Un pequeño equipo de fútbol atrae multitudes con su activismo

Una pintura de Phil Lynott, exlíder de la banda Thin Lizzy, con una camiseta del Bohemians, en un bar de Dublín, Irlanda, el 15 de febrero de 2024. (Paulo Nunes dos Santos/The New York Times)
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Una pintura de Phil Lynott, exlíder de la banda Thin Lizzy, con una camiseta del Bohemians, en un bar de Dublín, Irlanda, el 15 de febrero de 2024. (Paulo Nunes dos Santos/The New York Times) ‌

DUBLÍN — En la parte de atrás de las destartaladas oficinas del equipo de fútbol irlandés Bohemians, la impresora hace ruidos incesantes mientras escupe una cascada de etiquetas de envío. Algunas de las direcciones llevan los nombres de calles cercanas de Dublín. Otros vienen de lugares más lejanos: del otro lado de Irlanda, del otro lado del mar de Irlanda, del otro lado del Atlántico.

‌Cada etiqueta se colocará en un paquete que contiene una camiseta del Bohemians. Y por estos días, el club vende muchas camisetas.

El atractivo no tiene sus raíces en ninguno de los factores tradicionales que impulsan el mercado de mercancías del fútbol: éxito, glamur, un admirado jugador estrella. Daniel Lambert, director de operaciones del club, ama tanto al Bohemians como a la Liga de Irlanda, la competición en la que juega, pero no se hace ilusiones sobre la realidad de ninguno de los dos. “Somos un equipo pequeño en una liga pobre”, afirmó.

En cambio, los fanáticos se sienten atraídos por el Bohemians por las propias camisetas o, mejor dicho, por lo que dicen las camisetas, tanto del equipo como del cliente.

Algunas ediciones recientes se han basado en la iconografía cultural de Dublín: las torres de refrigeración de Poolbeg; el patrón de los asientos de los autobuses de la ciudad; el rostro de Phil Lynott, exlíder de la banda Thin Lizzy. Otras envían un mensaje más explícito: uno de los diseños de esta temporada lleva los colores de la bandera palestina. Hace un par de años, otro llevaba el lema “Bienvenidos, refugiados”.

En un deporte meticulosamente apolítico, donde la mayoría de los equipos evita marcar posiciones excepto en los temas más seguros —y en un momento en que Irlanda está tratando de apagar las chispas de una guerra cultural parpadeante— eso convierte al Bohemians en un caso atípico entusiasta y desenfadado: un raro ejemplo de un club de fútbol dispuesto a desplegar sus valores en el pecho y en cualquier otra superficie que encuentre.

En Dalymount Park, la destartalada casa del Bohemians, las banderas de las esquinas llevan los colores del arcoíris del movimiento del orgullo LGBTQ. Los aficionados caminan por las explanadas con bufandas que llevan tanto el escudo del club como los colores palestinos. Las paredes de chapa ondulada están decoradas con imágenes del Che Guevara y la bandera venezolana.

Detrás de una sección, donde se encuentran los seguidores más bulliciosos del club, un puño se levanta sobre un fondo rojo y negro. “Ama el fútbol, odia el racismo”, se lee.

Se ha colocado allí de forma bastante deliberada. El Bohemians podría inclinarse, sin complejos, hacia la izquierda, pero el club ha estado más que dispuesto a aprovechar estrategias de mercadeo claramente capitalistas para ampliar su alcance. “Las visiones políticas son absolutamente sinceras”, dijo Dion Fanning, escritor, autor y copresentador del pódcast Free State. “Pero la forma en que lo hacen es muy inteligente”.

Gran parte de ello se puede atribuir a la experiencia de Lambert en la música. Piensa, esencial y habitualmente, como un promotor. “Es en esa sección donde los fanáticos más jóvenes se toman selfis y las suben a Instagram”, dijo Lambert. “De esta manera, también posicionarán ese mensaje allí”.

Es difícil argumentar que la estrategia no está funcionando. El atractivo del Bohemians ahora se extiende mucho más allá de su base tradicional en el suburbio de Phibsborough, al norte de Dublín. Ha capturado los corazones y las mentes de una congregación de fanáticos de todo el mundo, dispersos por la geografía pero unidos —en los ojos de Lambert— por prioridades comunes.

El Bohemians atrae a aficionados, dijo Lambert, “socialmente conscientes, preocupados por lo que le ha pasado al deporte, incómodos con que los actores estatales estén a cargo de estas cosas preciosas que le pertenecen a la clase trabajadora”.

Hay suficientes de estos aficionados como para que el Bohemians se erija hoy en día como una notable historia de éxito comercial. Hace poco más de una década, el club estuvo al borde de un primer descenso de la máxima categoría del fútbol irlandés y al borde del olvido financiero. Ahora, es un ejemplo de salud. En 2015, el club tenía solo 530 socios. Esa cifra asciende ahora a 3000. “Con una lista de espera”, señaló Lambert.

Hay 10 equipos en la Liga de Irlanda, pero el Bohemians representa una cuarta parte de los ingresos comerciales de la liga. Solo las ventas de mercancías del club se han disparado un 2000 por ciento en una década. Los pedidos de camisetas que llegan todos los días no son solo para las versiones más nuevas; las ediciones antiguas siguen vendiéndose bien, algo que Lambert atribuye a que no son artículos de moda efímeros. “Cuentan una historia”, dijo.

Esa historia, y el ascenso del club junto a ella, no siempre ha sido universalmente popular. Lambert admitió que algunos fanáticos del Bohemians pueden haberse sentido desanimados por el activismo del club —en temas tan diversos como el matrimonio entre personas del mismo sexo, la justicia climática y el fin de lo que él llama la gestión “inhumana” de los solicitantes de asilo por parte de Irlanda— y desde hace tiempo ha detectado una queja sutil entre los seguidores de los equipos rivales.

Un cartel de “Bienvenidos, refugiados”, pintado en una puerta en una entrada lateral del estadio Dalymount Park, en el norte de Dublín, Irlanda, el 15 de febrero de 2024. (Paulo Nunes dos Santos/The New York Times)
Un cartel de “Bienvenidos, refugiados”, pintado en una puerta en una entrada lateral del estadio Dalymount Park, en el norte de Dublín, Irlanda, el 15 de febrero de 2024. (Paulo Nunes dos Santos/The New York Times)

Sin embargo, por mucho que el activismo del Bohemians esté arraigado en sus creencias, también ha sido bueno para los negocios. El público en toda la Liga de Irlanda ha aumentado en los últimos años —la causa precisa de ese fenómeno es objeto de acalorados debates—, pero las entradas para los partidos del Bohemians son ahora posesiones particularmente valiosas.

Mary Nolan, que ha asistido a los partidos con su padre desde que era niña, dijo: “Ves más mujeres, más niños, más familias”.

“Todavía hay algunos viejos que se quejan de que ninguno de los nuevos fanáticos sabe nada de fútbol, pero ahora en general es un espacio muy acogedor”, añadió. “La política ha atraído a mucha más gente que la que ha desanimado”.

c.2024 The New York Times Company