El primer Papa que visitó México
Mochilazo en el tiempo
Un carismático pontífice decidió caracterizar su papado viajando por el mundo para interceder en algunos conflictos, hablar con los más necesitados y convivir con los jóvenes. Nuestro país recibió y despidió a Juan Pablo II en 1979, en medio de gritos, fervor, porras e interminables canciones y serenatas.
Raúl J. Fontecilla
EL UNIVERSAL
Hace 45 años la ciudad de México y la comunidad católica protagonizaron un gran paréntesis en su vida cotidiana: la primera visita del llamado "Papa Viajero", Juan Pablo II, al continente americano. Del 26 de enero al 1 de febrero, Karol Wojtyla se presentó en el Distrito Federal (DF), Puebla, Oaxaca y Guadalajara. Tan sólo en la capital, lo recibieron millones de personas.
El Gran Diario de México cubrió todos estos eventos, desde su precipitado anuncio en diciembre de 1978 hasta el adiós al máximo jerarca de la Iglesia Apostólica Romana. Hoy Mochilazo en el Tiempo recuerda el impacto del también llamado "Papa Bueno" en la actual CDMX.
La ciudad se detuvo para su llegada
"Todo se detiene. Se paraliza. […] Los viejos se azoran. Los niños interrogan. Y todos se conmueven ante el rostro dulce del Pontífice", son sólo algunas de las palabras con las que el Premio Nacional de Periodismo, Miguel Reyes Razo, describió la tensa expectativa del público mexicano por la llegada del "Vicario de Cristo".
No exageraba, porque desde las diez de la mañana el aeropuerto capitalino canceló todas sus operaciones, mientras que el STC Metro cerró 15 estaciones. Los comerciantes del aeródromo y del centro de la ciudad siguieron el ejemplo y decidieron mantener cerrados sus negocios.
La mañana del 26 de enero, Wojtyla abordaría una aeronave DC-10 de Aeroméxico para salir de República Dominicana, primera parada de su primer viaje por el "Nuevo Mundo". El "avión Ciudad de México" partió al Caribe desde la una de la madrugada para aterrizar de regreso a las 13:00 horas en el Aeropuerto Internacional Benito Juárez de la capital.
Ahí ya lo esperaban en las gradas cerca de 2 mil personas, entre ellos mil 500 periodistas. Tras una breve ceremonia, el ex arzobispo de Polonia sería escoltado a la Catedral Metropolitana por veinte motociclistas y diez automóviles de guardaespaldas.
Los cálculos estimaban que 2 millones de defeños salieran de sus domicilios para presenciar el trayecto desde el aeropuerto hasta la Plaza de la Constitución. Además, la oportunidad de ver o incluso saludar al Papa atrajo la atención de muchos más fieles católicos.
Se saturaron todos los hoteles en el D.F, Toluca, Cuernavaca, Pachuca, Guadalajara, Oaxaca, Taxco, Querétaro y otras ciudades. No era sorpresa: 8 millones de mexicanos viajaron desde provincia y llegaron 5 millones de extranjeros.
Azoteas, balcones y ventanas de los hogares, sobre las calles que recorrería el "Sucesor de San Pedro" en su autobús descapotado, se ofertaban en mil pesos de la época y, por supuesto, no faltaron quienes aceptaron el trato.
Una eufórica bienvenida en medio de gritos y mariachis
En el aeropuerto del D.F había cuatro mil personas, el doble de lo esperado. Como hizo al llegar a Dominicana, Juan Pablo II se arrodilló y besó la tierra de México antes de encontrarse con el presidente José López Portillo y su esposa, Carmen Romano.
Tras las palabras de bienvenida y sin ceremonia para un jefe de Estado, el presidente le dijo "…que su misión de paz y concordia y los esfuerzos que realiza, tengan éxito en sus próximas jornadas".
Enseguida, el mandatario lo dejó "en manos de las jerarquías y fieles de su iglesia". La Guardia Suiza abrió sus filas para permitir la salida del matrimonio, quienes tendrían que esperar hasta el atardecer para verlo por una hora en Los Pinos.
La crónica de Antonio Andrade para EL UNIVERSAL recuenta que el orden duró hasta las 13:07, cuando arrancó el vehículo presidencial. Entonces la multitud se arremolinó y estalló el caos en el aeródromo.
Algunos fotógrafos y camarógrafos habían dejado su estrado para acercarse más al Pontífice. En cuestión de segundos, los curiosos desataron una lucha contra los policías del acordonado, porque ahora la prensa le impedía al público ver a Juan Pablo II.
Mientras Wojtyla cruzaba muy poco a poco una alfombra púrpura de sólo 15 metros de largo, escuchó a la multitud gritar "¡Saquen a la prensa! ¡Queremos ver al Papa!", al mismo tiempo que en un altavoz un sacerdote le pedía disculpas por el caos, todo eso ocurría a la vez que se escuchaba a los 112 músicos del Mariachi Monumental Alma de México tocar "Zacatecas" y "Cielito Lindo".
Los cordones humanos de los numerosos uniformados tardaron cerca de 15 minutos en replegar a la muchedumbre, pero ni invitados ni organizadores buscaron represalias por la euforia desmedida.
Estaba previsto no recibir al Papa como jefe del Estado Vaticano, por lo que la recepción no incluyó una ceremonia más solemne con el presidente de la República, ni banda de guerra de la Sedena con sus 21 cañonazos de honor, como tampoco las notas del Himno Nacional Mexicano.
Para los creyentes católicos no fue un problema, porque esa misma razón hizo posibles momentos más coloridos. La niña yucateca Dulce María Novelo logró acercarse antes que nadie para entregar al "Vicario de Cristo" un cuadro de La Guadalupana; le siguió la pequeña Elzbieta Aleksandra Skoryna, de la comunidad polaca, quien le entregó un ramo de flores.
Cuando el orden permitió iniciar la agenda del día, el Papa saludó a los prelados y obispos invitados. Al visitante y a su comitiva se le ofreció saludar a la gente de las gradas desde el autobús descubierto, pero Juan Pablo II prefirió hacerlo a pie.
Entre banderas, tricolores mexicanas y bicolores vaticanas, el Sumo Pontífice saludó a cada colectivo de las tribunas, desde polacos hasta sonorenses, veracruzanos y guanajuatenses.
Sus feligreses más devotos no perdonaron la oportunidad, incluso le mostraron de lejos la bandera mexicana con la Virgen de Guadalupe que levantaron en alto los integrantes de la Asociación Católica de Jóvenes Mexicanos cuando regresaron a la Catedral en 1929, tras reanudarse los cultos al apaciguarse la Guerra Cristera.
Se arrodillaban a su paso y otros miles en la misa del zócalo
Sólo aquel 26 de enero la agenda pastoral cubrió un viaje de 50 minutos hasta el Zócalo, donde el Papa pidió una doble vuelta para saludar a más fieles; celebró una misa en la Catedral Metropolitana a las 14:40 horas; dio un mensaje y su bendición a miles de personas que se arrodillaron en la Plaza Mayor a las 16:15.
Tras una pausa para comer y descansar unos minutos en la residencia de la actual Nunciatura Apostólica, en la calle Felipe Villanueva de la colonia Guadalupe Inn (a unos pasos de metro Mixcoac), emprendió el camino para visitar la Residencia Oficial de Los Pinos a las 18:52.
Partió rumbo al sur de la ciudad a las 20:10, pero al regresar aún dedicó tiempo para conversar con diplomáticos y miembros del clero. Durmió pasadas las 24 horas y según se supo poco después, a las 6 de la mañana ya estaba despierto.
A las 7 de la mañana el coro infantil del Colegio Alemán le cantó las mañanitas, con la idea de despertarlo, sin saber que a esa hora ya leía la Biblia. Se asomó a la ventana, los escuchó atento y hasta se tomó tiempo de bajar a saludar a los menores. Desayunó fruta, jugo, café con leche y tamales antes de partir.
Al día siguiente el evento que estuvo en boca de todos fue sin duda la visita al mayor templo católico de México, en La Villa. La explanada de la Basílica de Guadalupe llegó a su máxima capacidad.
Por parte de la Iglesia Católica había numerosos religiosos y religiosas de todas las órdenes: jesuitas, franciscanos, dominicos, lasallistas, benedictinos e incluso un coro polaco que llevaba la antigua bandera imperial de su patria. La República no se quedó atrás, porque se veían también a representantes de comunidades indígenas de todo el país.
Desde un solitario lacandón o una docena de nahuas morelenses que deseaban larga vida al "Tata Juanatzin", hasta los centenares de chiapanecos (zinacantecos, tzeltales y chamulas), oaxaqueños (mixes, triques, huaves, mixtecos y zapotecos), norteños (rarámuris de las barrancas del Cobre y de Urique), así como nayaritas y duranguenses (huicholes, coras y tepehuanes).
En su reportaje para este diario, el periodista Manuel Mejido afirmó que un tramo de 33 metros entre la antigua basílica y el edificio moderno le tomó 10 minutos en autobús a Juan Pablo II.
Quienes hayan asistido a la primera misa papal, en La Villa, recordarán que aquel 27 de enero de 1979 escucharon más lenguas que en ninguna otra jornada de sus vidas: se oyeron rezos en al menos 10 idiomas originarios, discursos del Pontífice en español y misa con locuciones latinas, así como bendiciones en los 12 idiomas que hablaba el "Papa Políglota".
El fervor de los católicos los hizo seguir el trayecto del Papa formando filas sin interrupción por las carreteras que atravesó para lograr verlo unos instantes y saludarlo, así se observó en su camino hacia el estado de Puebla.
El Papa, que años más tarde sería conocido como "El Papa Viajero", se mostró varias veces sorprendido y sonriente ante las mañanitas, regalos, música del mariachi, los cantos de jóvenes, porras y gritos que la multitud de todas las edades le profesaba a su paso y fuera de la nunciatura apostólica en de la calle Felipe Villanueva en la capital y en los estados donde pernoctó, al grado que se pedía amablemente a los visitantes que se retiraran porque no lo dejaban dormir.
Aquel año tomó fuerza una canción escrita en 1977 y que fue la que acompañó la visita del Sumo Pontífice: "Amigo" que interpretó el cantante brasileño Roberto Carlos y que pronto se escucharía en la Radio a todas horas y se cantaba en las escuelas católicas.
Su despedida de aquel primer viaje a tierras mexicanas fue pasado el mediodía y también fue singular, pues la población capitalina lo despidió con reflejos de espejos desde sus casas, mismos que fueron vistos por el Vicario de Cristo desde el avión en el que partió.
La de 1979 no fue la única visita a México del líder número 264 de la Iglesia Católica: volvió a tierras aztecas en 1990, 1993, 1999 y 2002.
En su última estancia un Papa cansado, de paso lento y con dificultades para hablar con claridad, pareció despedirse de forma definitiva al decir: "Me voy, pero no me voy, me voy pero no me ausento, pues aunque me voy de corazón me quedo... México lindo que Dios te bendiga". Tres años después murió, el 2 de abril de 2005.
¿Por qué la visita de Juan Pablo II en el 79 no fue oficial?
A inicios de diciembre de 1978, el arzobispo colombiano Alfonso López Trujillo "filtró" la noticia de la primera visita del Papa Juan Pablo II a México, con fecha en enero de 1979. De acuerdo con sus comentarios, el objetivo sería asistir a la conferencia del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) que tendría lugar el 27 de enero en Puebla.
Por casi tres semanas la opinión pública cuestionó y debatió si planes tan grandes se harían realidad. El posible obstáculo era que, desde 1929, la República Mexicana había suspendido relaciones diplomáticas con el Estado Vaticano. Al final, el tiempo le dio la razón al clérigo de Medellín.
El 21 de diciembre este diario reportó que el Vaticano confirmaba, por fin, la intención de Wojtyla por llegar a la conferencia del CELAM "incluso sin invitación oficial del Gobierno [mexicano]". La fuente aseguró que la Santa Sede comprendía las obligaciones que nuestra Constitución laica imponía al entonces presidente José López Portillo.
La solución fue organizar una visita "meramente pastoral" y sin carácter oficial, es decir, sería posible recibirlo como "visitante distinguido", pero no como Jefe de Estado. Los detalles para asegurarlo se acordaron por medio del representante personal del mandatario López Portillo, Jorge Martínez Gómez del Campo.