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La pornografía también arrebata a las mujeres (aunque muchos no lo crean)

En un mundo donde la sexualidad no fuese aún tabú, la afirmación del título dejaría indiferente a todos los lectores. Pero no vivimos en ese mundo libre de prejuicios. Desafortunadamente. A los cautivos en cierta mentalidad conservadora les parecerá, sin dudas, escandaloso que las mujeres consuman pornografía. Otros creerán que se trata de una minoría impúdica. La tozuda realidad disiente.

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No pocas mujeres consideran degradante la pornografía convencional, que presenta a las actrices como simples objetos de placer sexual para los hombres (TresB)

De acuerdo con Nielsen, una compañía especializada en analizar patrones de consumo, una de cada tres personas que buscan pornografía en Internet son mujeres. Ellas representan el 24 por ciento de los usuarios del popular sitio web de videos para adultos Pornhub, que recibe más de 60 millones de visitantes cada día. Una encuesta publicada por la revista Marie Claire en octubre pasado reveló que un tercio de sus lectoras veía material pornográfico todas las semanas. Una de cada diez había incorporado ese hábito a su rutina diaria. En Estados Unidos, según datos del Centro de Investigaciones Pew, el número de consumidoras declaradas de videos pornográficos se cuadruplicó entre 2010 y 2013.

Esas cifras desmienten una estadística de la década de 1970. Entonces se creía que apenas el cinco por ciento de las mujeres observaban esas presentaciones abiertas y crudas del sexo que buscan producir excitación, según define el correcto Diccionario de la Real Academia Española.

Porno para ellas

En su serie de análisis estadísticos titulados What women want? (¿Qué quieren las mujeres?), Pornhub revela que la mayoría de las mujeres en Norteamérica, América Latina, Europa occidental y Australia prefiere los videos eróticos cuyas protagonistas son lesbianas. En Asia y África esa tendencia se atenúa por el gusto de los dibujos animados pornográficos japoneses (hentai) y el llamado ébano, filmes protagonizados por actores negros.

Los datos de Pornhub también sugieren que las usuarias buscan escenas donde sobresale el sexo oral.

Ambas preferencias describen aspectos fundamentales del consumo de pornografía entre las mujeres. A juicio de la terapeuta estadounidense Megan Fleming, citada por la revista Women’s Health, las escenas de porno lésbico presentan “un ambiente sensual, juguetes eróticos y una estimulación sexual extendida”, más cercanos a las necesidades de ellas que los materiales dirigidos a hombres heterosexuales. Dicho de otra manera, las incansables penetraciones que terminan en una profusa eyaculación en el rostro de la actriz, final típico de producciones mediocres, excitan poco a las féminas.

Porque no se trata solo de placer, sino del lugar de las mujeres en la industria pornográfica, como protagonistas y consumidoras. Aunque muchas aficionadas a la pornografía rechazan la censura feminista a la presunta degradación inherente al sector, no dejan de cuestionar los estereotipos de imágenes concebidas para el público masculino. Esa inconformidad suele confundirse con aversión. Pero ellas no odian toda la pornografía, sino aquella que perpetúa un modelo machista de relación sexual.

Las mujeres han demostrado un interés creciente en romper los tabúes en torno a la pornografía. Ya no es raro leer columnas de periodistas dedicadas al tema, mientras sitios como suicidegirls.com ofrecen una imagen menos estereotipada de la sexualidad femenina.

La pornografía no es un fenómeno reciente, invención de un lobby liberal que aspira a derrumbar “la decencia y las buenas costumbres”. Las primeras imágenes de mujeres desnudas datan de 10.000 años antes de Cristo y fueron encontradas en la caverna de Chauvet, en Francia. La afición no se ha desvanecido, a pesar de las cruzadas puritanas. Nada indica que en el futuro próximo, hombres y mujeres abandonarán el placentero hábito.