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Un pueblo italiano se ganó la lotería; ¿será su salvación o su destrucción?

El alcalde Giovanmaria Flocchini en Livemmo, Italia, el 18 de noviembre de 2022. (Alessandro Grassani/The New York Times)
El alcalde Giovanmaria Flocchini en Livemmo, Italia, el 18 de noviembre de 2022. (Alessandro Grassani/The New York Times)

LIVEMMO, Italia — El único trabajador de tiempo completo en Livemmo, un aislado poblado de montaña de 196 habitantes en el norte de Italia, tiene muchos pendientes en su lista.

Una mañana reciente, a las 7:26, selló su tarjeta de asistencia, levantó las persianas y ordenó la oficina del ayuntamiento. Condujo el autobús escolar amarillo por las carreteras cubiertas de niebla para recoger a los niños con gorros de invierno de las aldeas de los alrededores; tocaba el claxon en las curvas resbaladizas por las hojas rojas del otoño y bajaba la velocidad mientras rodeaba los campanarios. De vuelta a la oficina, pagó una factura y respondió correos electrónicos. Luego se dedicó a su otra tarea: ayudar al pueblo a gastar los casi 20 millones de euros (cerca de 21 millones de dólares) que destinó el gobierno de Italia a salvar a Livemmo del olvido.

“Es mucho trabajo gastar todo este dinero”, afirmó Marino Zanolini, de 57 años, respecto a la recompensa. “Al final, si algo sale mal, ya sabes quién va a ser el culpable”.

Este año, Livemmo venció a decenas de otros poblados de la región de Lombardía para obtener una parte de los cerca de 200.000 millones de euros de los fondos de recuperación del COVID-19 que la Unión Europea reservó para Italia. Esta nación tiene una de las poblaciones más envejecidas de Europa y la combinación de su paupérrimo índice de natalidad y el aumento de la longevidad de su creciente población de ancianos ha creado una crisis económica y existencial que ha preocupado a los gobiernos sucesivos.

Italia ha destinado 420 millones de euros en fondos de ayuda para revertir el envejecimiento y la desaparición de 21 de sus pequeños poblados más amenazados, uno en cada gran región o provincia. Livemmo (un lugar conocido por sus paseos montañosos, sus tierras de pastoreo y su desfile de carnaval con personajes como una mujer que lleva a un hombre en una cesta) ganó la lotería para la revitalización de su región con una propuesta para convertirse en un concurrido destino turístico.

Su propuesta incluía gastos para una conexión Wi-Fi decente (366.000 euros), la ampliación de los alojamientos turísticos en sus centenarias casas de piedra (549.000 euros) y una red ampliada de carriles para bicicleta (5,86 millones de euros). El poblado tiene previsto convertir un campo de tierra rodeado de asientos de plástico amarillos y azules clavados a unos troncos en un complejo deportivo nuevo con pasto sintético, estacionamiento y vestidores (1,22 millones de euros). También prevé la compra de almacenes privados para convertirlos en centros para los artesanos locales del queso, la miel y la madera (3,03 millones de euros).

Para compensar la pérdida de su único médico, que se jubila a finales de mes, también ha propuesto brazaletes de medicina a distancia que vigilen los signos vitales de los adultos mayores del pueblo (183.000 euros). Además, ya presupuestó incentivos para atraer a más familias, negocios y “empresas emergentes creativas en el sector del arte contemporáneo, con atención especial en el tema de la madera” (1,46 millones de euros).

Livemmo, un diminuto poblado de la provincia italiana de Brescia, ganó fondos para la regeneración con un plan para convertirse en un concurrido destino turístico. (Alessandro Grassani/The New York Times)
Livemmo, un diminuto poblado de la provincia italiana de Brescia, ganó fondos para la regeneración con un plan para convertirse en un concurrido destino turístico. (Alessandro Grassani/The New York Times)

“Es una oportunidad única e inimaginable”, aseveró Giovanmaria Flocchini, alcalde de la ciudad donde se encuentra el poblado de Livemmo. Flocchini considera que el pueblo forma parte de un experimento crítico para Italia, pero también para las sociedades envejecidas de toda Europa, para demostrar que una afluencia de dinero puede salvar a los pueblos (y toda su historia y patrimonio cultural) de la despoblación y el abandono. “Me siento doblemente responsable”, aseveró. “Si fracasa en nuestro caso, fracasará para todo el mundo”.

No obstante, el pueblo tiene que empezar a gastar el dinero a más tardar en julio y terminar en junio de 2026. A Zanolini, que lleva casi 30 años trabajando para Livemmo y a quien le gusta hacer las pausas para comer en la casa de sus padres, al final de la calle, le preocupan las decenas de miles de documentos de la fase de planificación y luego las decenas de miles de contratos más que hay que organizar, firmar digitalmente y pagar en la fase correspondiente.

“Todo tiene que pasar por el ayuntamiento”, dijo Zanolini y añadió: “El 90 por ciento de las veces estoy solo”.

Flocchini, que también es presidente de una asociación local de administradores que ayudó a redactar la propuesta, está negociando con los gobiernos regional y nacional para que lo dejen utilizar 800.000 euros de los fondos en cuatro años para contratar consultores profesionales. En una zona del país con un alto nivel de empleo, le está resultando difícil atraer a los habitantes de la zona para que abandonen sus sólidos puestos de trabajo a 32 kilómetros de distancia y se dediquen a trabajos temporales más cercanos a sus hogares.

Tras un breve paseo por el pueblo, por los almacenes que imaginó como centros culturales y las casas de piedra del siglo XVII que vislumbró como encantadores alojamientos turísticos, el alcalde regresó al ayuntamiento y observó que Zanolini le mostraba a una habitante cómo encajar la tapa de su nuevo bote de basura para que no se rompiera con el frío. El alcalde admiró al trabajador del pueblo por ser un milusos, “pero”, dijo, “no puede hacer esto; ese no es su trabajo”.

Como ocurre en muchas ciudades pequeñas de Italia, añadió, “no puedo negar que nos está costando trabajo gestionar esto”.

Sin embargo, el mayor reto quizá sea que una parte importante y senescente de la población no quiere el dinero.

“Una parte de la población no está muy entusiasmada”, señaló el alcalde y dijo: “No puedes hacer que las personas de 80 años cambien de opinión”.

O algunas personas de 70 años.

“Mi temor es que todo el poblado cambie. Nos invadirá gente que no conocemos”, comentó Graziella Scuri, de 73 años, propietaria de uno de los cinco restaurantes de Livemmo, mientras usaba una cuchara para servir pasta casoncelli casera rociada con mantequilla. Scuri añadió que un rasgo de carácter que define a los habitantes trabajadores y con frecuencia aislados es que “somos un poco cerrados”.

Su hijo, Daniele Meschini, de 38 años, cuestionó la conveniencia de intentar transformar en atracción turística a un pueblo de montañeses taciturnos y envejecidos que se preocupaban más por tener un médico de guardia. “¡Toda esa gente que quiere venir a ver cabras!”, dijo. “Yo me crié con cabras, así que me parece absurdo”.

Hace unos cinco años, cuando el poblado de Livemmo estaba preocupado por su índice de natalidad casi inexistente y la pérdida de vida ciudadana, el pueblo invirtió en una pequeña tienda de comestibles. Daniela Guffi, de 27 años, se mudó al pueblo para trabajar ahí porque, según dijo, su madre era de Livemmo, le encantaban las montañas y creyó que sería un buen lugar para formar una familia. Mientras terminaba de reponer las botellas de sambuca encima del mostrador, dijo que esperaba lo mejor, pero que “todos somos un poco escépticos porque sabemos muy poco”.

El pueblo tenía sus encantos, aseveró Guffi, y los turistas de Brescia y Milán, desesperados por escapar del calor extremo del cambio climático, en los veranos buscaban refugio aquí, pero durante todo el año, dijo, “es difícil ser joven en este lugar. En pareja es una cosa; estando solo es otra”.

En parte por necesidad, Flocchini ha depositado sus esperanzas en los jóvenes de Livemmo, y en las familias en particular, pues confía en que algunos de ellos puedan comprarles los restaurantes a los propietarios que van envejeciendo o iniciar negocios y tener más hijos para mantener la escuela local a flote.

Giulia Turrini, de 33 años, quien tiene dos hijos pequeños, administra un hotel que ofrece alojamiento y desayuno en el histórico edificio del ayuntamiento. El pueblo espera convertir la bodega de piedra, que en la actualidad está llena de chatarra, tanques de gas, puertas y cestas rotas, en una sala de exposición de vinos y quesos locales. “La gente de mi edad es la que más lo va a aprovechar”, comentó respecto a los recursos aportados por el gobierno. “La generación mayor es más negativa y le tiene miedo al cambio”.

© 2022 The New York Times Company