Pan de Muerto, la delicia mexicana que amas u odias, pero a nadie le es indiferente

Pan de Muerto con chocolate, un clásico mexicano. (Getty Images)
Pan de Muerto con chocolate, un clásico mexicano. (Getty Images)

Una antesala de varios meses acompaña su llegada, pero no hay momento del año en el que se disfrute más que, justamente, cuando le corresponde. El pan de muerto es la columna vertebral de la celebración más mexicana que existe. Se ha dicho que su llegada alerta sobre el final del año, pero también sirve para dar rienda suelta al ingenio gastronómico y repostero de México. Hoy no se puede hablar sólo de un pan de muerto. Son tantos los modelos que uno termina por perderse, aunque siempre se tenga claro cuál es el original.

Digamos que todo empezó por lo normal, por algo 'tranqui': rellenarlos de cosas dulces o que empataran con lo entendemos es un pan de dulce de temporada: cajeta, queso crema, chocolate, lechera, frutas como frambuesa y fresas. Lo elemental, hasta ahí todo sigue dentro de los márgenes más o menos coherentes (aunque siempre hay alguien que, quizá con razón, pueda argumentar que cómo se le pone dulce a algo que ya lo es, aunque eso también aplica a la tradición nacional de ponerle picante a cosas que ya pican).

Pero la dosis de asombro necesaria en toda costumbre mexicana que se precie de serlo llega con las otras variaciones culinarias: rellenar el pan de muerto de suadero o chilaquiles, experimento de riesgo asumido que ya había tenido a las conchas como conejillo de indias. Si ya es comprometedor poner masa dentro de masa para dar vida a las 'guajolotas', pues había que llevar las cosas a un nuevo nivel. Para algunos, el pan de muerto de suadero podrá ser una aberración culinaria, y para otros más, un experimento digno de probar. Total, no está de mal experimentar de vez en cuando, suponemos.

Mención (muy) aparte merecen algunas opciones regionales, como la que se prepara en Guanajuato, en la que el tradicional pan, lleva anís y es acompañado de cajeta de guayaba, para dar rienda suelta a una creatividad que encuentra un punto medio entre el atrevimiento de los chilaquiles y lo mundano que ya resulta rellenarlo de cajeta convencional.

Desde luego, no falta quien dice no sentir ninguna atracción por este pan, pero no basta cono no gustarle y dejar las cosas ahí: tienen que hacerlo notar y presumir ante los demás que nunca han probado uno o que nunca lo harían. Esa es la lógica que impera cuando se llega a discusiones de este tipo: no me basta con que sepas que no me gusta, quiero que entiendas por qué es absurdo que a ti te guste. Muchos han caído en el agravio (así considerado por los fans del pan de muerto) de decir que no tiene chiste y que, como la Rosca de Reyes, es simplemente una variación de pan con base de naranja. Nada del otro mundo, sostienen, como para perder la cabeza y agotar las reservas de la panadería.

Al final, se puede entender, porque somos adictos a este tipo de divisiones. Basta con recordar la eterna pugna entre quienes defienden que una quesadilla puede ir perfectamente acompañada de cualquier ingrediente y no incluir queso; y del otro lado, a los que les parecer una doble contradicción, semántica y gastronómica, que una quesadilla no lleve queso.

Vamos, que incluso dentro de los fans del pan de muerto hay dos veredas: quienes sí validan que se le ponga relleno y quienes consideran que eso es un delito, sin importar si se trata de simple cajeta o de los susodichos chilaquiles. La variedad no se puede esconder y, como para conciliar un poco a todos los bandos, habría que procurar reservar un pan y una taza de chocolate caliente para pasar el día. Así, al natural y listo. De todas formas, ya casi se acaba la época de pan de muerto, aunque vuelva a empezar cuando menos nos demos cuenta.

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