"En Perú estamos ante la reproducción de un modelo de Estado como botín que no hemos logrado desmantelar y nos viene de los años de la independencia"

Carmen Mc Evoy
La historiadora peruana Carmen Mc Evoy ha editado un libro sobre los funerales de estado en América en el siglo XIX.

Simón Bolívar, Bernardo O’Higgins, José Gervasio Artigas… todos son nombres de hombres insignes asociados al nacimiento de las repúblicas americanas que siguieron al colapso del Imperio español.

En vida contribuyeron a crear los nuevos estados y a terminar definitivamente con la dominación europea del continente. Son, según los manuales de Historia al uso, "los padres de la América libre".

Se conoce menos el papel que jugaron después de su muerte como referentes heroicos que ayudaron a dotar a las nuevas naciones en construcción de los símbolos y lazos de los que tan necesitadas estaban.

Bolívar, muerto en Colombia y repudiado en Venezuela, fue rehabilitado antes de que sus restos fueran enviados a Caracas. Los del chileno Bernardo O’Higgins pasaron años en Perú antes de que pudieran regresar a su país para ser aclamados.

Son solo algunos de los ajetreados periplos que analiza el libro colectivo “Funerales republicanos en las Américas. Tradición, ritual y nación. 1832-1896", (Crítica), editado por la historiadora peruana Carmen Mc Evoy.

Mc Evoy conversó con BBC Mundo en el marco del reciente Hay Festival de Arequipa sobre los avatares corridos por una selección de próceres latinoamericanos del siglo XIX para explicar cómo el relato y los debates en torno a sus restos moldearon la imagen que de sí mismas establecieron las nuevas repúblicas, y cómo algunas arrastran aún algunos de los problemas con que nacieron.

Portada del libro "Funerales republicanos en las Américas"
Portada del libro "Funerales republicanos en las Américas"
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Su libro repasa los entierros de personajes históricos notables para mostrar su impacto en la idea que adoptaron los nuevas repúblicas latinoamericanas sobre sí mismas. ¿De veras es tan importante un entierro en la definición de la identidad de una comunidad viva?

El ritual funerario es un acto atávico. Desde que se tiene noción de la historia humana, se encuentran sociedades en las cuales enterrar al muerto era parte de un ritual comunitario.

En el caso de estos entierros que estudiamos en el libro, lo interesante es que estas repúblicas nacen con mil problemas; problemas de legitimidad, problemas de institucionalidad. Entonces estos funerales de estado pueden ayudar a una suerte de integración cultural.

Los imaginarios tienen que crear nuevas tradiciones, porque los españoles nos dejan la tradición de la monarquía, pero los nuevos estados tienen que crear tradiciones republicanas y en ese sentido los funerales son parte de esta nueva creación.

Hablan de la importancia de los rituales de paso, pero también de que su vigencia se ve cuestionada en la sociedad actual, sometida a una continuidad incesante y una conexión permanente. Si estos rituales pierden importancia, ¿cuándo nos paramos a pensar en quiénes somos como comunidad?

Cada vez va perdiéndose más el ritual. Y esta suerte de reconstrucción de un mundo en cierto sentido sacralizado va perdiendo también su sentido.

Esto se nota aún más a partir de todas las conmociones, las masacres y la muerte masiva desde Hiroshima para adelante. Lo estamos viviendo ahora en Gaza. Entonces el ritual del entierro ha ido perdiendo su valor en un proceso, digamos, de deshumanización acelerada.

Ahora estamos en un momento en que todos están buscando nuevos paradigmas, en una transición que no sabemos a dónde nos va a llevar, pero parece que ese respeto por la dignidad del cuerpo humano, desafortunadamente, ya no es reconocido por muchos.

Un grupo de personas asiste a un funeral
Los autores señalan que los funerales de estado ayudan a pensar en la identidad comunitaria.

Los cuerpos de algunos de los muertos que analizan en el libro tienen una dimensión mucho más allá de lo físico. Al estudiar el caso de Bernardo O’Higgins, la obra afirma que con sus restos repatriados desde Perú los chilenos recuperaban una parte que les faltaba como sociedad, como si el cuerpo de O’Higgins fuera un reflejo del cuerpo nacional. ¿Existen hoy esos hombres-nación, figuras como aquellas, sin las que el país no se entiende?

El caso de O’Higgins es interesante porque al principio es el deportado, el acusado de todos los crímenes, de ser un tirano. Pero, en una suerte de reconciliación nacional que se da entre liberales y conservadores, sus restos mortales pasan a ser una referencia al cuerpo político.

Eso es lo interesante de estos cuerpos de los grandes hombres, blancos e ilustrados. En un momento de la historia pudieron estar asociados a este cuerpo político de corte elitista que se estaba construyendo, pero eso ya se derrumbó por otro modelo con una democracia de abajo hacia arriba y el movimiento de las sociedades de masas.

Ese paradigma terminó.

Si estos funerales de estado sirvieron para crear un imaginario y una identidad, ¿tenemos que concluir entonces que los países de América Latina son una construcción artificial?

Como cualquier imaginario. Hasta la monarquía constitucional española parte de una suerte de pacto, donde se mantiene una figura que no tiene ningún tipo de poder sino que más bien es un representante de la nación, y se llega a un consenso.

No se trata solamente de la construcción de los imaginarios, sino de la construcción de pactos políticos a partir de imaginarios.

Latinoamérica construye imaginarios, pero no logra aterrizarlo en pactos políticos que se mantengan a lo largo del tiempo.

¿Por qué no?

Porque la legitimidad siempre está cuestionada, desde que nacen las repúblicas.

Antes había pues la imagen unificadora del rey, que tenía una connotación divina, ya que la Iglesia asociaba el poder real al que venía de Dios. Cuando eso se quiebra con las independencias, va a ser muy difícil reconstruir una legitimidad aceptada.

Uno de los de los grandes problemas de Latinoamérica, aparte de su diseño institucional, que ahora hace aguas por todos lados en muchos países, es encontrar una legitimidad que sea aceptada.

Reconstruir una legitimidad no es fácil y ahí está el quid del problema.

De hecho, se vive un descrédito general de la política. En su país, Perú, casi todos los expresidentes vivos están en la cárcel o acusados de corrupción, lo que contrasta con el prestigio de las figuras analizadas en el libro, como Bolívar, O’Higgins o Artigas. ¿Cómo se puede sobrellevar esa falta de referentes?

La legitimidad de esta primera generación, de padres fundadores de la patria, les viene de las guerras de la independencia. Es un halo que los protege prácticamente a todos. Bolívar pelea prácticamente cuerpo a cuerpo con los granaderos en la guerra contra los españoles. Entonces se va viendo que asumen una ciudadanía benemérita.

Luego todas estas repúblicas entran en guerras fratricidas impulsadas por caudillos ambiciosos y eso se perdió.

Y llegamos al momento que describe.

En el caso de Perú estamos ante la reproducción de un modelo prebendario de Estado como botín que no hemos logrado desmantelar. Nos viene de los años de la independencia, donde todos estos ejércitos convergen en el Perú, al que Bolívar llama el nudo del imperio.

Entonces, en ese nudo del imperio se define con una violencia increíble la independencia de toda la región. Y todos los que quedan van a seguir en sus propias guerras por tomar por asalto al Estado peruano.

La crisis que tenemos de legitimidad asociada a la corrupción y a la incapacidad de crear instituciones sólidas que la puedan enfrentar hace que gobierno tras gobierno caigan en el mismo laberinto de la prebenda del primo, del pariente.

Hasta el último presidente [Pedro Castillo], que se suponia representaba los ideales y los deseos de sectores marginados, terminó atrapado en el modelo corrupto que no hemos podido desarticular.

Hablando de sectores marginados, todos los protagonistas de su libro, todos esos padres fundadores, son hombres de raza blanca. Pero las repúblicas que sucedieron a la colonia eran muy heterogéneas, formadas por múltiples razas, y desde luego también por mujeres. ¿Cómo afrontar el hecho de que estos hombres blancos eran los padres de naciones mucho más variopintas y diversas que la muestra de ellos?

Estas primeras repúblicas son circunscritas, acotadas. No sucede solo en Latinoamérica. Fíjese en Estados Unidos, que se supone es el modelo republicano por excelencia. Los padres fundadores son los grandes plantadores y dueños de esclavos, como Washington y Jefferson. En el siglo XIX no sorporende eso ni la presencia masculina.

Pero en nuestra colección se encuentra también Benito Juárez, un indio que logra a través de su conocimiento una movilidad social que lo lleva a la primera magistratura de México. Entonces, probablemente son sociedades que están pasando por transiciones.

Se están dando procesos en el tiempo. Los que van a venir después, en el caso del Perú específicamente, son todos caudillos mestizos o de origen en la sierra, como es el caso de Gamarra.

Ahí se está viendo esa diversidad, que no tiene que esperar hasta el siglo XX.

Estatua ecuestre de Simón Bolívar
Los padres de las patria hispanoamericanos son todos varones de raza blanca, pero Mc Evoy cree que el poder se abrió más tarde a otros sectores.

¿No cree entonces que América Latina es una región elitista en la que el poder sigue mayoritariamente en manos de los criollos?

No. Eso sería tener una mirada más bien estática de la historia. La historia va trayendo nuevos personajes al escenario, como el presidente Castillo, un agricultor de Cajamarca.

Por supuesto, hay élites que, como ocurre en todas partes del mundo, muchas veces manejan los hilos del poder entre bambalinas, pero si se fija en los presidentes, no siempre son blancos de ojos azules y apellido europeo, verá que hay una presencia de sectores medios y populares.

Algunos de los próceres cuyos entierros han estudiado fueron repudiados en sus propios países antes de ser elevados a los altares republicanos, como sucedió con Bolívar y O’Higgins. ¿Cómo interpreta eso?

Muchos murieron en el exilio, como Bolívar, San Martín o el peruano José de La Mar. El exilio pareciera el destino de esta primera generación, pero luego de que se logra cierta estabilidad, ciertos pactos políticos, es necesario crear un panteón republicano.

Se ve claramente en el caso del panteón revolucionario mexicano. Ahí está Madero, está Emiliano Zapata con sus asesinos; están todos juntos pese a que han vivido una guerra fratricida.

Llega un momento en que la guerra es muy costosa y es necesario que las facciones se pongan de acuerdo, ¿y qué mejor manera de hacerlo que trayendo al que aparentemente había causado la división? Es un tema simbólico.

Ha pasado ya una generación y esa generación que ha remontado la animadversión se reconcilia y es la que convierte al exiliado en el héroe nacional.

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