Los parias de la cultura pop están de vuelta en grande

Una figura en el escenario de la fiesta de lanzamiento de “Vultures 1”, en la que Ye, o Kanye West, actuó, pero nunca se quitó la máscara, en el UBS Arena de Elmont, Nueva York, pasada la medianoche del 10 de febrero de 2024. (The New York Times)
Una figura en el escenario de la fiesta de lanzamiento de “Vultures 1”, en la que Ye, o Kanye West, actuó, pero nunca se quitó la máscara, en el UBS Arena de Elmont, Nueva York, pasada la medianoche del 10 de febrero de 2024. (The New York Times)

El pasado fin de semana, el cómico Shane Gillis presentó “Saturday Night Live” (SNL), cinco años después de haber sido despedido del programa antes de aparecer en él, cuando salieron a la luz viejas apariciones en pódcast en las que había pronunciado insultos. Durante su monólogo inicial, Gillis mostró cómo había evolucionado desde entonces, es decir, solo un poco. En un insulso fragmento sobre sus padres, recordó con cariño el tiempo que pasaba con su madre cuando era más joven, señalando con dulzura: “Todo niño pequeño es el mejor amigo gay de su madre”.

Durante las dos últimas semanas, Ye —antes Kanye West— ha ocupado el primer puesto de la lista Billboard de álbumes más escuchados con “Vultures 1”, su álbum en colaboración con el cantante Ty Dolla Sign. A finales de 2022, Ye empezó a proferir públicamente insultos antisemitas que, durante un tiempo, hicieron implosionar su carrera y provocaron la disolución de sus asociaciones con Adidas y Gap. Durante un tiempo, pareció ser persona non grata. Pero él también ha vuelto a acercarse a su antigua fama, con un sencillo, “Carnival”, que alcanzó el puesto número tres en la lista Hot 100, y una serie de sesiones de escucha en estadios que han sido el sello distintivo de la presentación de sus álbumes en los últimos años.

La cancelación siempre fue un concepto incompleto, más una forma de hablar de artistas con historias personales polémicas y ofensivas que un hecho real del mercado. Salvo en los casos más extremos, el fracaso moral nunca ha sido un descalificador automático cuando se trata de una obra artística.

Lo que ha cambiado en los años transcurridos desde el inicio del movimiento #YoTambién es la presunción de que un rechazo discursivo lo suficientemente fuerte podría conducir al destierro real. Así se demostró a resultas del movimiento #YoTambién, cuando hombres poderosos como Charlie Rose, Bryan Singer y Matt Lauer fueron expulsados de la vida pública tras acusaciones de conducta sexual inapropiada. (Y cabe mencionar que la mayoría de los que se han enfrentado al destierro o a la amenaza del mismo han sido hombres. Roseanne Barr es quizá la mujer de más alto perfil que ha corrido esa suerte, tras hacer declaraciones públicas racistas y antisemitas).

Sin embargo, la sensación de que los malos actores podían ser eliminados de raíz era una fantasía liberal satisfactoria. Lo que ha sucedido en cambio es la aparición de un grupo de artistas de distintas disciplinas —llamados “los caídos en desgracia”— que han encontrado formas de prosperar a pesar de los focos de rechazo público. Su éxito sugiere varias posibilidades sobre el consumo cultural: el público al que no le importan las indiscreciones de un artista puede ser más numeroso que el que sí las toma en cuenta, los que alzan la voz públicamente sobre estas cuestiones podrían estar cediendo en privado o que quizá algunos públicos tengan tolerancia —o incluso apetito— por la ofensa.

En este grupo caído en desgracia se encuentra la estrella del country Morgan Wallen, todavía condenado al ostracismo por el uso de un insulto racista en 2021, pero que ha pasado la mayor parte de los últimos tres años en la cima o cerca de ella de la lista Billboard de álbumes más escuchados con sus dos últimos lanzamientos, “Dangerous: The Double Album” y “One Thing at a Time”. También podría incluir al prestigioso diseñador de moda John Galliano, que se ha rehabilitado públicamente tras un arrebato antisemita en 2011 y un periodo de exilio posterior; su colección de alta costura primavera 2024 de Maison Margiela fue una de las más elogiadas de los últimos años.

Estos son casos en los que un artista es rescatado de la expulsión moral y devuelto a la luz de los reflectores en gran medida gracias a sus devotos: la música de Wallen sigue estando a la vanguardia del country comercial y él es su mayor atracción en vivo. Los aficionados al country lo han colocado en el centro del género —quizá en parte como protesta— con la pura fuerza de la adulación. Galliano es y ha sido uno de los maestros de la fantasía en la moda. Los amantes de su mezcla de artesanía, teatro y subversión han dejado atrás su turbulento pasado y le han dado la oportunidad de continuar su carrera en paz. Desde hace casi una década, es el director creativo de Margiela.

Netflix se ha convertido en una especie de espacio seguro de valores agnósticos para los cómicos que trafican con ofensas, maquilladas o no. Ha sido la plataforma principal de Dave Chappelle, cuyo último especial de Netflix, “The Dreamer”, es en gran parte una metanarrativa sobre su propia insistencia en enemistarse con las personas trans y sus aliados con sus anteriores especiales de Netflix.

Estos programas han sido a la vez populares y recibidos con hostilidad, en lo que parece un regreso a épocas anteriores y más turbias de la cultura popular. Un indicador de que tal vez ya no existe una prueba de fuego moral es que incluso O. J. Simpson tiene ahora una plataforma: ha sido un invitado recurrente en “It Is What It Is”, un popular programa de debate deportivo en línea presentado por los raperos Cam’ron y Mase. (“Si fuera culpable, no lo tendríamos en el programa”, le comentó Cam’ron a Complex).

Resulta más llamativo cuando alguien que ha sido dejado de lado no es acogido calurosamente de vuelta. Un ejemplo es el cantante de R&B Chris Brown, cuya carrera ha continuado bajo la sombra de su agresión física a Rihanna, que entonces era su novia, en 2009. Hace poco, fue invitado a participar en el partido de las celebridades All-Star de la NBA y, luego, al parecer, le retiraron la invitación, por lo que lanzó una diatriba en las redes sociales contra las papas fritas Ruffles, uno de los patrocinadores.

Aunque ha luchado por recuperar la atención y el apoyo de las principales instituciones, Brown sigue siendo un creador de éxitos y un colaborador fiable en el pop, el R&B y el hiphop. Durante quince años, ha estado suspendido entre el rechazo y el retorno.

Ese espacio intermedio es también donde ha estado viviendo DaBaby, que en 2021 hizo comentarios homófobos en el escenario de un festival de música y experimentó un rápido declive en su carrera. Pero su gira de rehabilitación hizo hace poco una parada en el pódcast “What Now? With Trevor Noah”, donde habló de cómo esos acontecimientos lo sacudieron. A diferencia de Brown, que se ha negado en gran medida a afrontar una conversación directa sobre sus fechorías, DaBaby parece haberse dado cuenta de que no se puede avanzar —ni volver a ser aceptado— sin reconocer el pasado.

Es el único camino para salir de la doble burbuja de sus propias limitaciones y de sus admiradores más entregados y libres de juicios. También ofrece la oportunidad de determinar qué versión de uno mismo podría ser viable fuera de esas burbujas.

Este ha sido el caso de Gillis, cuyo trabajo aparece principalmente en “Matt & Shane’s Secret Podcast”, del que es copresentador y que es, con diferencia, el pódcast más popular de la plataforma de suscripción Patreon. Pero a diferencia de otros que se han contentado con permanecer en sus mundos amurallados y no sentir el calor de la luz pública, o su escozor, Gillis ha ido avanzando hacia espacios menos acogedores.

En septiembre, estrenó un especial de comedia en Netflix, que el mes pasado anunció que Gillis presentaría un segundo especial de comedia, así como una serie de comedia con guion ambientada en un lugar de trabajo. Y, luego, estuvo SNL, que muy fácilmente podría haber dejado cerradas sus puertas a Gillis, pero pareció hacer una apuesta calculada de que el revuelo y la curiosidad generados por darle un escenario compensarían cualquier posible reacción negativa en materia de ética. Fue una especie de declaración de intenciones del programa, que indicaba que estaba dispuesto a generar un poco de incomodidad y que tal vez veía un futuro para ese tipo de comedia en el mundo.

También fue una prueba para Gillis, que durante su monólogo de apertura tuvo que calibrar en tiempo real algunas frases que no acababan de cuajar ante el público visitante. “No tengo ningún material que pueda salir en televisión”, bromeó, pero ahí estaba.

c.2024 The New York Times Company