“El pueblo bueno” contemplador pasivo
La deformación de la política como diálogo es, sin duda, una contemplación silente, pasiva, dócil, de rostro enajenado. Al cancelarse el diálogo se deroga la política. Al “pueblo bueno” solo le queda la opción contemplativa del espectáculo del poder público. Espectáculo del latín “spectaculum”, procede del verbo “spectare”, mirar u observar, relacionado con el sustantivo “specere”, que es ver (DRA). Describe distracciones de gran audiencia.
La modernidad y la posmodernidad ajustaron su significado a sus circunstancias de mercancías a espectáculos o juntos, para ser visto por audiencias en dos realidades, en vivo y por vía de medios de comunicación, “streaming”. Una cadena de custodia protectora al consumo de productos y de información. La “sociedad del espectáculo” es una reflexión amplia en los primeros pasos de la revolución de la velocidad de la luz, 300,000 kilómetros por segundo, que nos testó en esplendido libro el filósofo francés Guy Debord en 1967. Inició la reflexión de la saturación de imágenes en transmisión indiscriminada y el consecuente en la vida social merced a la atmosfera en pantallas.
Información y comunicación a 360 grados de manera esférica llegó al ámbito de la política. Los que se llaman políticos “les vino como anillo al dedo”, catequizaron la política, la han transformado 1, 2, 3, 4… veces en espectáculo. Lo han llevado al extremo de la enajenación ideológica como primera premisa, luego, en segunda premisa, a una política contemplativa. Las audiencias reciben las narrativas, imágenes, discursos, que transitan en la burbuja mediática, audios y vídeos son esenciales para sus fines, las políticas públicas, los anhelos, esperanzas, utopías…, son menos importantes. Quienes están en la “polis” son ciudadanos, es decir, los verdaderos políticos, que generosamente permiten que su voluntad sea representada por otros ciudadanos que usurpan el título de políticos, que debieran ser servidores de la sociedad, integrada por ciudadanos. Entonces gobernantes y líderes se constituyen en “figuras mediáticas”, la manipulación es su llave del éxito. Su narcisismo es clave de la primera persona del singular como imagen pública a través de los medios de comunicación.
En ese mérito la política se volvió superficial, escandalosa, las campañas dejaron el conversatorio para dar paso a una narrativa zafia que elude las responsabilidades y las propuestas a consideración de políticas públicas adecuadas y deseables. Con ello cancelan el debate serio sobre problemas sociales. La contemplación del espectáculo político provoca un divorcio entre “el pueblo bueno”, gobernantes y líderes políticos. Carpetas de condiciones mediáticas y juego de apariencias. La política en su condición dialógica pasó a ser contemplación pasiva. Esas imágenes mediáticas son consumidas por electores que pasiva, dócil, enajenadamente adoptan al dominante espectáculo, sustituyendo la participación política activa en “el mundo de la vida”.
Sin duda, la contemplación del espectáculo político observa y acepta la perturbación del diálogo que termina en alienación. Los electores del 2 de junio del pasado año son ahora espectadores de su propia vida, declinaron ser actores de una vida compartida virtuosa. Lo comprobamos con las actitudes de las mayorías inventadas más allá de la realidad electoral, legal y política, en respuesta tenemos una incómodo despotismo de poder público que solo obedece a una persona y no debate con nadie, bajo el argumento que los electores, hoy espectadores, les dieron poder sin límites, lo subrayan, “el pueblo bueno y sabio ordenó: x, y, z…”. Es esto una separación emocional y social, el espectáculo pletórico de superficialidad, en donde las relaciones sociales, el intercambio de contenidos como interlocutores válidos son superficiales.
El espectáculo político como contemplación vive entre la sociedad y las culturas por vía de Redes Sociales, sustentadas en imagen y vídeo. El presente es gastado en la observación de publicaciones y narrativas de mujeres y hombres de poder público, ya sea para lograr el voto o para obtener aceptaciones. Contemplan campañas y episodios gubernativos, sin interactuaciones. Reality Shows, el tiempo presente consumido en situaciones controladas y editadas para el entretenimiento del elector que dará su veredicto en las urnas o “dar me gusta” a redes de gobernantes y sus partidos. El espectador es solo observador de narrativas en pugna, una contemplación pasiva. Recodemos los debates electorales. Publicidad y Propaganda, impulsa universos idealizados en pantallas, bardas. Espectaculares, de un producto político, enajenación para lograr simpatía electoral, se tiene transformaciones del ser al tener un mundo idealizado por promesas, incumplidas. Un divorcio de la realidad política para festejar la realidad de su espectáculo. Mítines, visitas, actos masivos, activan al público al consumo de frases y consignas, sin propuestas de Estado. “Política o line” desde la comodidad domiciliaria, con ello se extingue la experiencia; más aún, en actos masivos siempre hay espectáculos musicales atractivo para “las masas”, empero, los auditorios lo contemplan a través de las pantallas de sus móviles, para luego compartirlo en redes sociales.
¡Política sin diálogo!
El cargo “El pueblo bueno” contemplador pasivo apareció primero en Newsweek en Español.