Muchos pensaron que las mujeres le darían una lección a Trump, pero él volvió a romper los pronósticos
WASHINGTON.- Ya no sé ni cuántas veces di por finiquitado a Donald Trump.
Y cada vez, lo que pensé que iba a liquidarlo terminó fortaleciéndolo.
Un mes antes de las elecciones de 2016, después de las grabaciones difundidas por el programa Access Hollywood, di por sentado que se iba a bajar. Pensé que después de haber fogoneado la insurrección del 6 de enero de 2020 en el Capitolio iba a verse empujado al exilio. Creí que su cínica movida de llenar la Corte Suprema de fanáticos religiosos que tiraron a la basura los derechos reproductivos de las mujeres sería la lápida que enterraría su intento de volver al poder. Pensé que su delirante, sucio y desenfrenado final de campaña terminaría de hundirlo definitivamente.
Pero Trump nunca desapareció en una nube de humo naranja. Cada vez, volvió a aparecer, desafiando las convenciones y atrayendo a votantes que pensé que había perdido, dado que él, J.D. Vance y sus charlatanes de feria se deleitaban en menospreciar a tantos segmentos de votantes con total desenfreno.
Ahora nos toca comprender lo incomprensible: que todas las cosas misóginas, racistas, groseras y antidemocráticos que Trump ha dicho y hecho no le restan atractivo para millones de votantes. Porque ahora volverá a ser nuestro presidente, y ha declarado que ha recibido “un mandato sin precedentes.”
Ajústense los cinturones, porque Estados Unidos será un lugar turbulento.
Debemos aceptar que hay muchísimos norteamericanos que lo quieren a cargo del país. Incluso muchos de los republicanos a los que sus palabras y acciones les hacen correr frío por la espalda aprueban sus políticas económicas, inmigratorias y su promesa de “dejar a los hombres afuera de los deportes de mujeres.”
Desde una barbería del Bronx a donde fue a conquistar el voto negro y latino, Trump lanzó este mensaje: “Se llevan a tu hijo. Hay algunos lugares donde tu hijo sale a la mañana para la escuela y vuelve convertido en nena, OK, sin el consentimiento de sus padres.”
“¿Cómo puede ser?”, se preguntó a continuación.
A pesar de que enfrentaba a una mujer de color que podría haber hecho historia como la primera presidenta, el apoyo a Trump entre los hombres latinos se disparó. Y el apoyo entre los hombres negros se mantuvo. “Una pequeña pero significativa porción de hombres negros ha dudado históricamente en apoyar a las mujeres negras que aspiran a los puestos más altos de poder”, escribieron proféticamente en agosto Zolan Kanno-Youngs y Erica Green en The New York Times.
Mujeres decepcionadas
Como señaló Van Jones en CNN, hay muchas mujeres afronorteamericanas decepcionadas que están intercambiando “mucha esperanza por mucho dolor.”
James Carville advirtió que los demócratas tienen que dejar de parecer un partido de mujeres predicadoras, pero acto seguido Barack y Michelle Obama intentaron cortejar a los hombres negros sermoneándolos.
“Tenemos todo el derecho de exigir que los hombres que forman parte de nuestras vidas nos traten mejor”, dijo Michelle Obama. “Nuestras vidas valen más que su bronca y su decepción.”
En los últimos días de la campaña, a medida que el lenguaje de Trump se volvía más oscuro y sus insultos más virulentos, subido a un camión de basura como truco publicitario, con su chaleco antibalas color naranja flúo, parecía que iba a quedarse sin mujeres.
Esta fue una épica batalla entre los sexos. Kamala Harris terminó su campaña con Beyoncé, Oprah y Lady Gaga. Trump y Vance hurgaron en la topera del ecosistema de los hombres y terminaron abrazados a Joe Rogan.
Poco antes del cierra de las urnas, el asesor de Trump, Stephen Miller, tuiteó: “Si conocen a algún hombre que no haya ido a votar, arrástrenlo a las urnas”.
If you know any men who haven’t voted, get them to the polls.
— Stephen Miller (@StephenM) November 5, 2024
En un centro de votación en Charlotte, Carolina del Norte, un joven le dijo a Brianna Keilar, de CNN, que su novia lo había obligado a votar por Harris en el último minuto, porque le estaba “detonando el teléfono con mensajes” donde le decía que lo dejaría si no lo hacía. Pero no alcanzó ni con esas tácticas.
Según una encuesta de boca de urna de CNN, Trump obtuvo el 54% del voto masculino y Harris el 54% del voto femenino. Los estrategas demócratas esperaban que su porcentaje entre las mujeres superara la ventaja de Trump entre los hombres. Pero muchas de las mujeres de los suburbios que Harris pensó que podía conseguir terminaron votando por Trump.
Dada la chocante actitud de los republicanos hacia las mujeres, es sorprendente que entre el electorado femenino Harris no haya sacado el margen que necesitaba.
Es como si Trump, Vance y otros republicanos estuvieran haciendo todo lo posible para espantar a las mujeres, actuando más como imbéciles sexistas que te cruzas en los bares que como políticos que buscan convencer a sus posibles votantes.
En uno de sus últimos discursos de la campaña, Vance llamó a Harris “basura”. Y este mismo martes a la mañana, en su último discurso en Grand Rapids, Michigan, Trump dijo que Pelosi era “una mala persona, una malvada. Es una loca, una enferma y una palabra que empieza con b”. Para ayudar a Trump, alguien en la multitud gritó “¡bitch!” (“perra”, en inglés). Trump ya se había referido a Harris como “retardada”, “una vaga del carajo” y “tonta como una piedra”, y en privado la ha tildado de “perra”.
El comportamiento de Vance fue desconcertante. Tiene 40 años, estudió en Yale y tiene una encantadora esposa con una carrera de alto nivel como abogada. Pero sus incendiarias palabras contra las mujeres proferidas a lo largo de los años tuvieron eco en su campaña, y permiten pensar que le gustaría meterlas en el túnel del tiempo para mandarlas de regreso a la década de 1950. También Insultó a las “mujeres con gatos y sin hijos” y estuvo de acuerdo con un presentador de podcast que dijo que la única función de las mujeres posmenopáusicas era ayudar a criar a los niños de otros.
Bernie Moreno, el republicano que le arrebató al demócrata Sherrod Brown su escaño en el Senado por el estado de Ohio, se hizo eco de ese insulto al decir que las mujeres mayores que estaban molestas por la erosión de los derechos reproductivos: “Están un poco locas, sobre todo las mayores de 50 años. Y yo me quedé pensando que ese no es problema mío”.
Pero Trump, de 78 años, no tuvo reparos en llevar adelante una campaña con resonancias de lo que seguramente decían los miembros del “Rat Pack” en los saunas de Las Vegas, y una noche hasta ingreso al estadio de la convención republicana en Milwaukee con la canción de James Brown “It’s a Man’s, Man’s, Man’s World” (“Es un mundo de hombres, de hombres, de hombres”) sonando de fondo.
Los partidarios de Kamala esperaban que la noche de las elecciones Trump recibiera un merecido castigo por su intento de arrastrar a las mujeres al pasado.
Como me dijo Michael Beschloss, historiador de las presidencias, habría sido una maravillosa moraleja que Trump cayera derrotado por su misoginia y su desprecio por los derechos de las mujeres.
En qué fallaron los demócratas
Trump y Harris contrastaron sus puntos de vista sobre la democracia y el Estado de derecho. También contrastaron sus estilos de liderazgo.
En la campaña, Trump parecía fuera de control, y Harris fue un ejemplo de autocontrol. Pero era tan autocontrolada que a veces parecía opaca y guionada.
Muchos votantes se quejaban de que no conocerla lo suficiente y de no saber hacia dónde quería llevar al país. Su historia de haber crecido en un barrio de personas “muy orgullosas de sus orígenes” no alcanzaba. Su mensaje a veces resultaba insulso y confuso.
Cuando Anderson Cooper de CNN, le preguntó si había cometido algún error del que hubiera aprendido algo, Harris respondió: “Trabajé mucho para asegurarme de estar bien preparada sobre todos los temas, porque creo que es muy importante. Es un error no estar bien versado en todos los temas y tener que responder una pregunta”. Como señaló después el comentarista de CNN David Axelrod: “Una ensalada de palabras”.
Harris logró armar de apuro su breve campaña y mejoró su performance como candidata, pero seguía siendo demasiado cauta y vacilante cuando tenía que explicar por qué quería ser presidenta, y siguió sin tener respuesta sobre el rumbo que quería darle al país. Y nunca admitió lo más obvio: que durante el gobierno del que forma parte la situación fronteriza se convirtió en un desastre.
En privado, muchos demócratas estaban preocupados desde el principio y sentían que dos gobernadores de estados clave habrían sido candidatos más fuertes.
Gran parte de la culpa la tiene el presidente Biden, que fue egoísta y vanidoso. Ya sabemos que seguramente está sentado en su casa, puliendo su propia lista de enemigos y taladrándola a Jill con que él podría haber derrotado a Trump y que obligarlo a bajarse fue una tontería.
Al no decir desde el inicio de su mandato que por ser octogenario no se postularía para la reelección, a tiempo para que las demás figuras de su partido compitieran y que los demócratas pudieran elegir la fórmula más potente para proteger la democracia, Biden le hizo daño a su partido, a su país y a su propio legado.
Harris tenía muchísimo que demostrar y poco tiempo para demostrarlo. Atrajo a mucha gente que estaba simplemente encantada de que ella no fuera Trump, pero para muchas más personas, con eso no alcanzó.
En la recta final transmitió un buen mensaje al decir que Trump llegaría a la Casa Blanca con una lista de enemigos y que ella llegaría con una lista de cosas por hacer. Dijo que se despertaría todos los días pensando en los norteamericanos, y no en vengarse.
Derrape
Cuando Biden todavía estaba en carrera y Trump sobrevivió a un intento de asesinato en Butler, Pensilvania, el expresidente parecía tenerlo todo bajo control. Pero cuando Biden fue reemplazado por Harris, Trump comenzó a quejarse y a actuar como si sintiera que estaba perdiendo el control de la campaña. Eso lo hizo perder el control de sí mismo. Las últimas dos semanas fueron un derrape de locura, con los desesperados asesores de Trump intentando controlar a su inmanejable candidato y lidiando con las consecuencias del bochorno del Madison Square Garden, donde un comediante dijo que Puerto Rico era “una isla flotante de basura” y Rudy Giuliani que “a los palestinos les enseñan a matarnos desde que tienen 2 años.”
Trump estaba rodeado de gente como Tucker Carlson, que dijo estar siendo atacado por demonios, como Robert F. Kennedy Jr., que quiere eliminar el flúor del suministro de agua, y como Elon Musk, que amplificó las infundadas teorías conspirativas sobre la elección.
Durante esas últimas semanas Trump fue una ametralladora de insultos, dijo que cuando perdió en 2020 no debió haber dejado el cargo y que le daba lo mismo que a los periodistas les pegaran un tiro en sus actos de campaña. De hecho, hasta algunos de sus aliados se preguntaron si no se estaba saboteando: tal vez en realidad no quisiese ganar.
A algunos de los que votaron por Trump no les da miedo su sed de venganza, y otros hasta la ansían y siguen buscando, como en 2016, un rottweiler que desfigure al gobierno central de Washington.
Trump obtuvo mejores resultados que en 2020, y Harris obtuvo peores resultados que Biden en 2020, posiblemente en todos los estratos demográficos.
En las encuestas de boca de urna de la CNN, el 58% desaprobaba a Biden, el 43% estaba insatisfecho con la dirección del país y muchos votantes dijeron estar “enojados.”
Joe hundió a Kamala, quien nunca rompió con el impopular presidente ni le ofreció a la gente una visión de cambio que la inspirara. Como dice Carville, el candidato del cambio siempre tiene ventaja.
Para los seguidores de Trump, sus extrañas humoradas y sus comentarios disparatados desinflaron los intentos de los demócratas de pintarlo como un fascista.
En definitiva, podría decirse que Trump es capaz de desentenderse de situaciones que para otros políticos serían irremontables simplemente porque es Trump: una amalgama única de showman y estafador.
Los tipos recios siempre me parecen falsos e impostados, pero a su público le encanta su arrogancia y su capacidad de ganar hasta cuando parece todo perdido. Logra conectar con sus partidarios hablándoles de manera íntima, espontánea y confesional, a diferencia de los típicos políticos que repiten fragmentos de discurso armado. Trump no tiene muchos amigos cercanos, tal vez ninguno. Pero él les habla a los que van a sus actos de campaña —muchos de los cuales sienten, y con razón, que la dirigencia demócrata los trata con desdén—, como si fueran sus amigos.
Es un megamillonario que lleva una vida dorada, pero que consigue que sus seguidores sientan que es su animador, en un mundo en el que no llegan a pagar las cuentas ni el supermercado.
Al igual que Bill Clinton, a Trump le encanta subirse al escenario para hablarle sin parar a la gente que lo quiere. Muchos políticos dan la impresión de no ver la hora de irse a su casa. El narcisismo de Trump se alimenta de las multitudes, que lo quieren tal como es, con sus defectos, con sus 34 condenas por delitos graves y todo lo demás.
Creen que es divertido y que dice cosas que ellos mismos piensan pero no se atreven a decir. Y si en medio se le escapan algunas locuras, bueno, así es Donald. Creen que si Trump hubiera estado al mando, nada de lo malo que pasa o pasó habría sucedido.
La “sanación” que prometió Kamala ahora quedó para otro momento, y las causas judiciales contra Trump por delitos federales seguramente desaparecerán. Hoy arranca el “Tour de la venganza”.
El techo de cristal más alto de todos será roto y habrá una presidenta, pero no esta vez.
“¡Miren lo que pasó!” Trump se maravilló con su discurso de la victoria desde West Palm Beach, Florida. “¿No es una locura?”.
Efectivamente, lo es.
Traducción de Jaime Arrambide