La pompa de las graduaciones perdura, sin importar las circunstancias
Togas recicladas, marchas de procesión, plumas de plata de Tiffany… llegó la temporada de graduaciones en Estados Unidos. El mes de mayo nos trae un festival para los jóvenes de todo el país cuyas raíces se remontan a antes de la fundación de la república y, aunque muchas graduaciones este mes han contado con vigilancia de la policía por las protestas de los estudiantes, nada ha detenido las ceremonias.
Los rituales de graduación tienen más de tres siglos de precedente, al igual que sus atuendos, sus discursos y sus alborotos. Si las ceremonias de graduación se prestan a actos de protesta (darle la espalda al orador, cambiar la estola terminada en punta por una kufiya) es porque se trata de uno de los últimos espacios en que los estadounidenses todavía nos apegamos a cómo hacemos las cosas y no solo le damos importancia a lo que decimos y registramos. Siempre me sorprende un poco que las universidades conserven estos hábitos; es un caso casi único de costumbres imperecederas. En este país hay pocas cosas que perduran. Puedes asistir a la gala del Met a medio vestir y puedes usar melodías de Bach o de Beyoncé en un funeral. Pero la graduación todavía sigue ciertas reglas.
Los estudiantes que este mes se gradúan de cursos de cuatro años en nuestros centros universitarios y universidades iniciaron sus estudios, en su mayoría, en el año cero de la pandemia. En 2020, estos estudiantes se perdieron la oportunidad de caminar por el campo de futbol o el escenario del auditorio para recibir su diploma de la preparatoria y, ahora que la guerra en la Franja de Gaza sigue provocando expresiones enardecidas en los campus universitarios, algunos sufren de nuevo cierto desequilibrio. La Universidad de Columbia, que solicitó la presencia del Departamento de Policía de Nueva York para desalojar a un grupo de estudiantes que se manifestaban a favor de los palestinos, dividió la ceremonia con todos los miembros de la universidad en grupos más pequeños. La Universidad Emory realizó sus ceremonias fuera del campus.
Sin embargo, ninguna ceremonia se ha cancelado. Tiene que ocurrir algo muy grave para que se cancele una graduación. En la Universidad de Harvard, donde cientos de estudiantes abandonaron la ceremonia principal este año, un brote de viruela provocó la cancelación de las ceremonias en 1752, 1757 (la guerra de los Siete Años tampoco ayudó entonces) y 1764. Las ceremonias de 1774-1778 y 1780 se cancelaron debido a las hostilidades revolucionarias, pero Harvard no había vuelto a perderse una ceremonia de graduación hasta 2020. Se organizaron ceremonias de graduación durante la guerra de Secesión y las dos guerras mundiales, e incluso en 1970, después de que algunos integrantes de la Guardia Nacional les dispararon y mataron a cuatro estudiantes de la Universidad Estatal de Kent que protestaban por la guerra en Vietnam (en la Universidad de Boston, Hunter College y otras instituciones la graduación sí se canceló debido a manifestaciones; la Estatal de Kent organizó una ceremonia más sencilla). En el centro histórico Harvard Yard ese mes de junio, en protesta por la guerra, los egresados se negaron a vestir toga y birrete, o bien portaron bandas blancas en el brazo encima de la toga. Algunos manifestantes locales con un megáfono ocuparon el estrado y exigieron vivienda para la gente de bajos ingresos en Cambridge. Los estudiantes escucharon un duelo de discursos en que se denunciaron las acciones de la administración de Nixon y el grupo de protesta Students for a Democratic Society.
Hoy en día, ni siquiera el matrimonio (¡Puedes hacer lo que quieras para tu boda!, lo leí en Cosmo) tiene una estructura tan codificada como la de la graduación, con sus bastones y cadenas, su vestimenta de gala rentada, ademanes marcados y homilías. Las togas se importaron de Inglaterra, aunque se remontan al surgimiento de la universidad en París y Bolonia, Italia, en la Edad Media, donde los estudiantes recién aceptados debían utilizar capas oscuras para mantenerse calientes y también para renegar de la moda.
El birrete es de origen más reciente, quizá una adaptación del bonete italiano que todavía usan los sacerdotes, y la costumbre de cambiar de lado la borla es todavía más reciente: hasta mediados del siglo XX, a nadie le importaba de qué lado se llevara. A los estudiantes les preocupan todos estos detalles o le dan cierto valor a descubrirlos porque en este contexto la apariencia y el sentido —la pompa y la circunstancia, si se prefiere— no son antónimos. El punto es que ambos son necesarios.
En la actualidad, hay un discurso, probablemente banal, en el que un político o estrella pop proclama alguna variante del evangelio demócrata liberal. En la época colonial de Estados Unidos, en la ceremonia de graduación también podía haber algún invitado distinguido (en 1783, mientras el nuevo Congreso de la Confederación sesionaba en Princeton, Nueva Jersey, el general George Washington se presentó en la ceremonia de graduación del que entonces se llamaba College of New Jersey).
No obstante, los principales oradores de las graduaciones del siglo XVIII fueron los propios egresados. Antes de que se les concediera el grado, se enfrentaban en debates preparados con temas religiosos, filosóficos y científicos que presentaban ante los profesores y el público en general. En la Universidad Brown en 1773, el tema fue libre y el debate se sostuvo en latín.
Estas primeras graduaciones eran festivales públicos, de los más grandes del año, así que existía el riesgo de que se generaran alborotos. El libro de contabilidad de una empresa de Providence, Rhode Island, registra un cargo de 8 chelines por el “arreglo de bancos rotos en la ceremonia de graduación” en el salón en que la Universidad Brown celebró la graduación ese año de 1773, además de otra factura por la reparación de ventanas rotas (se rompieron ventanas de nuevo en 1774).
“Todo lo que es real es tan ilimitado y amorfo que tenemos que sintetizarlo”, dijo en alguna ocasión el pintor Gerhard Richter. “Mientras más espectacular el evento, más importante es su forma. Por eso la gente se casa en una iglesia y necesitamos un sacerdote para un funeral”. No se trata de tradición en sí; las tradiciones las tomas o las dejas. Lo que me importa es la forma y las imágenes, objetos, estilos y expresiones que elevan la existencia biológica y tecnológica a un nivel que en algún momento llamamos sociedad. Para algunas cosas, para algunas causas, vale la pena vestirse de gala.
c.2024 The New York Times Company