por las más de 35.000 personas asesinadas en la Franja de Gaza durante la guerra y del temor por el creciente antisemitismo. Llegado el día de la graduación, Sissoko ignoró las advertencias de los administradores.

“Estar de pie en este escenario el día de hoy es un privilegio”, declaró Sissoko. “Es un privilegio que más de 15.000 niños en Gaza nunca tendrán”.

Los compañeros de Sissoko empezaron a aplaudir. Sissoko llevaba en la solapa una amapola en homenaje a una niña palestina de 6 años asesinada durante la guerra y a un bebé israelí de 10 meses que secuestró Hamás. “Sé que hay un sinnúmero de amapolas con el nombre de niños asesinados en Gaza”, prosiguió Sissoko. “Ellos van a caminar por este escenario con nosotros”.

Entonces, Sissoko hizo una pausa y sus compañeros sentados en la audiencia comenzaron a cantar un himno que se popularizó durante la época del movimiento de los derechos civiles y que los manifestantes propalestinos en Columbia habían adoptado: “We shall not, we shall not be moved”.

En las filas de asientos para las familias se escucharon abucheos, un coro que fue aumentando de volumen mientras los estudiantes seguían cantando. Por el altavoz se escuchó un mensaje automatizado: “El orador que han escuchado hoy compartió puntos de vista personales que quizá no reflejen la perspectiva ni los valores de Barnard College”.

Jeremy Faust, estudiante de ciencias políticas de la Universidad de Columbia que se sintió atrapado en el medio del conflicto entre antisionistas y partidarios ardientes de Israel en el campus, en Nueva York el 11 de mayo de 2024. (Ahmed Gaber/The New York Times)
Jeremy Faust, estudiante de ciencias políticas de la Universidad de Columbia que se sintió atrapado en el medio del conflicto entre antisionistas y partidarios ardientes de Israel en el campus, en Nueva York el 11 de mayo de 2024. (Ahmed Gaber/The New York Times)

En general, los oradores de las ceremonias de graduación dedican elogios a los cambios que la vida universitaria produce en las personas gracias a sus temas intelectuales, a su comunidad de colegas, a sus dilemas morales que abarcan tanto el mundo real como las páginas de los libros de texto. Pero este año, los estudiantes enfrentaron una prueba que para algunos fue de verdad fundacional, que les exigió definir qué querían defender y qué estaban dispuestos a perder, desde historiales perfectos de disciplina hasta posición social.

En las semanas previas a la graduación, dialogué con más de una docena de estudiantes de Columbia y Barnard sobre la manera en que las manifestaciones en el campus los han marcado.

En especial, me concentré en los estudiantes posicionados en la periferia de las protestas. Algunos comentaron que lo que presenciaron en los últimos meses de su experiencia universitaria influyó en su perspectiva del mundo y en las elecciones respecto a su profesión.

Sissoko siempre ha creado cambio, en general con orden, desde postularse para el liderazgo estudiantil hasta obtener buenas calificaciones, pero observar cómo se desarrollaron las manifestaciones le hizo cuestionar en parte su compromiso con el respeto de las reglas. Mientras leía las frases que se desviaban del discurso de graduación aprobado previamente, Sissoko intentó contener las lágrimas. Luego recibió aplausos que parecieron estallar por horas, aunque en realidad solo pasaron unos momentos y luego continuó la ceremonia.

Atrapados en medio del conflicto

En Columbia, las manifestaciones propalestinas ya dejaron huella en Jeremy Faust.

Faust, de 23 años, creció en Long Island, donde asistía a un templo de la iglesia Reformada y a un campamento de verano judío. Le inquietaba la percepción totalmente positiva de Israel que enseñaban ambos espacios. “La vibra era de hummus, falafel y ‘hurra, Israel’”, afirmó Faust.

Cuando llegó a Columbia hace cuatro años, se sintió atraído a la división del campus de J Street, un grupo de defensa de centro-izquierda que se opone a la expansión de los asentamientos israelíes en Cisjordania y apoya la coexistencia de israelíes y palestinos en dos Estados.

Antes de este año, Faust, que cursa estudios de politología con el sistema de doble titulación para también obtener un grado en historia judía por el Seminario Teológico Judío, ya planeaba eventos estudiantiles que desafiaban el tratamiento que los israelíes les dan a los palestinos.

Por desgracia, Faust comenta que se “sintió atrapado en el medio del problema”, en especial tras los ataques de Hamás contra Israel y la campaña militar de Israel en Gaza. El grupo de izquierda Jewish Voice for Peace rechazó a J Street por su ideología sionista, mientras que algunos estudiantes pro-Israel señalaron que era vergonzoso que J Street organizara programas que criticaban a Israel.

La sensación de aislamiento político de Faust se incrementó en los últimos dos meses en que sus compañeros erigieron tiendas en el campamento propalestino y exigieron a Columbia que deje de invertir en empresas vinculadas a Israel.

De cualquier manera, cuando uno de sus amigos lo invitó a asistir a una celebración del sabbat en el campamento, Faust decidió ir. Sentado en el jardín del campus, rodeado de estudiantes con kufiyas y cantando rezos hebreos para el viernes por la noche, sintió una gratitud inmensa hacia los organizadores.

Por desgracia, el regocijo de Faust no duró mucho. Al día siguiente, vio que un profesor asistente israelí de la escuela de negocios de Columbia había compartido publicaciones de videos de las celebraciones en las redes sociales y había equiparado a quienes participaron en ellas con los judíos que apoyaban el régimen nazi.

Faust siempre supo que quería participar en muchos rituales judíos en su vida posterior a la universidad. Incluso imaginó que podría dedicar parte de su tiempo a organizar recorridos de Nueva York centrados en la historia judía. Sin embargo, lo difícil que le ha resultado encontrar una comunidad judía de postura política inclusiva lo ha hecho reflexionar más en serio acerca de convertirse en rabino.

“El atractivo de ser un rabino es que eres un poco psicólogo, investigador, líder comunitario y activista al mismo tiempo”, explicó.

Julien Roa cursaba estudios clásicos en Columbia y le encantaban las preguntas insondables que sustentaban sus seminarios de literatura, poesía y filosofía antiguas. En cuanto a los problemas sociales del campus, mantenía su distancia, pues se consideraba el tipo de persona que podía encontrar argumentos favorables a ambos lados de un debate.

Pero parte de ese distanciamiento intelectual se disolvió cuando las protestas propalestinas empezaron a intensificarse. Roa, de 22 años, estaba en el centro de Manhattan el 30 de abril pasada la medianoche, cuando recibió un mensaje de texto de un amigo en el que le informaba que los manifestantes intentaban ingresar a Hamilton Hall, un edificio del campus que ha sido blanco destacado de ocupaciones activistas desde hace años. Roa pidió un Uber y se dirigió al lugar para atestiguar un momento que sabía tendría gran importancia histórica.

En las semanas transcurridas desde entonces, lo que ha consumido a Roa en conversaciones con amigos y profesores es la pregunta (todavía un tanto misteriosa, pero ahora también muy personal) de qué pueden hacer las universidades para cumplir la promesa de ser espacios en que los estudiantes consideran ideas controvertidas. Después de cuatro años de deliberaciones académicas abstractas, le alarma ver que las instituciones suprimen las posturas discordantes y desea que los campus sigan abiertos a la libre expresión.

Roa espera encontrar la manera de investigar el proceso de toma de decisiones de las universidades, ya sea en la escuela de derecho o en su tiempo libre. “Se puede decir que con todas las personas con las que he hablado en las últimas semanas, intelectualmente esto es lo que tengo en mente”.

En un año normal, la semana de graduación es ese espacio liminar de felicidad entre los exámenes finales y las pruebas del mundo real. No este año.

Columbia canceló su ceremonia de graduación principal y cambió la sede de su Class Day, una tradición longeva para celebrar a los egresados, fuera del campus principal al complejo Baker Athletics, decisión que la escuela dijo haber tomado para garantizar que el evento se realizara sin contratiempos. La presidenta de la universidad no asistió.

Algunos egresados cruzaron el escenario envueltos en kufiyas y portando carteles con la consigna “Divest” (desinvertir). Roa sostuvo un birrete con una fotografía de la presidenta de la universidad, con lo que quiso expresar que quien dirige una institución educativa debe presentarse y dar la cara a los estudiantes.

En la graduación del Seminario Teológico Judío, en la que los padres y la abuela de Faust esperaban ansiosamente a que mencionaran su nombre, varios estudiantes se pusieron de pie con sus familiares y cantaron el himno nacional de Estados Unidos. Permanecieron de pie para cantar el himno nacional de Israel, “Hatikvah”.

Mientras Faust escuchaba a los oradores recitar plegarias por Israel, lo invadió una sensación de incomodidad que ahora le resulta muy familiar, aunque intentó enfocarse en sus parientes, que estaban muy emocionados.

En el Radio City Music Hall, en cuanto Sissoko abandonó el escenario, su familia y amigos se apresuraron a darle un abrazo. La hermana de en medio de Sissoko, Kemi, entre lágrimas, les compartió a sus amigos el video de su discurso. “Todos dijeron: ‘Claro, es lo que esperábamos que hiciera Mariame’”, comentó Kemi riendo.

En sus cuatro años en Barnard, Sissoko tomó clases de política, literatura especulativa y salud de la mujer, pero no sabía bien por qué ruta iría con todo eso.

A la hora de posar para algunas fotografías en el Radio City Music Hall, Sissoko ya tenía una gran certeza sobre lo que quiere: convertirse en docente universitario. Definió esta meta por influencia de algunos miembros del profesorado de Columbia, que unieron sus brazos para rodear a los organizadores del campamento en señal de protección cuando llegó la policía.

“Ver a mis profesores apoyando a los estudiantes me hizo pensar que podía imaginarme haciendo lo mismo en 20 o 30 años, cuando se presente la siguiente crisis mundial”, afirmó Sissoko.

c.2024 The New York Times Company