Oswaldo Sánchez, el portero de México que cumplió el sueño de su padre fallecido
Oswaldo Sánchez debutó en el futbol mexicano una noche del 30 de octubre de 1993. Marcelo Bielsa, entrenador del Atlas, le dio entrada al novel portero ante la lesión de Miguel Fuentes. La historia no pudo ser peor: Veracruz empató en el último minuto para bautizar a Oswaldo en el profesionalismo. Aquella mala pasado del destino, sin embargo, no tenía el poder para contrarrestar del destino manifiesto que ya tenía reservado un lugar especial para él.
Lo sabía Bielsa, que años más tarde se convertiría en una figura de culto en todo el mundo: "Tú vas a ser el mejor portero de México", le dijo el Loco a Oswaldo, según recordó en entrevista con Antonio de Valdés. En una época monopolizada por Jorge Campos, era difícil que otro portero mexicano tuviera los suficientes reflectores para ganarse la idolatría del país. Oswaldo llegó al Mundial de 1998 como tercer guardameta, por detrás del Brody y de Óscar Conejo Pérez.
Con experiencia en Atlas y América, Oswaldo protagonizó uno de los fichajes más inesperados del balompié azteca cuando arribó a las Chivas en el año 2000. Era ese el paradero reservado por la historia para que convirtiera en realidad aquel augurio de ser el número uno del país. Su suéter azul cielo, short negro y calcetas blancas fueron un atuendo replicado en miles de canchas: todos los niños de México querían ser Oswaldo Sánchez. San Oswaldo, como le apodó el cronista Enrique Bermúdez.
Sánchez no sólo era un portero seguro, atajador, completo; también tenía una personalidad magnética que evocaba al arquetipo del jugador imprescindible: odias jugar contra él, pero siempre quieres tener a uno como él en tu equipo. Aunque parecía que Corea-Japón era su momento, un error contra Costa Rica en las Eliminatorias, y el consecuente despido de Enrique Meza, lo relegó de nuevo al banquillo, ahora con Óscar Pérez por delante.
La llegada de Ricardo La Volpe al tricolor, en 2002, lo cambió todo. Oswaldo se volvió indiscutible y en Chivas ya nadie dudaba de que él era un ídolo sin cortapisas. En la Copa Confederaciones 2005, fue el mejor portero de la competencia por encima de figuras globales como Oliver Kahn y Dida. Llegó a Alemania 2006, el que iba a ser su primer mundial como titular, convertido en la figura inapelable del arco mexicano.
El 7 de junio, cuatro días antes del debut mexicano contra Irán, una noticia sacudió al entorno futbolístico nacional: Felipe de Jesús Sánchez, padre de Oswaldo, había fallecido en Guadalajara, víctima de un paro cardíaco. “Tenía tres o cuatro días que no hablaba con él, por horarios y entrenamientos, no coincidíamos, justo marcó a la casa de mi madre porque su celular lo traía apagado y me contesta mi padre: ‘qué onda papá, ¿Cómo estás?’; ‘no, espérate. Me siento orgulloso de ti, te veo en espectaculares, en la televisión, en los puestos de periódico… ¡Hijo, eres un chingón!’”, contó Oswaldo a TUDN.
Oswaldo realizó un viaje relámpago a Guadalajara para despedir a su padre y acompañar a su familia. No había otra opción: tenía que jugar el partido contra Irán. Era el sueño que siempre compartió con su padre. “Dos horas antes de que mi padre muriera – mi padre me ayudaba con mis negocios en Guadalajara – él estaba muy ilusionado con ir al Mundial, él estaba orgulloso de que su hijo fuera a ser por fin titular del Mundial”, dijo en esa misma entrevista.
Aquel partido contra Irán cifraba todas las expectativas del equipo tricolor. En los días previos, una idea se adueñó de la atmósfera: ¿Y si mejor jugaba Jesús Corona? Nadie podía garantizar que Oswaldo se encontrara emocionalmente entero. Pero, por otro lado, la seguridad que había transmitido durante cuatro años no podía desaparecer en un santiamén. "La Volpe me dijo: haz lo que tengas que hacer, si llegas quince minutos antes de que inicie el Mundial, te voy a meter porque este es tu Mundial", contó Sánchez en entrevista con Hoy.
Ebrahim Mirzapour, portero y capitán de Irán, le regaló un ramo de flores a Oswaldo durante el saludo protocolario. El partido, tenso y de nervios, como todo debut mundialista, entregó una victoria para México por 3-1. Ciertamente, Oswaldo colaboró un poco con el gol iraní (que significó el 1-1), pero previamente había realizado una atajada espectacular como respuesta a un remate de cabeza. El doblete de Omar Bravo y un tanto más de Sinha entregaron la victoria al tricolor.
Oswaldo miró al cielo y ofrendó la victoria a su padre. Ese 11 de junio de 2006 no podía haber nadie más feliz que don Felipe de Jesús Sánchez.