¿Por qué casi nadie sonríe en las viejas fotografías?

La gente en el siglo XIX se aburría a mares. Cierto, nuestros antepasados podían gozar del teatro, el circo, la literatura, la música, los juegos de azar y otros divertimentos que aún amenizan el presente. Pero a juzgar por las fotografías de aquella época, esos entretenimientos no bastaban para aplacar la unánime melancolía, la gravedad omnipresente en retratos y escenas familiares.

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Posar para un retrato familiar era un momento demasiado importante para “arruinarlo” con la ligereza de una sonrisa (Michael Miley Studio - The Library of Virginia)

¿Cómo no morir de hastío sin las frivolidades de la televisión, el bullicio de Internet, los artificios del reality show que elevan al rango de celebridad los triunfos de la cirugía y la edición de imágenes? En realidad, los decimonónicos ciudadanos también alternaban entre la alegría y el drama, como ha sucedido durante la historia de la humanidad, a la sombra de las tragedias de cada era. No obstante, el acto de posar para una cámara fotográfica sí ha cambiado radicalmente desde entonces.

La imposible sonrisa de 15 minutos

Hagamos un experimento: trate de sonreír durante un cuarto de hora. No deje caer las mejillas, no deje de mostrar la dentadura, no deje que se apague el brillo en la mirada. 15 minutos. ¿Insoportable? Repitamos el ensayo, ahora solo por un minuto y medio o… medio minuto. ¿Aún difícil?

La primera fotografía de la historia, creada en 1826 por el inventor francés Joseph Nicéphore Niépce, tomó ocho horas en quedar impresa en una placa de peltre. A la vuelta de la década siguiente otro francés, Louis Daguerre, había reducido el tiempo de exposición a decenas de minutos, lo cual dio el primer gran impulso tecnológico al naciente arte.

Pero aun así la realización de un daguerrotipo en estudio exigía un esfuerzo físico considerable, al menos para nuestros estándares. Los avances en la iluminación, la óptica y las mejoras en la sensibilidad de las películas abreviaron el proceso hasta alcanzar la inmediatez de la fotografía digital. En el camino quedaron millones de sobrios retratos que engendraron esa impresión de una época en extremo seria.

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Los políticos del siglo XIX posaban para la historia, que los ha descrito luego a partir de estas imágenes inmortales (Anthony Berger - The Library of Congress

Una mirada para la eternidad

Hoy basta con apretar el obturador de una cámara o la pantalla de un teléfono para congelar un instante. La fotografía no ha perdido un grano de su primordial encanto, mas su ubicuidad ha aligerado el ritual de captar una imagen para la posteridad. Claro, con apenas oprimir otro botón borramos ese montón de píxeles.

La influencia de la pintura marcó el carácter de los retratos fotográficos del siglo XIX. Salvo muy contadas excepciones –los alegres personajes inmortalizados por los pintores holandeses del siglo XVII, por ejemplo—las artes plásticas habían legado una tradición de pocas sonrisas. Si no, ¿por qué nos fascinaría tanto la Mona Lisa?

Si bien nuestros tatarabuelos no carecían de sentido del humor, la expresión desenfrenada del goce, la carcajada, era mal vista en determinados círculos sociales, en especial entre las clases acomodadas. Esa censura también explica la preponderancia de caras serias en los testimonios gráficos del siglo XIX.

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El torbellino de los selfies no conoce fronteras: todos giran en torno a esta moda, desde el poderoso político hasta el simple ciudadano (The White House)

Aunque menos costosas que las imágenes plasmadas en óleo sobre tela (u otro formato), las fotografías se consideraban todavía un lujo, un momento quizás único en la vida. Los protagonistas adoptaban frente a la cámara una pose que trataba de reflejar sus cualidades, sus valores morales… La instantánea contenía un mensaje para el futuro, una intención ajena al alud de sonrientes selfies que inundan las redes sociales.

Una frase del escritor estadounidense Mark Twain resume el abismo entre ambas épocas: “Una fotografía es uno de los documentos más importantes, y no hay nada peor para pasar a la posteridad que una tonta, estúpida sonrisa capturada y fijada para siempre”, escribió.