La gran peste de Atenas

undefined
undefined

La Guerra del Peloponeso, que inició en el año 431 a.C. y se extendió durante casi tres décadas, enfrentó a las ciudades formadas por la Liga de Delos (liderada por Atenas) y la Liga del Peloponeso (liderada por Esparta). Este conflicto entre ambas ciudades, en el cenit de la Grecia clásica y la edad de oro ateniense, fue el escenario para la aparición de la plaga de Atenas o la gran peste de Atenas.

Según el gran historiador y militar Tucídides, la epidemia apareció en el segundo año de la guerra, la primavera del 430 a.C. en el puerto del Pireo, entonces única ruta para el suministro de víveres y provisiones a la ciudad alta de Atenas. La enfermedad habría comenzado en Etiopía siguiendo el curso del Nilo, descendió a Egipto y Libia, para alcanzar la isla de Lemnos en el norte del mar Egeo, antes de llegar al puerto. Debido al asedio y las incursiones espartanas, el Pireo se encontraba sobrepoblado con soldados de tropas aliadas de la Liga de Delos y con refugiados que huían del conflicto en las zonas rurales vecinas. El líder ateniense Pericles ordenó que los habitantes se trasladaran a la ciudad amurallada de Atenas. Así que, además del medio millón de esclavos en condiciones insalubres, los refugiados y los 300,000 ciudadanos atenienses convivían en una capital sitiada y trastornada. Las difíciles condiciones de vida, el hacinamiento y la falta de higiene en la ciudad favorecieron la rápida transmisión de la enfermedad.

La epidemia consistió de una enfermedad altamente contagiosa y mortal. Las descripciones de los signos y síntomas provienen principalmente de Tucídides, y han sido fundamentales para entender los efectos devastadores de la peste en la población: ”porque yo mismo padecí la enfermedad y vi personalmente a otros que sufrían”… “[L]as personas que gozaban de buena salud fueron repentinamente atacadas por calores violentos, enrojecimiento e inflamación en los ojos, las partes internas, como la garganta o la lengua, volviéndose sanguinolentas y emitiendo un aliento fétido y antinatural”. Después de estos síntomas iniciales, los afectados presentaron “estornudos y ronquera, después de lo cual el dolor llegó al pecho y produjo una tos fuerte”. También había síntomas gastrointestinales; “[C]uando se fijaba en el estómago, le revolvía; y sobrevinieron descargas de bilis de todas las clases mencionadas por el médico, acompañadas de una angustia muy grande”. Externamente, los infectados estaban “rojizos, lívidos y con pequeñas pústulas y úlceras”. Si bien las personas no presentaban temperatura al tacto, “internamente ardía de modo que el paciente no podía soportar tener ropa o ropa de cama encima”. Algunos de los afectados estaban tan incómodos que “lo que más les hubiera gustado hubiera sido tirarse al agua fría; como de hecho lo hicieron algunos de los enfermos abandonados, que se sumergieron en los tanques de lluvia en sus agonías de sed insaciable; aunque daba lo mismo que bebieran poco o mucho”. Los que fallecieron lo hicieron entre el séptimo y noveno día. El espíritu observador de los médicos griegos pudo hacer muy poco frente a la amenaza de la peste, aunque se menciona que Hipócrates de Cos ensayó unas fumigaciones algo eficaces al inicio del brote.

Los testimonios narrados en la Historia de la guerra del Peloponeso no solo proporcionan una visión detallada de la enfermedad y la crisis sanitaria, también narran la crisis económica, social y moral que afectó a Atenas y sus ciudadanos. Apenas al inicio de la guerra, la peste causó un impacto catastrófico en la población de Atenas. Diodoro Sículo estimó que un tercio de la población murió debido a la enfermedad, incluyendo a muchos ciudadanos notables y líderes políticos. Además de las pérdidas humanas, la epidemia debilitó gravemente la capacidad militar, económica y política de la ciudad. Quizá más alarmante que la descripción de la enfermedad en sí es lo que se relata sobre el desgaste de las costumbres sociales y la “extravagancia sin ley que debe su origen a la peste”. El tejido social y el orden público se desmoronaron; la confusión y el desánimo era generalizado y “no había nadie que temiese a los dioses ni a las restricciones de la ley del hombre”. Los agonizantes deambulaban y se desmayaban por las calles en busca de agua fresca. Los enfermos eran abandonados por los familiares a su suerte y los cadáveres empezaron a apilarse en cualquier sitio, “incluyendo modos de entierro desvergonzados”.

Nadie quería acercarse a Atenas; la democrática, intelectual y cosmopolita ciudad ática se transformó en un infierno. Los extremistas encontraron un culpable en el antes noble y demócrata Pericles: fue juzgado, multado y humillado por sus decisiones en la guerra, por la invasión, la devastación, la sobrepoblación, y se le culpó hasta de la epidemia. Pericles murió víctima de la peste, en el 429 a.C., durante el segundo rebrote. Después vinieron una serie de gobernantes que prolongaron el conflicto armado y llevaron a la ciudad hasta el desastre, lo que culminó con la caida definitiva ante Esparta. Aunque la peste desapareció después del tercer rebrote, en la temporada invernal del 426-425 a.C., sus secuelas políticas, económicas y sociales siguieron presentes acompañando la derrota ateniense.

A lo largo de la historia se ha debatido la causa exacta de la gran peste de Atenas. Se han propuesto diferentes teorías sobre la etiología, incluyendo patógenos causantes de enfermedades como la fiebre tifoidea, el tifus, la viruela, el sarampión, la peste bubónica, incluso fiebres hemorrágicas. Considerando las condiciones de hacinamiento, también es posible que hayan coexistido dos o más epidemias en tiempo y lugar. Sin embargo, la falta de evidencia directa y la distancia temporal han dificultado la identificación precisa de la enfermedad. Aunque en menor medida, la peste también afectó a Esparta y se expandió en gran parte del Mediterráneo oriental. Tras la derrota, Atenas quedó arruinada y nunca pudo recuperar su esplendor. La pobreza se extendió por todo el Peloponeso; Esparta se consolidó como el nuevo poder griego y cambió el mapa de la antigua Grecia.

La gran peste de Atenas dejó una profunda huella en la memoria histórica y cultural de la antigua Grecia. La tragedia sociocultural y la pérdida de vidas quedaron inmortalizadas en obras literarias y artísticas posteriores, como en las obras del propio Tucídides, el poeta Sófocles, el comediógrafo Aristófanes y el dramaturgo Eurípides. Estas referencias literarias nos han permitido conocer la magnitud y el impacto que la gran peste dejó en Atenas.

* José Alberto Díaz Quiñonez es vicepresidente de la Sociedad Mexicana de Salud Pública A. C. (@saludpublicaac). Es Doctor en Ciencias Biomédicas por la UNAM y miembro de la Academia Mexicana de Ciencias, el Sistema Nacional de Investigadores y la Academia Nacional de Medicina de México.

 

Referencia:

The Landmark Thucydides: A Comprehensive Guide to the Peloponnesian War, ed. R. B. Strassler (New York: Free Press, 1988).