Ella publicó información sobre la guerra en Ucrania en internet y por ello enfrentaba una pena de prisión

El campus universitario al que asistía Olesya Krivtsova, quien huyó del país debido a las acusaciones que enfrentaba por haber hecho una publicación en Instagram que podría haber supuesto una pena de prisión de hasta 10 años, en Arkhangelsk, Rusia, el 10 de febrero de 2023. (Nanna Heitmann/The New York Times)
El campus universitario al que asistía Olesya Krivtsova, quien huyó del país debido a las acusaciones que enfrentaba por haber hecho una publicación en Instagram que podría haber supuesto una pena de prisión de hasta 10 años, en Arkhangelsk, Rusia, el 10 de febrero de 2023. (Nanna Heitmann/The New York Times)

ARKHANGELSK, Rusia — El mes pasado, sentada en una pequeña sala de juzgado al lado de sus dos abogados, Olesya Krivtsova se enfrentaba a una condena dura por su afición a publicar en las redes sociales. Con apenas 20 años y hasta este año estudiante universitaria en el norte de Rusia, fue acusada de “justificar el terrorismo” y “desacreditar a las fuerzas armadas rusas”, y estaba ante la posibilidad de pasar hasta una década tras las rejas.

¿Su presunto delito? Una publicación en Instagram en la que preguntaba por qué los ucranianos se habían alegrado cuando el puente principal hacia Crimea, ocupada por Rusia, fue atacado en octubre.

La publicación motivó la inclusión de Krivtsova en la lista oficial de terroristas y extremistas del Kremlin. Fue puesta bajo arresto domiciliario y se le prohibió usar el teléfono o el internet.

Krivtsova no esperó al veredicto del tribunal: la semana pasada huyó del país.

“Decidí marcharme porque estaba desesperada”, comentó Krivtsova por teléfono el viernes desde Vilna, Lituania. “Es imposible demostrar algo ante un tribunal ruso”.

A medida que el Kremlin intensifica su represión de la libertad de expresión, las plataformas de redes sociales se han convertido en un objetivo más frecuente de castigo. El gobierno sanciona cada vez más a quienes publican mensajes que considera que critican los combates en Ucrania, con multas, penas de prisión y, en casos extremos, con la pérdida temporal de la custodia de sus hijos.

Artyom Makulin, director del programa en la universidad a la que asistía Olesya Krivtsova, quien enfrentaba hasta 10 años en prisión por una publicación de Instagram sobre la guerra en Ucrania cuando huyó del país, en la escuela en Arkhangelsk, Rusia, el 11 de febrero de 2023. (Nanna Heitmann/The New York Times)
Artyom Makulin, director del programa en la universidad a la que asistía Olesya Krivtsova, quien enfrentaba hasta 10 años en prisión por una publicación de Instagram sobre la guerra en Ucrania cuando huyó del país, en la escuela en Arkhangelsk, Rusia, el 11 de febrero de 2023. (Nanna Heitmann/The New York Times)

Por ejemplo, en la región de Ryazan, al sur de Moscú, los investigadores abrieron una causa penal contra un hombre que publicó un chiste sobre la retirada rusa de Jersón, en el sur de Ucrania. Un estudiante que dirigía un canal antibelicista en la aplicación de mensajería Telegram fue denunciado por el rector de su universidad debido a las publicaciones que criticaban la invasión de Ucrania por el Kremlin, así como las supuestas atrocidades rusas en Bucha y Mariúpol. Este mes fue condenado a ocho años y medio de reclusión en una colonia penal.

La represión de las redes sociales se produce en un momento en que Rusia también actúa contra activistas, grupos de derechos humanos y medios de comunicación que expresan o informan sobre sentimientos antibélicos, como parte de lo que, según los críticos, es un escalofriante esfuerzo de la propaganda del Kremlin por eliminar puntos de vista divergentes. Esta semana, el presidente Vladimir Putin aprovechó su visita a Moscú con el máximo dirigente chino, Xi Jinping, para reforzar el mensaje del Estado.

“Esta es la lógica de la intimidación”, afirmó Sergei Smirnov, editor jefe del medio de comunicación ruso Mediazona, que informa sobre el sistema de justicia penal del país. “Nos enfrentamos a un Estado policial que cree que simplemente hay que castigar con más severidad para que cada vez haya menos gente que exprese su opinión abiertamente”.

El caso de Krivtsova había resonado entre los activistas por los derechos y los opositores a la guerra en Ucrania como un símbolo de valentía para los ciudadanos rusos, pero también como una fábula para cualquiera que se atreviera a seguir sus pasos. Sus publicaciones (en una historia privada de Instagram que solo podían ver sus amigos) fueron denunciadas a las autoridades por sus compañeros de la Universidad Federal del Norte (Ártico), a algunos de los cuales conocía en persona.

“Entiendo que una persona se niegue a hablar por su seguridad, porque las consecuencias son graves no solo para ella, sino para toda su familia, para todos sus seres queridos”, declaró a los periodistas antes de una reciente audiencia judicial. “Todo esto por lo que estoy pasando ahora es terrible”.

Esta semana, el gobierno ruso la incluyó en la lista federal de personas buscadas y un tribunal dictaminó que fuera detenida en ausencia, según los medios de comunicación rusos.

Casi 6000 rusos han sido acusados de desacreditar al ejército ruso desde la invasión, según OVD-Info, un grupo de defensa de los derechos que da seguimiento a la represión política. De ellos, más de 2000 casos están relacionados con comentarios publicados en las redes sociales, según el grupo.

Rusia tipifica la primera acusación como infracción administrativa, que suele conllevar una multa o una pena de prisión. Pero la reincidencia, que puede ser incluso por un comentario publicado en las redes sociales hace años, conlleva responsabilidad penal y una posible condena de 10 años.

En Rusia hay 447 acusados de actividades antibelicistas, según OVD-Info. La mayoría están acusados de “difundir información falsa”, pero Krivtsova y varias decenas más están acusados de “justificar, promover e incitar al terrorismo”.

Los largos brazos del Estado burocrático hacen cumplir las nuevas políticas, pero cuentan con la ayuda de la ciudadanía, que les sirve de ojos y oídos. Krivtsova dijo que no sabía que un grupo de estudiantes de su universidad había formado su propio grupo de mensajería instantánea para hablar de las conversaciones en chats de los estudiantes que se oponen a la guerra con la intención de denunciarlos.

Poco después de que Putin ordenó la invasión a gran escala de Ucrania, Krivtsova publicó comentarios en las redes sociales condenando la guerra. El 9 de mayo, día en que Rusia conmemora su contribución a la derrota de la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial, Krivtsova llevó su actividad un paso más allá: imprimió y distribuyó folletos por Arkhangelsk, capital de la región del mar Blanco, en los que señalaba que en Ucrania seguían viviendo veteranos de la Segunda Guerra Mundial, algunos de los cuales habían muerto bajo los bombardeos rusos. Pidió que se pusiera fin a la guerra.

Al día siguiente, funcionarios del Centro de Lucha contra el Extremismo la obligaron a “disculparse con las fuerzas armadas de la Federación Rusa ante las cámaras”, declaró. También la obligaron a escribir una confesión y la acusaron de “desacreditar” a las fuerzas armadas.

Krivtsova siguió manifestando sus opiniones en internet, algo que se toleraba antes de la invasión.

En octubre, tras el ataque ucraniano al puente de Crimea, que Rusia se anexionó de manera ilegal en 2014, Krivtsova escribió una publicación en la que trataba de entender el origen del regocijo de muchos ucranianos por el episodio, que Moscú considera un acto de terrorismo. En el chat grupal de sus compañeros apareció una captura de pantalla, con el comentario de que seguramente era ilegal.

“Denunciar es el deber de un patriota”, escribió uno de los estudiantes, según las capturas de pantalla de la conversación vistas por The New York Times.

Una amiga del grupo vio la conversación y se lo hizo saber. Pero ella no creía que sus compañeros fueran a denunciarla.

El director de su departamento alabó a los estudiantes que la denunciaron.

“La sociedad es un organismo social y puede enfermar”, dijo Artyom V. Makulin, jefe del programa de Humanidades. “Toda sociedad tiene un sistema inmunitario”.

Dijo que creía que estudiantes como ella habían estado bajo la influencia de una “hipnosis ideológica”.

En Vilna, Krivtsova tiene mucho por hacer: encontrar un apartamento, un trabajo y ropa nueva, porque cuando se fue, trató de pasar inadvertida con una “chamarra espantosa, raída y masculina”. Dice que se ha hecho a la idea de que tal vez no vuelva a ver a su abuela.

Pero por fin tiene una cosa que no pudo tener en Rusia. En un video que publicó tras su huida, se le podía ver quitándose el brazalete que llevaba en el tobillo durante el arresto domiciliario. En la otra pierna se veía un tatuaje de una araña con la cara de Putin que decía “El Gran Hermano nos vigila”.

Sostenía un dibujo de unas esposas rotas acompañado de una palabra: “Libertad”.

c.2023 The New York Times Company