Un presidente cuyas palabras no se han visto favorecidas por el paso del tiempo

El presidente Donald Trump ofrece un discurso durante un mitin de campaña en el aeropuerto John Murtha Johnstown-Cambria County en Johnstown, Pensilvania, el 13 de octubre de 2020. (Doug Mills/The New York Times)
El presidente Donald Trump ofrece un discurso durante un mitin de campaña en el aeropuerto John Murtha Johnstown-Cambria County en Johnstown, Pensilvania, el 13 de octubre de 2020. (Doug Mills/The New York Times)

WASHINGTON — “Por favor, ¿podrían aceptarme?”.

Esto dijo el presidente Donald Trump el martes por la noche, en Pensilvania. “Por favor, por favor”, suplicó. “No tengo mucho tiempo”.

El llamamiento de Trump estaba cargado de una especie de desesperación abrupta. Evocó la frase “Por favor, aplaudan” que Jeb Bush dirigió al público antes de las elecciones primarias presidenciales de 2016 en Nueva Hampshire o la célebre “Mensaje: Me importa” del presidente George Bush en 1992. En retrospectiva, ambas declaraciones sirvieron como epitafios para campañas destinadas al fracaso.

Aún no se sabe si esto también será cierto en el caso de Trump. Sin embargo, la frase “Por favor, ¿podrían aceptarme?”, que de inmediato se hizo viral, pareció especialmente relevante para el dilema del mandatario. Para empezar, el llamado estaba dirigido a las mujeres suburbanas que, según las encuestas, sienten un rechazo particular hacia Trump en comparación con la elección de hace cuatro años.

Poco después de que Trump hizo su comentario, Sarah Longwell, fundadora de Votantes republicanos contra Trump, tuiteó un video del suceso junto con esta réplica: “Estuve en un grupo de sondeo esta noche con mujeres que votaron por Trump en 2016”, escribió Longwell. “Ninguna de ellas planea votar por él de nuevo”.

En otras palabras, el esfuerzo de Trump fue como la disculpa demasiado tardía y patética que se le profiere a una expareja que hace mucho te ha olvidado. También puso de relieve la destreza especial de Trump para hacer declaraciones (o enviar tuits) perfectos para ser cortados, guardados y luego usados en su contra cuando los hechos lo contradicen más tarde o en tiempo real. Una y otra vez, Trump ha demostrado ser un experto en pronunciar últimas palabras célebres.

El coronavirus no lo curó de esta costumbre. Al contrario, Trump parece tentar a la suerte todos los días desde que contrajo el virus. Ha declarado que es un “espécimen físico perfecto”, que se siente mejor que hace 20 años y que ahora es “inmune” a la enfermedad (al parecer no le importa que la trayectoria del coronavirus haya demostrado ser peligrosa e impredecible). Sigue insistiendo en que el virus está “desapareciendo”, una afirmación rotundamente desmentida por las tasas de infección que han aumentado en días recientes en la mayor parte del país.

Cuando Trump se enfermó, algunos asesores esperaban que esto lo escarmentara o que al menos limitara su hábito de hacer declaraciones increíblemente equivocadas o prematuras sobre el virus. De por sí ya podía presumir de una larga lista de “comentarios desafortunados” que fueron captados de inmediato y difundidos en video, en Twitter, en TikTok y en todos los demás sitios donde se inmortalizan las últimas palabras célebres hoy en día.

“Lo tenemos totalmente bajo control”, afirmó Trump en enero en CNBC, una salva inicial de negación que pronto le pasaría factura.

“Este es su nuevo engaño”, dijo al mes siguiente en un mitin en Carolina del Sur.

“Un día, como un milagro, desaparecerá”, declaró también en aquel entonces.

Tradicionalmente, los presidentes procuran evitar hacer declaraciones que luego puedan resultar vergonzosas. Eligen sus palabras con cuidado y proceden “con un exceso de cautela”, como dice el lema del momento en Washington.

Todos los mandatarios suelen tener una o dos frases dignas de escalofríos en sus expedientes permanentes. El presidente Barack Obama prometió dentro de su plan de atención médica: “Si te gusta tu doctor, puedes quedarte con tu doctor”, una propuesta que se evidenció como falsa durante la problemática implementación de la Ley de Atención Médica Asequible en 2013.

“Brownie, estás haciendo un gran trabajo”, le dijo el presidente George W. Bush como reconocimiento a Michael D. Brown, el director de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias durante el huracán Katrina, que pronto se convirtió en un fiasco de categoría 5.

El presidente Bill Clinton afirmó: “Yo no tuve relaciones sexuales con esa mujer, la señorita Lewinsky”, antes de admitir haberlo hecho. El presidente George Bush, en su promesa más famosa, dijo: “Lean mis labios: no habrá nuevos impuestos”, antes de elevarlos.

“Es inevitable que los políticos digan cosas que luego lamenten”, comentó Victoria Clarke, experimentada estratega republicana de comunicaciones que ha asesorado a varios funcionarios y gobiernos electos. Clarke invocó una de sus citas favoritas de uno de sus antiguos clientes, el exsenador republicano de Arizona John McCain: “Que las palabras que pronuncie hoy sean suaves y dulces, porque quizá deba tragármelas mañana”.

La Casa Blanca actual ha servido un bufé abundante, con el presidente como chef principal, pero hay mucha gente en la cocina. La tendencia a hacer “comentarios desafortunados” ha sido una característica distintiva del gobierno de Trump desde el inicio.

Todo comenzó el segundo día de su mandato, cuando Sean Spicer, el primero de cuatro secretarios de prensa de la Casa Blanca de Trump, aseveró que la multitud que se dio cita en la inauguración presidencial en 2017 fue “la mayor audiencia que haya presenciado una inauguración, punto”. Las fotografías panorámicas del público inaugural de Trump comparadas con las de Obama demostraron que ese comentario fue ridículo, punto.

No obstante, la respuesta al coronavirus ha sido como una inyección de esteroides para la afección preexistente de la Casa Blanca. En marzo, Mick Mulvaney, el jefe de gabinete saliente, acusó a los medios de dar bombo publicitario a la pandemia para “derribar” al presidente. Mulvaney dijo esto en la Conferencia de Acción Política Conservadora, una reunión anual que se ha convertido en un espectáculo de porristas del trumpismo. También fue un caldo de cultivo para la enfermedad que se gestaba en el área de Washington.

El brote actual en la Casa Blanca ha venido acompañado de un desfile de videos de “comentarios desafortunados” o, dependiendo de la perspectiva, una avalancha de karma.

La noticia de que la actual secretaria de prensa de la Casa Blanca, Kayleigh McEnany, dio positivo la semana pasada se dio a conocer junto con un video, ahora infame, de una entrevista que McEnany dio a Fox News en febrero. “Las enfermedades como el coronavirus no llegarán aquí”, prometió la entonces futura secretaria de prensa. “¿No es eso refrescante comparado con la terrible presidencia del presidente Obama?”.

La Casa Blanca ha demostrado que tiene un don particular para establecer fechas límite que resultan ser vergonzosamente ingenuas. Trump sugirió en marzo que el virus se extinguiría con el clima cálido y expresó la esperanza de que las iglesias de la nación estarían llenas el domingo de Pascua, el 12 de abril. El vicepresidente Mike Pence predijo el 24 de abril que “para el fin de semana del Día de los Caídos habremos superado la pandemia del coronavirus”. Esto sucedió casi en la misma época en que Jared Kushner, asesor principal y yerno de Trump, pronosticó que el país estaría “como nuevo” para julio.

Seamos justos, las comunicaciones de la Casa Blanca jamás han tenido que caminar sobre una cuerda floja como la que enfrentan ahora. Además, el exceso de cautela no es un remedio universal.

“Ningún presidente puede gobernar durante cuatro años sin hacer por lo menos un comentario que pueda considerarse un engaño”, dijo Erik Smith, vocero y agente demócrata veterano. “Pero este presidente parece acumularlos como pilas de leña y disfrutarlo”.

This article originally appeared in The New York Times.

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