Cómo se popularizaron las comidas escolares gratuitas
Kurt Marthaller, quien supervisa los programas de alimentación escolar en Butte, Montana, se enfrenta a muchos retos relacionados con el comedor: niños que no se forman en la fila del almuerzo porque temen ser juzgados, padres enfurecidos a causa de las tarifas sorpresa que no pueden pagar, deudas impagadas de comidas que ascienden a 70.000 dólares en todo el distrito.
Sin embargo, en casi la mitad de las escuelas de Marthaller, estas preocupaciones han desaparecido. En esas escuelas, todos los alumnos desayunan y almuerzan gratis, independientemente de los ingresos de sus familias. En una escuela, la West Elementary, los niños toman cajas de leche, barras de cereal y plátanos de las mesas plegables de camino a clase y casi el 80 por ciento de los alumnos desayuna allí todos los días de clases.
“Hemos hecho muchas cosas buenas para alimentar a los niños aquí en Butte”, comentó Marthaller. Sin embargo, agregó que la introducción de comidas gratuitas universales “tal vez ha sido lo mejor que hayamos hecho”.
Los defensores de las comidas escolares gratuitas han presionado mucho tiempo para que se les ofrezcan a todos los estudiantes, pero en la última década y media se dieron avances significativos. Su primera gran victoria llegó de manera discreta, en 2010, cuando el Congreso aprobó una política que pasó desapercibida llamada disposición de elegibilidad comunitaria, la cual facilitó que las escuelas les sirvieran comidas gratuitas a todos. Después, durante la pandemia de la COVID-19, el gobierno federal permitió que todos los alumnos de las escuelas públicas comieran gratis, lo cual transformó en poco tiempo la mentalidad del país en torno a las comidas escolares.
Ocho estados han aprobado su propia legislación sobre las comidas gratuitas universales desde que finalizó la generosidad federal en 2022. Se han presentado decenas más de proyectos de ley similares o hay alguno en proceso. Una ola de más escuelas —casi 7000— se han inscrito en el programa de elegibilidad en el que participa la West Elementary: hasta el año escolar 2022-23, estaban inscritas más o menos cuatro de cada diez escuelas públicas.
En total, más de 21 millones de niños estadounidenses ahora asisten a escuelas que les ofrecen comidas gratuitas a todos, diez veces más que en 2010. “Las escuelas no querían volver a cobrarles a algunos niños”, afirmó Crystal FitzSimons, directora de programas y políticas de nutrición infantil del Centro de Investigación y Acción Alimentaria, una organización sin fines de lucro. “Vieron los enormes beneficios de brindarles comidas gratuitas a todos los estudiantes: apoyar a las familias, apoyar a los niños, cambiar la cultura del comedor”.
Una historia de dos almuerzos
Desde arriba, Butte parece tallada con una cuchara de helado en una cadena montañosa. Conocida en su día como “la colina más rica de la Tierra” por sus minas de cobre, Butte fue una de las ciudades más grandes al oeste del Misisipi en su apogeo. En la actualidad, tiene unos 35.000 habitantes, muchos de los cuales han vivido ahí por generaciones.
Amber Moore vive al este de la ciudad, en una casa azul desde donde se ve Nuestra Señora de las Montañas Rocosas, una estatua de la Virgen María de 27 metros de altura ubicada en la cima de una montaña. Moore, un ama de casa, vive con su marido, Jake, un técnico de telecomunicaciones, y sus cinco hijos, cuatro gatos y dos perros.
Según la zona donde se ubica la casa de los Moore, le corresponde la escuela Whittier Elementary School, la cual, a diferencia de la West Elementary, no participa en la elegibilidad comunitaria y no tiene comidas gratuitas universales. Por eso, cinco noches a la semana, Moore despeja una parte de la encimera de la cocina y coloca cinco loncheras. Dentro va el jugo SunnyD, el palito de queso, el sándwhich de jamón y queso, las papas Lay’s, la naranja clementina y los bocadillos de fruta. Moore usa tres paquetes de pan de caja a la semana tan solo en almuerzos. Si agregamos el desayuno a la ecuación, se gasta unos 250 dólares al mes en las dos comidas.
“Es como una cuenta de la luz”, comentó. “No es una cantidad pequeña”. Ese gasto se eliminó durante la pandemia. A lo largo de esos dos años, los hijos de Moore desayunaron y almorzaron en la escuela todos los días. Luego, como la mayoría de las escuelas del país, la Whittier Elementary volvió a cobrar por las comidas en agosto de 2022. Y Moore volvió a empacar almuerzos.
Aunque técnicamente los alumnos de bajos ingresos de todas las escuelas públicas estadounidenses tienen derecho a comidas gratuitas o a un precio reducido, una tercera parte de ellos no participa en el programa, según estimados del Centro de Investigación y Acción Alimentaria. Una de las razones es el estigma: como la comida que ofrece la escuela, a menudo llamada “almuerzo caliente”, durante mucho tiempo se ha considerado una forma de prestación social, comerla puede ser una etiqueta dolorosa de pobreza.
Los padres también podrían no completar la documentación necesaria porque tienen ingresos volátiles, enfrentan barreras del idioma o se avergüenzan de sus finanzas. (En palabras de Marthaller: “Creo que es un problema de orgullo”). Otros pueden tener dificultades pero no cumplir los requisitos: para recibir comidas gratuitas o a un precio reducido, una familia de cuatro miembros debe ganar menos de 55.500 dólares al año. Según los activistas que defienden la gratuidad, cuando todos tienen acceso a comidas sin costo, se eliminan estos obstáculos.
Los Moore no califican para recibir comidas a un precio reducido: los ingresos de Jake Moore los hacen superar el límite por 465 dólares al mes. “Es una de esas cosas frustrantes”, opinó Amber Moore. “Estoy segura de que muchos padres están en esa zona intermedia en la que lamentas que no hay nada qué hacer”.
‘Se les activan los cerebros’
La iniciativa en favor de un programa nacional de almuerzos escolares tuvo su origen durante la Gran Depresión, cuando los niños pasaban hambre y los agricultores tenían excedentes que vender. En la década de 1960, se agregó el desayuno escolar. Desde entonces, las comidas escolares se han convertido en la segunda red más grande de seguridad alimentaria del país, después de los cupones de alimentos.
Sin embargo, cuando las tasas de obesidad infantil se dispararon, el programa de almuerzos recibió críticas por ser un factor contribuyente. En 2010, la primera dama Michelle Obama convirtió la obesidad infantil en un asunto distintivo. Presionó para la aprobación de la Ley para Niños Saludables y Libres de Hambre, la cual obligaba a los comedores escolares a servir más frutas, verduras y cereales integrales y menos sal, azúcar y grasas poco saludables. Los formuladores de políticas también lo vieron como una oportunidad para alimentar a más niños hambrientos. Por lo tanto, sin mucha fanfarria, incluyeron en el proyecto de ley la disposición de elegibilidad comunitaria (CEP, por su sigla en inglés).
Conforme la CEP, ofrecer comidas gratuitas universales se volvió menos complicado: si el 40 por ciento de los alumnos de una escuela o distrito califica para ser parte de programas como los cupones de alimentos o Head Start o viven en condiciones de calle, son migrantes o están en acogida temporal, se les pueden servir comidas gratuitas a todos. No es necesario recoger solicitudes individuales; basta con postularse al programa y reunir los requisitos para los próximos cuatro años.
Como la mayoría de la gente, Amanda Denny, profesora de cuarto grado de la West Elementary, nunca había oído hablar de la CEP. Sin embargo, ha visto la diferencia que pueden generar las comidas escolares universales. “En mi salón de clase, cuando los niños desayunan, están listos para empezar el día”, comentó. “Se les activan los cerebros y están listos para aprender”.
En octubre pasado, se redujo el umbral para la CEP, por eso más escuelas y distritos cumplieron los requisitos para optar a ella. La escuela de los Moore, Whittier Elementary, ahora califica para la CEP, como la mayoría de las otras escuelas en Butte. No obstante, debido a la forma en que el gobierno federal calcula los reembolsos de las comidas escolares, solo las escuelas con una alta población de estudiantes necesitados cubren las pérdidas por usar la CEP; el resto suele perder dinero al participar. Los activistas defensores de la gratuidad han presionado para aumentar las tasas de reembolso y que más escuelas puedan pagar el programa.
Sin embargo, en un borrador de presupuesto federal, los republicanos de la Cámara de Representantes propusieron finalizar por completo la CEP, bajo el argumento de que los fondos públicos no deberían pagar el almuerzo de los niños ricos. Jonathan Butcher, investigador en educación de la Fundación Heritage, cree que las ayudas para almuerzos escolares se han disparado mucho más allá de su objetivo original. Le gustaría que se derogara la disposición.
“No solo dicen: ‘¿Cómo podemos hacer llegar mejor la comida a los niños que la necesitan? Están diciendo: ‘Mejor no nos preocupemos de los detalles. Vamos a dárselo a todo el mundo’”, comentó Butcher. “Eso no es ser respetuoso con los contribuyentes, tampoco promover la idea de que debemos mejorar un programa de almuerzos escolares muy derrochador”.
La mayoría de los estados que han aprobado su propia legislación para las comidas escolares gratuitas lo hicieron con apoyo bipartidista. Para pagar los programas, California, Maine, Minnesota, Nuevo México, Vermont y Míchigan recurrieron a los ingresos generales o a los fondos de educación; Massachusetts y Colorado les subieron los impuestos a los ingresos más altos. (En Colorado, el programa ha sido tan popular que este año enfrenta un déficit de financiamiento de 56 millones de dólares).
FitzSimons, del Centro de Investigación y Acción Alimentaria, cree que la alimentación es tan esencial para la educación pública como el transporte y los libros, los cuales se les suelen ofrecer a los estudiantes sin ningún costo. “Gastamos miles de millones de dólares en financiar la educación”, afirmó. “Si los niños están sentados en clase sin poder aprender porque tienen hambre, porque les ruge el estómago, entonces estamos malgastando nuestro dinero”.
c.2024 The New York Times Company