En El Paso, los migrantes sin destino saturan a una ciudad que les da la bienvenida

Migrantes esperan para subir a un autobús urbano que los llevará a un refugio nocturno, en la Plaza de San Jacinto, la plaza principal de El Paso, Texas, el 26 de septiembre de 2023. (Ivan Pierre Aguirre/The New York Times)
Migrantes esperan para subir a un autobús urbano que los llevará a un refugio nocturno, en la Plaza de San Jacinto, la plaza principal de El Paso, Texas, el 26 de septiembre de 2023. (Ivan Pierre Aguirre/The New York Times)

La ciudad de El Paso, una estación de tránsito en el oeste de Texas acostumbrada desde hace tiempo a la llegada de migrantes procedentes de México, ha empezado a ceder bajo la presión de miles y miles de personas que cruzan la frontera, día tras día.

Los refugios habituales se han llenado. También se han llenado los cientos de habitaciones de hotel que la ciudad ha conseguido para alojar a los inmigrantes. El fin de semana se inauguró un nuevo albergue municipal en un centro recreativo, y rápidamente se llenaron sus casi 400 camas. Está previsto abrir otro refugio en una escuela de enseñanza media desocupada.

El alcalde, Oscar Leeser, declaró el fin de semana que la ciudad había llegado a un “punto de quiebre” y ya no podía ayudar a todos los migrantes por sí sola. Dio la bienvenida a los autobuses, fletados por la administración del gobernador de Texas, Greg Abbott, que una vez más comenzaron a transportar a cientos de migrantes fuera de la ciudad hacia Denver, Chicago o Nueva York. El alcalde dijo que estaba buscando millones de dólares en ayuda adicional del gobierno de Biden.

La tensión vivida en El Paso, una ciudad fronteriza tradicionalmente acogedora, reflejaba una situación cada vez más insostenible para las comunidades a lo largo y ancho de la frontera de Estados Unidos con México. Tras meses de relativa calma, una nueva ola de llegadas de migrantes, en su mayoría procedentes de Venezuela, pero también de otros países de Sudamérica, África y otros lugares, está poniendo a prueba los servicios disponibles en ciudades y pueblos pequeños desde Texas hasta California.

En el pasado, muchos de los que llegaban tenían un destino específico en mente al cruzar la frontera, debido a conexiones familiares o de otro tipo en Estados Unidos. Pero eso ha empezado a cambiar.

“Llegan aquí sin tener ni idea de adónde ir y sin recursos para llegar a ningún otro sitio”, explicó Melissa M. López, directora ejecutiva de los Servicios Diocesanos para Migrantes y Refugiados de El Paso, que ofrece apoyo jurídico a los migrantes.

Mujeres y niños migrantes, en su mayoría procedentes de Venezuela, a bordo de un autobús urbano que se dirige a un refugio para pasar la noche, en El Paso, Texas, el 26 de septiembre de 2023. (Ivan Pierre Aguirre/The New York Times)
Mujeres y niños migrantes, en su mayoría procedentes de Venezuela, a bordo de un autobús urbano que se dirige a un refugio para pasar la noche, en El Paso, Texas, el 26 de septiembre de 2023. (Ivan Pierre Aguirre/The New York Times)

Como resultado, los migrantes han estado durmiendo en las aceras de El Paso, cerca de refugios abarrotados que se encuentran a cierta distancia del centro de la ciudad. Los residentes de barrios poco acostumbrados a los migrantes dicen que de repente se encuentran con extraños, muchos de ellos cargados con bolsas de plástico repletas de ropa, cerca de los hoteles donde la ciudad logró encontrar habitaciones para ellos.

En la plaza de San Jacinto, en el centro de la ciudad, decenas de hombres se esparcían por los bancos o se sentaban a charlar cerca de las marquesinas de los hoteles turísticos en un día laborable reciente, un cambio notable respecto a las olas anteriores, en las que los migrantes permanecían en su mayoría cerca de los albergues. Los residentes de El Paso brillaban por su ausencia en la plaza.

Judith Camacho, una venezolana de 25 años que cruzó la frontera desde la ciudad mexicana de Ciudad Juárez varios días antes, dijo que sentía empatía con los comensales de un restaurante de lujo frente a la plaza mientras caminaba con su marido y sus dos hijos pequeños.

“Me siento fatal, por mí y por mi familia, de que nos vean así”, comentó Camacho, añadiendo que había estado intentando conseguir una habitación de hotel en la ciudad para no tener que quedarse en la calle. Los clientes del restaurante miraban de vez en cuando a través de los grandes ventanales de cristal que dan a la acera, haciendo una pausa en su conversación para observar a los migrantes que permanecían ociosos en las inmediaciones.

Como la mayoría de las personas que hacen el largo viaje hasta la frontera y cruzan ilegalmente a Estados Unidos, Camacho espera llegar finalmente a una gran ciudad como Chicago o Washington, donde ha oído que hay oportunidades.

“Sabemos que vienen a Estados Unidos, no a El Paso”, dijo Leeser en una conferencia de prensa el sábado.

Durante el fin de semana, los agentes federales de fronteras retuvieron a casi 6500 migrantes en el centro de procesamiento local de El Paso, afirmó Leeser, un drástico aumento respecto de varias semanas antes, el cual tomó a la ciudad por sorpresa.

El miércoles, los datos de la ciudad mostraban que esa cifra había aumentado a 7600 migrantes bajo custodia de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza, y más de mil eran liberados en la ciudad cada día.

Un portavoz de Abbott dijo que el estado había fletado quince autobuses en El Paso en la última semana y que habían transportado a 640 inmigrantes fuera de la ciudad.

Las autoridades de El Paso han insistido en que a todos los migrantes que se liberen en la comunidad se les ofrezcan lugares donde alojarse, evitando así el tipo de liberaciones callejeras que se han visto en otras zonas a lo largo de la frontera, y las estadísticas de la ciudad muestran que han cumplido en gran medida ese objetivo.

Camacho, la madre con dos hijos que estaba al frente del restaurante, dijo que ella, como muchos otros migrantes recién llegados, había intentado registrarse en México para concertar una cita con un agente fronterizo estadounidense y obtener permiso para cruzar legalmente, pero se encontró con retrasos en la aplicación del gobierno de Estados Unidos. Sin dinero y temiendo por su seguridad en Juárez, ella y su marido decidieron cruzar ilegalmente el río Bravo.

Como muchos venezolanos que llegan al país, ella y su marido no tienen parientes ni contactos en Estados Unidos.

Mientras hablaba, la puerta de un restaurante del centro de la ciudad se abrió brevemente, mientras los clientes entraban y los tentadores aromas salían a la calle.

“Mamá, tengo hambre”, dijo su hijo.

“Lo sé”, respondió Camacho. “Comeremos pronto”.

c.2023 The New York Times Company