Los preparacionistas del apocalipsis están siempre listos para lo peor del mundo

Los preparacionistas del apocalipsis, que alguna vez fueron considerados como grupos marginales, son cada vez más comunes entre la población en general. Además de un popular reality show televisivo sobre los preparacionistas, más y más “personas comunes” preparan mochilas de emergencia para catástrofes que van desde huracanes hasta apagones y disturbios sociales.

Y, ahora, con la pandemia de COVID-19, quienes tienen preparado un lugar bien abastecido donde refugiarse han comenzado a parecer clarividentes. En su nuevo libro, Bunker: Preparing for the End Times (Búnker: preparándose para el fin de los tiempos, Scribner —sin traducción al español—), Bradley Garrett, aventurero que ha recorrido el mundo y ha escrito varios libros, explora las comunidades de todo el mundo que se preparan para el apocalipsis y comparte una visión íntima de por qué y cómo se preparan para lo inesperado, además de mirar con detalle sus distintos alojamientos. En el siguiente extracto comparte con nosotros cómo es la vida dentro de uno de esos bunkers.

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El Survival Condo de Kansas, que es el búnker privado más lujoso y sofisticado del mundo, fue alguna vez un silo de misiles del gobierno estadounidense durante la Guerra Fría. Construido a principios de la década de 1960 con un costo aproximado de 15 millones de dólares, pagado por los contribuyentes de ese país, fue una de las 72 estructuras “reforzadas” de silos de misiles que se construyeron para proteger un misil balístico intercontinental (MBIC) con cabeza nuclear 100 veces más poderoso que la bomba arrojada en Nagasaki, Japón. Muchos de esos silos fueron demolidos y enterrados tras décadas de desuso. Pero no todos.

El rascacielos invertido autosuficiente incluye puertas blindadas de 8 toneladas a prueba de explosiones.
Foto: Bradley Garrett

Larry Hall no fue la primera persona en reutilizar una de esas reliquias de la Guerra Fría. Pero puede decirse que esta es la más sorprendente de todas. Hall, excontratista gubernamental, desarrollador de bienes raíces y preparacionista con una maestría en negocios, primero planeó construir un centro de datos en un silo, pero pronto se dio cuenta de que había otro mercado emergente entre los preparacionistas supermillonarios.

Hall adquirió el silo de poco más de 60 metros de profundidad por 300,000 dólares en 2008, y lo transformó en una madriguera de lujo de 15 pisos, donde una comunidad de hasta 75 personas puede sobrevivir por un máximo de cinco años durante una catástrofe apocalíptica. Cuando esto ocurra, los residentes esperan poder salir de nuevo al mundo posapocalíptico para reconstruirlo.

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Técnicamente, no es muy difícil imaginar cómo es vivir bajo tierra en un ambiente que pueda sostener la vida. Los elementos básicos de la supervivencia, que constituyen la base de la pirámide de necesidades creada por el psicólogo Abraham Maslow en 1943 (alimentos, agua, refugio y seguridad) son relativamente fáciles de proporcionar durante un confinamiento a corto plazo. Lo que es más desafiante es crear un ambiente psicológica y socialmente tolerable para que sus habitantes, dicho francamente, no se maten entre sí. Y la creación de ese entorno fue el elemento central de la visión de vida que tuvo Hall para el Survival Condo.

En los primeros días de la Guerra Fría, los gobiernos, el ejército y las universidades realizaron numerosos experimentos para ver cuánto tiempo podía resistir un grupo de personas atrapadas bajo tierra. En total, a principios de la década de 1960, cerca de 7,000 personas se ofrecieron como voluntarias para encerrarse en espacios y grupos que iban desde el tamaño de una familia hasta más de 1,000 personas, como parte de los intentos del gobierno estadounidense de evaluar el impacto psicológico/conductual en las personas y las comunidades. Aunque esos estudios produjeron información interesante, todos ellos tuvieron numerosas fallas. De estas, dos fueron totalmente evidentes: los experimentos se realizaron por un periodo de tiempo preestablecido, y las personas sabían que se trataba de un simulacro. Si tales estudios pretendían evaluar verdaderamente el impacto psicológico de la vida en un búnker, tuvieron que haber adoptado un realismo que era claramente imposible de simular.

ILUSIÓN DE VIDA “NORMAL”

Sin embargo, Hall pensó que había encontrado una solución a esos dos posibles obstáculos. La clave para el bienestar bajo tierra, me dijo, podía relacionarse con la creación de una ilusión de una vida “normal” como la que existía en la superficie antes de la catástrofe. “Así —señala Larry—, tendremos personas horneando pan y preparando café, personas que podrán anunciar sus clases de yoga en el tablero de anuncios de la cafetería y apilaremos una caja con tres especies diferentes de tilapia, criadas en las instalaciones de acuaponía de al lado”.

Los nitratos del excremento de los peces se utilizarán en el suelo para las plantas de las instalaciones de acuaponía certificadas por la FDA. Los productos frescos derivados de ella irán al almacén general. La materia vegetal de desecho, así como las cabezas y huesos de los peces, serían triturados para convertirlos en alimento para los perros y gatos de los residentes, entre ellos, Lollipop, el gato de Larry, que vagaba felizmente por todo el silo, cuatro pisos arriba de nosotros.

Tres armerías hay en el búnker privado más lujoso y sofisticado del mundo. Foto: Bradley Garrett

“Es muy importante que animemos a las personas a que bajen, hagan compras y tengan una vida social —decía Larry—, porque, evidentemente, todo lo que haya aquí ya estará pagado”. En otras palabras, el dinero no tendrá valor en el Survival Condo. Lo cual también es justo, dadas las carretadas de dinero que se requieren para adquirir una propiedad en el lugar. Los apartamentos de medio piso costaban 1.5 millones de dólares; los de piso completo, 3 millones, y un penthouse de 334 metros cuadrados se había vendido por 4.5 millones. En total, 57 personas vivirían en 12 apartamentos, y cada una de ellas pagaría 5,000 dólares adicionales cada mes como cuota de la asociación de residentes. Uno de esos apartamentos, comprado en efectivo, fue diseñado para asemejarse a una cabaña de troncos, con un ático que daba a una chimenea artificial flanqueada por un conjunto de seis pantallas 4K que mostraban un paisaje de montañas nevadas.

Ninguna de las personas que han comprado en el proyecto reside actualmente en él. No es de sorprender que los compradores sean elusivos y discretos. Uno de ellos era Nik Halik, un australiano originario de Melbourne, Australia, que se describe como un “trillonario” aventurero y estratega patrimonial. Otro de ellos, Tyler Allen, desarrollador de bienes raíces de Florida, ha sido citado en The New Yorker diciendo: “No te consideran chiflado si eres el presidente y te vas a Camp David. Pero sí te consideran chiflado si tienes los medios y realizas acciones para proteger a tu familia en caso de que ocurra algún problema”. Evidentemente, ambos tienen los medios.

En el nivel 11, a unos 50 metros bajo tierra, visitamos un condominio de piso completo, totalmente equipado, de unos 167 metros cuadrados. Tuve la misma sensación que si entrara en el dormitorio de una limpia y predecible cadena hotelera. El apartamento tenía una alfombra estampada con un diseño al estilo del sureste, una sala blanca y acogedora, y una chimenea eléctrica de piedra con un televisor de pantalla plana montada encima de ella. Una repisa de mármol se extendía hasta una barra que separaba la sala de la cocina, la cual estaba llena de modernos aparatos electrodomésticos. Miré por una de las ventanas y me sorprendió ver que afuera estaba oscuro. Mi reacción psicológica instantánea fue suponer que debíamos haber pasado más tiempo bajo tierra del que creía. Luego me di cuenta de mi error.

¿PASADO PREGRABADO?

“Te atrapé”, dijo Hall riendo. Tomó un control remoto y sintonizó una transmisión de video proyectada en la “ventana”, que en realidad era una pantalla LED colocada en forma vertical. La escena proyectaba la vista desde la entrada frontal del Condo, al nivel de la superficie. Afuera era de día, hacía viento y todo estaba verde. Podía ver mi auto estacionado a través de las ramas de un roble. En la distancia, el centinela, en ropa de camuflaje, estaba parado en el mismo lugar que cuando llegamos. Pero no era claro en qué momento se había grabado ese video; quizá había un retraso, y yo veía un pasado pregrabado del que se me había convencido que era el presente. Ese pensamiento hizo que una espina de incomodidad me recorriera la espalda. Survival Condo era una cápsula cuyo objetivo era excluir las dificultades de una superficie hostil. Crear una ilusión de realidad mediante las pantallas era necesario para mantener la estabilidad después de una catástrofe, y claramente, formaba parte del plan de Larry para mantener el orden.

“En las pantallas puede aparecer material pregrabado o una transmisión en vivo”, dijo Larry. Ese comentario hizo que me quedara claro cuánto dependía Survival Condo de que Larry estableciera las reglas y controlara la experiencia de las personas bajo tierra. Después del cierre, el sentido de contexto, de realidad, de lo que ocurría afuera, independientemente de si el mundo se hubiera acabado o no, estaría totalmente bajo el control de Larry. “Sin embargo, la mayoría de las personas prefieren saber qué hora es en lugar de ver una playa en San Francisco”, dijo de pasada, apagando el monitor. Este se puso oscuro.

“Ventanas” de LED que proyectan la vista desde la entrada frontal del Condo.
Foto: Bradley Garrett

“La idea que me dejó sumamente clara la psicóloga que contratamos fue que mi trabajo como desarrollador era hacer que este lugar fuera tan normal como sea posible”, me dijo Larry. “Ella trabajó en aquel proyecto [la Biosfera de Arizona]”, dijo Hall. “Lo revisó todo meticulosamente. Incluso las luces LED del búnker están calibradas a 3000 grados Kelvin para evitar la depresión. La gente quiere saber por qué los residentes necesitan todos estos ‘lujos’: la sala de cine, el muro de escalar, mesas de pimpón, juegos de video, un campo de tiro, sauna, biblioteca y todo, pero lo que no comprenden es que no se trata de lujos. Estas cosas son claves para sobrevivir. Si no tienes todas estas cosas incorporadas, tu cerebro comienza a extrañarlas inconscientemente, y empiezas a tener distintos grados de depresión o de claustrofobia”.

Larry abundó sobre este tema. “De hecho, todo el mundo necesita trabajar en términos generales. Las personas que están de vacaciones constantemente tienen tendencias destructivas. Es simplemente la naturaleza humana. Necesitamos tener un día laboral de cuatro horas como mínimo y rotar las tareas, de manera que las personas no se aburran y comiencen a romper cosas”, dijo. “Uno quiere comida y agua de buena calidad y que todos se sientan seguros y que están trabajando juntos por un propósito común. Esto funcionará como un crucero en miniatura”.

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Tomado de Bunker: Building for the End Times (Búnker: construir para el fin de los tiempos, sin traducción al español). Copyright © 2020 por Bradley Garrett. Reproducido con autorización de Scribner, una subsidiaria de Simon & Schuster, Inc.

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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek

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