¿Las protestas son peligrosas? La opinión de los expertos depende de quién se manifieste y sobre qué

Manifestantes marchan en Manhattan para protestar en contra de la brutalidad policiaca y el racismo, el 2 de junio de 2020. (Demetrius Freeman/The New York Times)
Manifestantes marchan en Manhattan para protestar en contra de la brutalidad policiaca y el racismo, el 2 de junio de 2020. (Demetrius Freeman/The New York Times)
Manifestantes marchan en Manhattan para protestar en contra de la brutalidad policiaca y el racismo, el 6 de junio de 2020. (Simbarashe Cha/The New York Times)
Manifestantes marchan en Manhattan para protestar en contra de la brutalidad policiaca y el racismo, el 6 de junio de 2020. (Simbarashe Cha/The New York Times)

Mientras la pandemia se arraigaba, la mayoría de los epidemiólogos estableció prohibiciones claras para combatirla: no debe haber ningún estudiante en los salones de clase, ningún servicio religioso presencial, ninguna visita a parientes enfermos en los hospitales, ninguna reunión pública multitudinaria.

Así que, en abril y mayo, cuando manifestantes conservadores que estaban en contra del cierre de emergencia se reunieron en los escalones de los capitolios estatales en lugares como Columbus, Ohio, y Lansing, Míchigan, los epidemiólogos los regañaron y pronosticaron un disparo de las infecciones. A finales de abril, cuando el gobernador de Georgia, Brian Kemp, relajó las restricciones a los negocios mientras se rezagaban las pruebas y aumentaban las infecciones, en los círculos de salud pública, la conversación giraba en torno a que ese estado había aceptado el sacrificio de humanos.

Entonces, el brutal asesinato de George Floyd ocurrido el 25 de mayo a manos de la policía de Minneapolis cambió todo.

De inmediato, las calles de la nación se llenaron de decenas de miles de personas que apoyaban un movimiento de manifestaciones masivas que continúan hasta la fecha, protestando y derribando estatuas. Y, en vez de condenar las reuniones masivas, el 30 de mayo, más de 1300 funcionarios del sector de salud pública firmaron una carta en apoyo, y muchos se lanzaron a las calles.

Esa reacción, y el contraste con el ferviente apoyo al cierre de emergencia que demostraron al principio los epidemiólogos, produjo un cuestionamiento incómodo: en una pandemia, ¿los consejos de salud pública dependen de que la gente apruebe la reunión masiva en cuestión? Para muchos, la respuesta pareciera ser afirmativa.

“Desde el punto de vista de la salud pública, la manera en que la narrativa en torno al coronavirus se volteó de la noche a la mañana se parece mucho a… la manera en que se politiza la ciencia”, escribió el mes pasado en The Guardian el ensayista y periodista Thomas Chatterton Williams. “¿Quiénes somos para mandar un mensaje que puede provocar tal severidad?”.

Claro está, hay diferencias: en muchas ciudades, una mayoría perceptible de los manifestantes que protestaban por el caso de George Floyd usó mascarilla, aunque a menudo estuvieron demasiado cerca los unos de los otros. En contraste, muchos manifestantes que se oponían al cierre de emergencia se rehusaron a usarlas… y su grito de guerra era directamente opuesto a las instrucciones que habían dado los funcionarios de salud pública.

Además, en términos prácticos, ningún equipo de epidemiólogos habría sido capaz de detener las olas de manifestantes apasionados, así como tampoco habría podido bloquear las protestas anticuarentena.

No obstante, algunos de los epidemiólogos más prominentes del país tuvieron que luchar con cuestionamientos más profundos sobre moral, responsabilidad y riesgo a causa de la divergencia en sus propias reacciones.

Catherine Troisi, epidemióloga especialista en enfermedades infecciosas del Centro de Ciencias de la Salud de la Universidad de Texas en Houston, estudia el COVID-19. Hace poco, cuando asistió a una manifestación en Houston en apoyo a Floyd, con mascarilla puesta y se vio parada al borde de una gran marea de gente, la atacó un sentimiento de contradicción.

“Por supuesto que condené las protestas que se opusieron al cierre de emergencia en aquel entonces, y no condeno las protestas ahora, y me cuesta trabajo enfrentarlo”, admitió Troisi. “Se me dificulta articular por qué está bien”.

Mark Lurie, profesor de epidemiología de la Universidad de Brown, describió una batalla interna similar.

“Instintivamente, muchos de los que trabajamos en el sector de la salud pública tenemos un fuerte deseo de actuar en contra de las generaciones acumuladas de injusticia racial”, comentó Lurie. “Pero debemos ser honestos: unas semanas atrás, criticamos a los manifestantes porque querían abrir la economía y lo señalamos como un comportamiento peligroso”.

“Sigo tratando de resolver ese dilema”.

Ashish Jha, decano de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Brown, opinó al respecto: “¿Que si me preocupa que las manifestaciones masivas produzcan más casos? Sí, me preocupa. Pero se rompió un dique, y la corriente no se puede detener”.

Algunos científicos del sector de salud pública desestimaron públicamente los sentimientos encontrados de sus colegas, pues aseguran que el país está enfrentando una difícil decisión moral. La carta firmada por más de 1300 epidemiólogos y profesionales de la salud instaba a los estadounidenses a adoptar una postura “antirracista consciente” y enmarcaba en términos raciales, ideológicos y morales las diferencias entre los manifestantes que estaban en contra de la cuarentena y los que repudiaban el asesinato de Floyd.

Las protestas de quienes se manifestaron en contra de las órdenes de permanecer en casa estaban “arraigadas en el nacionalismo blanco y se oponen a respetar las vidas de la gente negra”, señalaba la carta.

En contraste, mencionaba que quienes protestaban en contra del racismo sistémico debían “recibir apoyo”.

“Como defensores de la salud pública, no condenamos estas reuniones pues no nos parecen riesgosas para la transmisión de COVID-19. Las respaldamos porque las consideramos vitales para la salud pública nacional”, señalaron.

Hasta ahora, todavía no ha habido evidencia contundente de que las protestas en contra de la violencia policiaca hayan producido picos significativos en las tasas de infección. Un estudio que publicó la Oficina Nacional de Investigación Económica no encontró un aumento generalizado de infecciones, pero no pudo descartar un aumento de contagio en el rango etario de los manifestantes. Los funcionarios de salud de Houston y Los Ángeles sugirieron que las manifestaciones en esas ciudades provocaron un incremento de infecciones, pero no han presentado datos. En la ciudad de Nueva York, el alcalde Bill de Blasio les ordenó a los rastreadores de contactos que les preguntaran a las personas infectadas si habían estado en grandes multitudes, pero no si habían asistido a alguna manifestación.

Los diez epidemiólogos entrevistados para este artículo señalaron que, si casi diario se celebran marchas y mítines, es bastante seguro que el resultado se traduzca en transmisiones. El gas lacrimógeno y el gas pimienta que lanzó la policía, además de amontonar a los manifestantes en sus camionetas y autobuses, ponen en mayor peligro a las personas.

“Lo más probable es que haya habido algunas infecciones en las protestas; la pregunta es cuántas”, comentó Lurie. “No ha surgido ninguna evidencia nueva que sugiera que las manifestaciones fueran eventos superpropagadores”.

Mary Travis Bassett es una mujer afroamericana que fungió como comisionada de salud en la ciudad de Nueva York y ahora dirige el Centro FXB para Derechos Humanos y Salud de la Universidad de Harvard. Bassett hizo notar que, incluso antes del COVID-19, en promedio, los estadounidenses negros estaban más enfermos y su expectativa de vida era por lo menos dos años menor que la de los estadounidenses blancos.

Además, hizo notar que desde hace mucho tiempo la violencia policiaca ha producido un clima sombrío para los afroamericanos. Desde las subastas de esclavos hasta las plantaciones y los siglos de linchamientos llevados a cabo con la complicidad de las agencias del orden a nivel local, la gente negra ha sufrido los devastadores efectos del poder del Estado.

Bassett reconoció que las protestas actuales estaban cargadas de complicaciones morales, en particular si un joven que estuviera marchando para exigir justicia llegara a casa e infectara sin querer a su madre, tía o abuelos.

“Si hay una persona de la tercera edad en casa, debería ser resguardada lo mejor posible”, agregó Bassett.

Sin embargo, también comentó que la oportunidad de lograr un avance trascendía ese tipo de preocupaciones sobre el virus.

“El racismo ha matado gente durante mucho más tiempo que el COVID-19”, mencionó. “La disposición de decir que todos soportamos la carga de eso me conmueve profundamente”.

Otras personas tienen opiniones más precavidas sobre los riesgos morales. Nicholas A. Christakis, profesor de Ciencias Sociales y Naturales de la Universidad de Yale, hizo notar que hay dos imperativos que rigen la salud pública: aliviar al enfermo y decir la verdad sobre los riesgos de salud pública, sin importar cuán desagradables sean.

Ahora, estos valores que a menudo son complementarios están en conflicto. Salir a la calle para protestar en contra de una injusticia es arriesgarse a dejar las puertas abiertas para que el virus ponga en peligro a decenas de miles de personas, comentó. Hay un peligro en afirmar que un imperativo moral le reste importancia a otro.

“La izquierda y la derecha quisieran que el virus se fuera solo porque lo desean”, mencionó Christakis. “No podemos eliminar con el simple deseo el cambio climático, la pandemia y otras verdades científicas inconvenientes”.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company